Yo pensaba que estaría repleto de gente preparada con sus mallas, que estaría lleno de puestecitos vendiendo material de yoga, cositas hippies, varios puestos de comida macrobiótica, vegana… Pero no. El lugar era precioso e idóneo para realizar yoga y taichí al aire libre pero no había mucha participación. Como siempre somos muy buenos para poner imágenes duras y protestar en las redes sociales, pero en cuanto se hace algo solidario muy pocas personas mueven el culo.
Se había organizado una jornada de yoga solidario, con diferentes estilos de yoga en varios horarios, puestos de masajes, un puestecito de comida ecológica, a cambio de un donativo para ayudar a los refugiados sirios. El evento estaba ubicado en un precioso agroturismo con un entorno maravilloso, muchas tumbonas y zonas chill out al aire libre, donde relajarse después de realizar cualquiera de las prácticas que hubieras elegido. Yo esperaba más. Más gente, más puestecitos hippies, más puestos de comida… Aunque para la gente que asistió al evento bastante había con lo que había, pues poco hubieran vendido…
Al llegar paseamos un poco para explorar un poco el lugar, tomar un par de fotos y hacer tiempo hasta que empezara la clase de yoga. Al final, como había tan poca gente, Carlos se animó también y se apuntó a practicar conmigo. Al principio hacía un poco de aire desapacible que impedía que el solecito tan rico que estaba haciendo calentara nuestros huesos, pero en cuanto empezamos la clase el viento se calmó un poco y el calor se empezó a notar.
Yo pensaba que estaría repleto de gente preparada con sus mallas, que estaría lleno de puestecitos vendiendo material de yoga, cositas hippies, varios puestos de comida macrobiótica, vegana… Pero no. El lugar era precioso e idóneo para realizar yoga y taichí al aire libre pero no había mucha participación. Como siempre somos muy buenos para poner imágenes duras y protestar en las redes sociales, pero en cuanto se hace algo solidario muy pocas personas mueven el culo.
Se había organizado una jornada de yoga solidario, con diferentes estilos de yoga en varios horarios, puestos de masajes, un puestecito de comida ecológica, a cambio de un donativo para ayudar a los refugiados sirios. El evento estaba ubicado en un precioso agroturismo con un entorno maravilloso, muchas tumbonas y zonas chill out al aire libre, donde relajarse después de realizar cualquiera de las prácticas que hubieras elegido. Yo esperaba más. Más gente, más puestecitos hippies, más puestos de comida… Aunque para la gente que asistió al evento bastante había con lo que había, pues poco hubieran vendido…
Al llegar paseamos un poco para explorar un poco el lugar, tomar un par de fotos y hacer tiempo hasta que empezara la clase de yoga. Al final, como había tan poca gente, Carlos se animó también y se apuntó a practicar conmigo. Al principio hacía un poco de aire desapacible que impedía que el solecito tan rico que estaba haciendo calentara nuestros huesos, pero en cuanto empezamos la clase el viento se calmó un poco y el calor se empezó a notar.
No era el día más indicado para mí ya que había trabajado en turno de noche y había dormido apenas tres horas, me sentía cansada y con pocas fuerzas, pero me propuse disfrutar de la práctica en plena naturaleza y absorber la energía del aire, del cielo, de los árboles… Y me encantó. Al ser poquitos (6 personas), teníamos espacio de sobra y la clase fue sencillita por suerte para Carlos que no había hecho más que un par de asanas en casa algún día-después de yo mucho insistir-, y por suerte para mí también que no tenía el día más apropiado para meterme caña.
La chica se llamaba Vikki. Era muy cercana, de ojos claros y sonrisa cálida. Su forma de dar clase era más libre, más de que cada uno explore su bienestar dentro de las posturas, sin forzar. No como mi clase de Iyengar, a la que voy regularmente, que me parece mucho más exigente. En esta ocasión era Vinyasa y me pareció un yoga más amable, más como en los tutoriales de Yoga with Adrien con los que yo me apasioné por el yoga.
No soy muy de sonidos vibratorios. Me producen una sensación extraña. Pero el de los cuencos tibetanos en la relajación final me ayudó a devolver mi atención al presente, contribuía a mi bienestar.
Le pedí una tarjeta a Vikki. Quizás me anime a asistir a más clases con ella. Aunque me pilla lejos…
Con los músculos oxigenados y estirados nos sentíamos ligeros. Ya no me sentía tan cansada. Un zumo de frutas y verduras, y tumbarnos al sol en los grandes cojines al lado de la piscina completaron lo que mi cuerpo necesitaba y me sentí agradecida. " data-medium-file="" data-large-file="" class="alignnone size-large wp-image-3308" title="" src="https://laciudaddeelena.files.wordpress.com/2016/05/img_3731.jpg" alt="yoga al aire libre" />
No era el día más indicado para mí ya que había trabajado en turno de noche y había dormido apenas tres horas, me sentía cansada y con pocas fuerzas, pero me propuse disfrutar de la práctica en plena naturaleza y absorber la energía del aire, del cielo, de los árboles… Y me encantó. Al ser poquitos (6 personas), teníamos espacio de sobra y la clase fue sencillita por suerte para Carlos que no había hecho más que un par de asanas en casa algún día-después de yo mucho insistir-, y por suerte para mí también que no tenía el día más apropiado para meterme caña.
