La economía política de la globalización está cocinando un mundo que se encomienda --sin saberlo, sin admitirlo abiertamente, sin poder evitarlo quizá-- al establecimiento de una Renta Básica Universal (RBU), un salario mínimo garantizado para todo ser humano por el mero hecho de estar vivo. Los movimientos altermundistas lo reclaman cada vez con más fuerza como la medida definitiva y garantista de la igualdad y contra la pobreza. La RBU --argumentan-- supondría un ingreso mínimo legal incontrovertible que permitiría la superviencia a todo ser humano, sin límite temporal, sin condiciones ni contraprestaciones previas de ninguna clase. Para quienes la reclaman, el hecho de involucrar el concepto de universalidad tiene la ventaja de que suena a principio absoluto, a Revolución Francesa, a Refundación del Sistema (así, con mayúsculas), y además suena a refriega victoriosa ante las narices del poderoso. Pues claro, ante algo tan bienintencionado, tan definitivo, es difícil no engancharse.
Hasta aquí el planteamiento teórico y, por tanto, reivindicativo. Ahora viene la letra pequeña, la que no se suele mencionar en voz alta pero que, aun así, actúa como condición necesaria:
1. ¿Quién tendría derecho a percibirla? Si se plantea como universal y es una medida gubernamental, está claro que los nacionales con y demás gente con los papeles en regla. Es decir, hablamos de una legislación estrechamente vinculada a los Estados-Nación que prolongaría innecesariamente su agonía como agentes de la política económica de la globalización. Su implantación sería la consecuencia de una promesa electoral estrella, el resultado de una revuelta, pero nunca una reacción racional y planificada ante determinadas evidencias de la coyuntura económica.
2. ¿Se percibiría por el mero hecho de existir y durante toda la vida, o más bien estaría condicionada a la concurrencia de una serie de circunstancias vitales? Hay quienes defienden lo primero contra toda lógica, puesto que esto es algo absolutamente inconcebible desde todos los puntos de vista. La RBU como una renta para quienes carecen de todo ingreso en riesgo o situación de exclusión social (la legislación tendría que establecer los diversos grados admitidos) es algo bastante más factible y realista. La principal diferencia con las prestaciones por desempleo y la razón que explica el amplio consenso que suscita es que no es una renta decreciente, limitada en el tiempo ni depende de que haya que demostrar documentalmente que se cumplen determinados requisitos. La RBU es para unos el sueño populista de un ingreso por la cara, para otros la dignificación definitiva del ciudadano. Pero si resulta que la RBU no es para toda la vida y se percibe en determinadas circunstancias ya la tendremos liada...
3. ¿Qué criterios se seguirían para determinar el derecho o no a percibirla? Alguien tendría que poner negro sobre blanco los límites, los requisitos y los controles (como en cualquier norma legal, esto no es una novedad). Y entonces, ¿cómo evitar que la RBU se convirtiera en un complemento a los ingresos provenientes de la economía sumergida?
Y finalmente la pregunta del millardo: 4. ¿Qué cantidad es digna de ser llamada RBU? No podría ser tanto que desincentivara la búsqueda de trabajo, pero tampoco muy baja, porque tendría que permitir una subsistencia básica. Y en ese caso, ¿percibirían todos lo mismo sin atender a edad, estados civiles, compromisos de pago adquiridos, circunstancias familiares y/o personales? ¿Quién va a decidir todo esto? ¿El gobierno de turno? ¡Qué sabrá esa gente lo que cuesta sobrevivir!
La letra pequeña de la RBU no se diferencia en nada --repito, en nada-- de cualquier otra reivindicación de una prestación económica: salarios, tarifas de servicios básicos, extensión de beneficios sociales sujetas a gratuidad y universalidad... Además, todo lo de la RBU tendrá que debatirse y fijarse mediante una ley: negociar, reformar, reivindicar, rebajar, conceder, desvirtuar, formar comisiones de expertos, dar conferencias, hacer declaraciones, soportar debates y rifirrafes... No nos engañemos: la RBU no es La Reivindicación Social Definitiva con mayúsculas, es una reivindicación más, una reacción --comprensible por otro lado-- ante el panorama de precariedad laboral que apunta el futuro. La RBU no tiene nada que ver (ni está conectada) con las reivindicaciones obreras en los tiempos de la Revolución Industrial (salud, convenios, vacaciones, jornadas, seguridad...). No es una solución, no es un hito, no es un antes y un después en la justicia social, pero hay tantas esperanzas puestas en ella que parece que lo sea. Me pregunto qué dirán sus argumentadores/reivindicadores actuales cuando comprueben que no habrá servido para minorar la desigualdad y que la pobreza seguirá extendiéndose como un meme viral imparable.
