“Llevo ocho años en la Corte; por eso meses atrás tomé la decisión de retirarme a fin de año para dedicarme exclusivamente a la actividad académica. Hoy, después de este escándalo, no puedo ni debo abandonar mi función… No nací en la Corte ni moriré en la Corte, pero me tendrán por un tiempo más: si me fuera, estaría dando la peor lección de mi vida”.
Eugenio Raúl Zaffaroni postergó tres años su renuncia al cargo de ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Con estas palabras, Eugenio Raúl Zaffaroni cerró la clase magistral que brindó en el aula magna de la Facultad de Derecho de la UBA a mediados de 2011 para agradecer la expresiones de solidaridad hacia su persona y en repudio a la intentona destituyente anidada en la denuncia de proxenetismo que impulsó el titular de la Fundación Alameda, Gustavo Vera. Desde entonces, quienes seguimos de cerca el trabajo de divulgación que este juez de la Corte Suprema lleva adelante en su tiempo libre nos preparamos para la noticia que los medios difundieron hoy viernes: la presentación de la renuncia a la Presidenta de la Nación.
Desde aquel 11 de agosto de 2011, el magistrado recordó su decisión postergada, cada vez que pudo, ante la prensa y en ocasión de alguna conferencia o charla abierta. La última vez fue a medidados del presente octubre, durante la despedida de los restos de otro magistrado supremo, Enrique Petracchi.
En el transcurso de esta semana, algunos periódicos informaron que el Gobierno nacional inició las gestiones administrativas pertinentes para que Zaffaroni nos represente en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. De esta manera dieron por sentada la aceptación de la dimisión que adquirió status formal hoy, a partir de la difusión de la carta que el penalista le envió a Cristina Fernández de Kirchner*.
Aunque confirma un anuncio reiterado durante más de tres años, la misiva conmueve a los admiradores de Don Raúl en tres sentidos fundamentales. Por un lado, experimentamos una sensación de orfandad que crece ante las especulaciones sobre el futuro de una Corte irreductible a los cuatro integrantes que permanecen en sus puestos: Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Juan Carlos Maqueda y Carlos Fayt. Por otro lado, nos alegra leer que el penalista siente “urgencia por volver a la actividad académica, tanto en el país como en la Patria Grande, en la esperanza de poder ser de mejor utilidad para nuestros Pueblos, fuente única de soberanía y, obviamente, de nuestros mandatos”.
Al tercer sacudón emotivo lo provocan los párrafos que fundamentan la decisión de privilegiar la labor docente.
Es indispensable formar a muchos hombres y mujeres jóvenes para que, desde el atalaya de nuestra posición en el mundo, en este siglo crucial para toda la humanidad, sean capaces de continuar reflexionando y actuando el derecho mucho más y mejor que nosotros, en pos de la reducción de los niveles de desigualdad y violencia.
Estamos asistiendo en nuestro país a una nueva Reforma Universitaria que incluye a las clases trabajadoras y humildes, y el saber jurídico no debe permanecer ajeno a este movimiento de revolución pacífica y silenciosa. El sendero de dignidad, que en lo ético las Madres y las Abuelas marcaron en nuestros peores momentos del siglo pasado, debe acutalizarse en forma permanente y plasmarse en el pensamiento y el sentimiento jurídico de las nuevas generaciones, en especial en las de los estamentos sociales que tendrán mejor voz en razón de la extensión del acceso a la Universidad.
Estimo que la justicia -y el derecho en general- no profundizarán su democratización sin un cambio cultural que, ante todo, debe provenir de sus propias fuentes de producción académica”.
Consecuente con su manera de entender la condición humana y su historia, el delito y la criminología, Zaffaroni subraya la necesidad de reducir la desigualdad y violencia (institucional, nos permitimos agregar en este blog), apuesta a la formación de las nuevas generaciones -en especial a aquéllas de las clases populares-, reivindica el ejemplo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, aspira a una revolución cultural que consiga democratizar la justicia.
Sin dudas vamos a extrañar -también necesitar- a un miembro de la Corte Suprema con esta mentalidad. Por suerte conservamos al Maestro capaz de sembrarla en cerebros jóvenes, inquietos, críticos, abiertos al cambio intelectual, social, político que rescate a la humanidad de su propio potencial destructivo que la (nos) coloca al borde de la extinción.