La chica se llamaba Vikki. Era muy cercana, de ojos claros y sonrisa cálida. Su forma de dar clase era bastante libre, más de que cada uno explore su bienestar dentro de las posturas, sin forzar. No como las clase que había tomado de Iyengar, a las que dejé de ir, ya que me parece un estilo muy rígido y mecánico. En esta ocasión era Vinyasa y me pareció un yoga más amable, más como en los tutoriales de Yoga with Adrien con los que yo me apasioné por el yoga.
No soy muy de sonidos vibratorios. Me producen una sensación extraña. Pero el de los cuencos tibetanos en la relajación final me ayudó a devolver mi atención al presente, contribuía a mi bienestar.
Le pedí una tarjeta a Vikki. Quizás me anime a asistir a más clases con ella aunque no me pilla demasiado cerca
.Yo pensaba que estaría repleto de gente preparada con sus mallas, que estaría lleno de puestecitos vendiendo material de yoga, cositas hippies, varios puestos de comida macrobiótica, vegana… Pero no. El lugar era precioso e idóneo para realizar yoga y taichí al aire libre pero no había mucha participación. Como siempre somos muy buenos para poner imágenes duras y protestar en las redes sociales, pero en cuanto se hace algo solidario muy pocas personas mueven el culo.
Se había organizado una jornada de yoga solidario, con diferentes estilos de yoga en varios horarios, puestos de masajes, un puestecito de comida ecológica, a cambio de un donativo para ayudar a los refugiados sirios. El evento estaba ubicado en un precioso agroturismo con un entorno maravilloso, muchas tumbonas y zonas chill out al aire libre, donde relajarse después de realizar cualquiera de las prácticas que hubieras elegido. Yo esperaba más. Más gente, más puestecitos hippies, más puestos de comida… Aunque para la gente que asistió al evento bastante había con lo que había, pues poco hubieran vendido…
Al llegar paseamos un poco para explorar un poco el lugar, tomar un par de fotos y hacer tiempo hasta que empezara la clase de yoga. Al final, como había tan poca gente, Carlos se animó también y se apuntó a practicar conmigo. Al principio hacía un poco de aire desapacible que impedía que el solecito tan rico que estaba haciendo calentara nuestros huesos, pero en cuanto empezamos la clase el viento se calmó un poco y el calor se empezó a notar.
No era el día más indicado para mí ya que había trabajado en turno de noche y había dormido apenas tres horas, me sentía cansada y con pocas fuerzas, pero me propuse disfrutar de la práctica en plena naturaleza y absorber la energía del aire, del cielo, de los árboles… Y me encantó. Al ser poquitos (6 personas), teníamos espacio de sobra y la clase fue sencillita por suerte para Carlos que no había hecho más que un par de asanas en casa algún día-después de yo mucho insistir-, y por suerte para mí también que no tenía el día más apropiado para meterme caña.
La chica se llamaba Vikki. Era muy cercana, de ojos claros y sonrisa cálida. Su forma de dar clase era bastan libre, más de que cada uno explore su bienestar dentro de las posturas, sin forzar. No como mi clase de Iyengar, a la que voy regularmente, que me parece mucho más exigente. En esta ocasión era Vinyasa y me pareció un yoga más amable, más como en los tutoriales de Yoga with Adrien con los que yo me apasioné por el yoga.
No soy muy de sonidos vibratorios. Me producen una sensación extraña. Pero el de los cuencos tibetanos en la relajación final me ayudó a devolver mi atención al presente, contribuía a mi bienestar.
Le pedí una tarjeta a Vikki. Quizás me anime a asistir a más clases con ella. Aunque me pilla lejos…
Con los músculos oxigenados y estirados nos sentíamos ligeros. Ya no me sentía tan cansada. Un zumo de frutas y verduras, y tumbarnos al sol en los grandes cojines al lado de la piscina completaron lo que mi cuerpo necesitaba y me sentí agradecida. " data-medium-file="" data-large-file="" class="aligncenter size-large wp-image-3309" title="" src="https://laciudaddeelena.files.wordpress.com/2016/05/img_3726.jpg" alt="relax junto piscina" />
Con los músculos oxigenados y estirados nos sentíamos ligeros. Ya no me sentía tan cansada. Un zumo de frutas y verduras, y tumbarnos al sol en los grandes cojines al lado de la piscina completaron lo que mi cuerpo necesitaba y me sentí agradecida.