Ahora repasemos los argumentos desde el lado de la oferta: la RBU se alinea peligrosamente --no sé si con suficiente consciencia-- con la tendencia global de la economía política que hace del trabajo humano un recurso incrementalmente prescindible. Cada vez más economistas se atreven a formularlo en voz alta, incluso a ponerlo por escrito: en el futuro será suficiente con que trabaje un 15% de la población activa para mantener la producción en todos los sectores del mercado. Y cuando digo todos quiero decir TODOS. La cosa ya no irá de que la política económica y la emprendeduría privada sean capaces de alinearse para crear puestos de trabajo con el objetivo irreal del pleno empleo (el mantra electoral y de gestión de cualquier político y emprendedor), sino que bastará con tener a unos cuantos trabajando para que todo funcione tan ricamente, porque el resto lo hará la tecnología. El resto, los que no hace falta que trabajen, para que no se sientan discriminados, serán considerados y tratados como usuarios/consumidores de pleno derecho (igual que los que perciben rentas por su trabajo), y por obra y gracia del miedo a perder la miseria de la RBU se les mantendrá alejados de tentaciones revolucionarias, con su descontento bajo control y dentro de los límites --con uno o con los dos pies, eso ya se verá-- del mercado de consumo.
A esa élite que percibe rentas del trabajo habrá que hacerles la pelota y pagarles razonablemente bien, ya que de lo contrario podrían entrar en una dinámica insana que les llevara a cuestionarse sus años de dura (y cara) formación para mantenerse ellos mismos y a una mayoría que no es necesaria ni interesa que trabaje, incluso preferir pasarse al bando de los subvencionados por la RBU (alguno habría). Y así las cosas, todavía habrá quien se queje porque la RBU esté al nivel de un salario de subsistencia, ignorando que la Teoría del valor de David Ricardo hace siglos que demostró por qué los salarios nunca superarían ese umbral. A estos insatisfechos permanentes los políticos tendrán que repetirles una y otra vez que los ingresos son escasos, que hay que repartir, la solidaridad, la justicia y bla, bla, bla....
¿De verdad la RBU es la solución? ¿No es más bien una reivindicación que encaja con perversa precisión con el tipo de sociedad que perfilan la globalización, los recursos menguantes y una demografía imparable? ¿A qué tipo de sociedades dará lugar una economía de salarios por decreto? ¿En qué clase de personas se convertirán los beneficiarios de una RBU garantizada? ¿Qué pasará si se prolonga durante una generación o más? ¿En qué extraña sociedad distópica --anticipadas por el cine y la literatura con más o menos fortuna-- nos habremos convertido?
Sin duda la ética será una de las primeras víctimas de esta refriega. La RBU puede que sea una solución para millones de desheredados del sistema, pero también dará lugar a comunidades de mantenidos, sin iniciativa, en el umbral de la supervivencia, enquistados y anclados por obligación en un consumo de subsistencia. Los subsidios actuales (regulados y limitados) cumplen una función muy parecida a la de la RBU, pero lo que es más importante: obligan a gobiernos y emprendedores a seguir fingiendo que cuentan con todos nosotros para trabajar, lo cual les hace parecer patéticamente divertidos.
Con la RBU implantada durante tiempo suficiente, ¿cuánto tardará en llegar el iluminado de turno que diga que somos demasiados, que sobra gente? No es que la RBU sea una mala idea, pero acabará naturalizando unas condiciones de desigualdad, paternalismo y autoritarismo radical que asustan.
Revista Informática
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