Hoy, que es 14 de abril, es también buena ocasión para escribir sobre esa contradicción constitucional de reconocer que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” cuando todas las instancias del Estado actúan subordinadas al poder de obispos y jerarcas eclesiásticos. Que España es un Estado sin religión oficial es otra mentira establecida en la Constitución; todos conocemos una realidad bien distinta. Con la aconfesionalidad española pasa lo mismo que con la “vivienda digna y adecuada” o el derecho “al trabajo y a la remuneración suficiente para satisfacer necesidades”. Hay artículos constitucionales que están de adorno.
Resulta que el Estado recauda impuestos para que la Iglesia se financie, le exime de pagar determinados impuestos y ampara su avaricia inmobiliaria; los gobiernos fomentan la enseñanza del catecismo en las escuelas y ceden horas de emisión gratuita en las televisiones públicas para que la jerarquía del santo cilicio lance sus mensajes tipo: no folles, no abortes, comulga y sé sumisa.
Tenemos un Estado tan aconfesional que sus representantes prometen o juran sus cargos en presencia de crucifijos, los funerales de Estado son liturgias católicas y los gobiernos, a petición de cofradías y hermandades, se permiten la gracia de conceder indultos cuando llega la Semana Santa. Tenemos también corporaciones locales que cierran calles y se convierten en colaboradoras necesarias, que favorecen y participan en ese viacrucis interminable de procesiones y actos católicos. No falta esa ministra que, ante su incapacidad resolutiva, se encomiendan a la virgen para acabar con el paro o un ministro que concede la medalla del merito policial a otra virgen. Hoy que es 14 de abril, prensa, radio y televisión apenas si dejan espacio para otra cosa que no sea fútbol y crucifixión. Estamos rodeados por dos fanatismos: el balompédico y el católico. ¿Quién dijo aquello de pasa de mí este cáliz?
Siendo la calle de todos, por estas fechas, es solo de ellos. Una vez más, otra, la calle es tomada por ese cortejo singular formado por hileras de ediles pavoneándose al son que marca la banda y los capirotes. Cuando pasen estos días, se precisa de una corriente de aire limpio y fresco que ventile las calles de pueblos y ciudades de tanto olor a incienso, cera derramada y fanática beatitud.
Ciudadanos que no participamos de estos festejos ni creencias, aceptamos la libertad de los católicos para sus celebraciones. Otra cosa es la percepción que tengamos de sus abusos por obra y gracia de una supuesta mayoría católica o del uso que, de estos actos, hacen los políticos. Porque volviendo a la patraña del Estado no confesional, parece un desajuste la presencia de tanto cargo público en los actos religiosos y la presencia de tanta simbología cristiana en los actos políticos. Vivimos atenazados por una aparente mayoría católica y por el excesivo poder de una jerarquía eclesiástica que es todo un compendio de amor y fraternidad como ese obispo experto en amoríos entre hombres y perros.
Hoy, que es 14 de abril, como cualquier otro, es un buen momento para reivindicar que cuando se apruebe una nueva Constitución, entre otras cuestiones reales, se garantice que nuestra democracia no se arrodille ante los rituales de una confesión religiosa, por mucha presencia que ésta haya tenido en nuestra historia, que se rechace cualquier religión de Estado y que éste se comprometa a no mantener, favorecer o auxiliar a ninguna de las iglesias.
Es 14 de abril, escucho a China Moses: