Un grupo de personas con un pasado en común se reúnen después de 20 años, al principio todo va bien, pero empiezan a surgir viejas heridas y frustraciones que ponen de manifiesto que aunque siguen siendo las mismas personas nunca podrán recuperar esos momentos felices que vivieron.
Que una película refleje unos diálogos tan naturales, tan vivos y que fluyan tan bien es algo que tiene mucho mérito, la mayoría de las películas tienen diálogos "de película", cosas que nunca diríamos en la vida real, y no me parece mal, hay algunos de esos diálogos que me encantan porque son pura ficción o fantasía, sin embargo en una historia como ésta que es absolutamente realista funciona mucho mejor el diálogo real, ver como un actor corta al otro o hablan a la vez, hace que la película sea especial y atrayente como retrato humano.
Nos retrata porque sabe reflejar los problemas generacionales que provoca la convivencia entre padres e hijos y también habla sobre una generación que tenía ideales, que vivieron en comunas, practicaron el amor libre y vivieron experiencias que no tienen nada que ver con su vida actual, el reunirse les hace recordar todo aquello y surgen los conflictos entre ellos y también con sus hijos, al final el fin de semana que parecía que iba a ser una balsa de agua de nostalgia y recuerdos perdidos se convierte en una idea nefasta.
Películas como ésta me hacen recuperar la esperanza por el cine español y sobre todo por los intérpretes, aunque a veces se echen de menos (la mayoría de los actores jóvenes españoles son pésimos), tenemos buenos actores jóvenes y mayores, como el gran Juan Diego y Alex Brendemühl, que son los que más me han impactado en esta película, aunque los demás no se quedan cortos.
El final me resultó desconcertante pero después de escuchar al director hablar sobre ello conseguí apreciarlo llegando a entender lo que pretendía.