Pronetario según la ilustración de una artículo de 2006, que Carlo Revelli publicó en el blog colectivo AgoraVox.
Espectadores vuelve al ruedo online un mes y medio después de haber cerrado su temporada 2015. El nuevo año editorial arranca en pleno proceso de reorganización nacional que la alianza Cambiemos inició apenas asumió el gobierno, el 10 de diciembre. Las resoluciones en materia de comunicación pública amplificaron el discurso monolítico de las corporaciones mediáticas y limitaron el alcance de las voces disonantes. Vale entonces sentar posición en un contexto muy distinto de aquél que enmarcó el nacimiento y crecimiento de este espacio.
Cuando fueron novedad a principios de 2000, los blogs se anunciaron como una herramienta de publicación sencilla, capaz de alterar -aunque sea un poco- la conformación de la denominada ‘agenda periodística’. A mediados de esa década, Joël de Rosnay y Carlo Revelli publicaron en Francia el libro La révolte du pronétariat o La revolución del pronetariado, sobre la “nueva lucha de clases” entre los propietarios y directivos de los grandes medios (“infocapitalistas”) y los pequeños productores de contenidos y servicios online (“pronetarios”).
A nivel global, las esperanzas depositadas en la denominada blogósfera chocaron contra dos fenómenos adversos, casi simultáneos: el uso de la nueva herramienta con fines de marketing o publicitarios, y el creciente protagonismo de Facebook, Twitter y demás redes sociales.
Entre los blogs argentinos que evitaron la pronosticada extinción, se encuentran aquéllos cuyos autores valoramos los esfuerzos del kirchnerismo por diversificar la comunicación social. De manera más o menos sistemática, estos bloggers participamos de la discusión sobre la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, sobre la constitución de un nuevo mapa vernáculo de medios, sobre la dicotomía entre el ejercicio independiente y militante del periodismo.
Fuimos alternativos y críticos para los compatriotas convencidos de la existencia de un statu quo mediático históricamente pernicioso. Fuimos oficialistas, oportunistas, cómplices y/o bobos para los compatriotas que entendieron la “batalla cultural” K como un ataque a la libertad de expresión en general y a los periodistas serios en particular.
Desde la primera perspectiva, nuestros espacios honraron el espíritu revolucionario que De Rosnay y Revelli reivindicaron en su libro ahora pasado de moda. Desde la segunda, provocamos tanta o más desilusión que la porción de blogósfera devenida en plataforma de marketing corporativo.
A fin de año Mauricio Macri firmó un Decreto de Necesidad y Urgencia para derogar artículos de la también llamada “Ley de Medios”, disolver la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual y anunciar el reemplazo de la norma y del mencionado organismo de control nacional. Semanas antes, el entonces flamante ministro de Telecomunicaciones Oscar Aguad había adelantado la resolución del Primer Mandatario.
“Una ley del Congreso no puede limitar la capacidad del Presidente” sostuvo el funcionario al día siguiente de haber asumido su cargo, y a contramano de la definición elemental del concepto de ‘Estado de Derecho’. En esa misma oportunidad prometió que las empresas deseosas de invertir “podrán competir libremente” y deslizó: “trataremos de ayudar” a los medios más pequeños.
El DNU N° 267/2015, el cambio de autoridades de los medios públicos y la reformulación de la línea editorial de la radio, televisión y agencias de noticias estatales iniciaron el proceso de “deskirchnerización” cultural que Cambiemos prometió para garantizar la libertad de expresión y la representación “de todas las voces“. Los ciudadanos argentinos apostados en la vereda opuesta sentimos que estas medidas y el discurso que las justifica nos retrotraen al tiempo en que el noticiero del viejo Canal 9 aseguraba conocer “las dos caras de la verdad“.
El lema pergeñado por el zar Alejandro Romay sintetizaba -sigue sintetizando- la idea de que sólo cierto periodismo sabe contar la realidad tal cual es, incluida su faceta oculta. Ese periodismo se declara inmune al juego de intereses económicos, corporativos, políticos que condiciona la definición de -y el acceso a- la verdad. Quienes lo ejercen y defienden se parecen a los evangelistas que se proclaman voceros exclusivos de un Dios indiscutible.