En diciembre de 2010 algo cambio en el mundo árabe. Una súbita ola de protestas sacudió paulatinamente los gobiernos de la región. Miles de personas ocupaban calles y plazas. Las proclamas de cambio, durante años silenciadas, llegaban ahora a los oídos de todo el mundo. El sentir era general. Sin embargo, tras una mirada atenta, los contextos en los que se desarrollaban estas protestas no eran tan simétricos. Los procesos de raíces comunes tenían finales totalmente distintos. La institucionalización de la tan ansiada democracia se presentaba en algunos lugares como una posibilidad más compleja que en otros. Incluso los tan odiados antiguos dictadores han tenido los más diversos destinos. Posible era para ellos tanto conseguir un exilio dorado como acabar entre rejas o sencillamente muerto. En esta serie de artículos abordaremos precisamente esa parte de las revueltas. ¿Quién son estos caídos dictadores? ¿Qué ha sido de ellos? Centraremos nuestra atención en Egipto, Túnez y Libia. Es decir, en Hosni Mubarak, Zine El Abidine Ben Ali y Muamar El Gadafi.
Hosni Mubarak. Un faraón por 30 años
El 4 de mayo de 1928 nacía en el seno de una familia egipcia burguesa Muhammad Husnï Sayyid Mubarak, o como seria conocido años más tarde por todos los egipcios Hosni Mubarak. Este despierto e inteligente muchacho, ya desde una temprana edad, se vería atraído por el mundo castrense. Con tan solo 19 años, en 1947, ingresaría en la Academia Militar Egipcia con el claro propósito de convertirse en soldado profesional. En 1949 obtendría la graduación en ciencias militares, y un año más tarde en oficial piloto de la fuerza aérea egipcia.
El aprendizaje de Mubarak era rápido y durante la década de los años 50 desarrollo diversos mandos en la fuerza aérea egipcia. Recordemos que en 1953 se produciría el golpe militar del movimiento de los oficiales libres. El ejército se convertiría en un elemento clave en el devenir egipcio desde este momento. La política nasserista marcaría el inicio de un nuevo periodo en la historia del país, al que Mubarak no sería ajeno. No hay constancia de que el joven oficial participara en los enfrentamientos de la Crisis de Suez. Aunque si es conocido que Mubarak fue enviado a la URSS entre 1959 y 1961 a un programa de adiestramiento especial. Moscú se había convertido en el principal proveedor de armamento del régimen de Gamal Abdel Nasser. En 1964 Mubarak sería enviado de vuelta a la Unión Soviética.
Fotografía de un joven Mubarak teniente de la fuerza aérea
A su regreso, dos años más tarde, paso a ocupar rangos de mayor responsabilidad dentro del ejército del aire. Desde ellos asistiría impotente a la casi total aniquilación de la flota aérea durante la Guerra de los 6 días en junio de 1967. Israel infligió una humillante derrota al ejército egipcio. Sin embargo, en contra de lo que se podría esperar, este hecho no afecto a su carrera y en 1969 era nombrado jefe del estado mayor de la fuerza aérea. Solo tres años más tarde, y ya bajo el gobierno de Sadat, Mubarak obtendría el título de comandante en jefe de la fuerza aérea. El ambicioso militar llegaba así a la cima de su carrera en el ejército. No obstante, Mubarak planeaba ya su siguiente ascenso. Su primera oportunidad se presentaría solo un año más tarde, cuando durante la guerra del Yom Kippur Mubarak fue presentado por la prensa egipcia como un héroe nacional. A pesar de la derrota final sufrida de nuevo frente a Israel los medios querían presentar la imagen de un ejército comprometido que había mostrado un gran ímpetu durante la guerra. Mubarak seria uno de los elegidos para representar esta imagen. El gran público egipcio comenzaba a conocer al militar, un año más tarde agregaría a su hoja de servicios el galón de teniente general.
El año 1975 seria clave para Hosni Mubarak. Sadat ya había iniciado la ruptura con el modelo anterior nasserista de política exterior. Egipto que hasta entonces había intentado ser un baluarte antimperialista y modelo de referencia panárabe, intentaba ahora proyectar una nueva imagen de entendimiento con los países occidentales. Posicionarse como un aliado clave de Washington en la región. Mubarak, que a diferencia de la mayor parte del alto mando militar no procedía del movimiento de los oficiales libres que habían realizado la Revolución antimonárquica, se posicionaba como un apoyo idóneo a la nueva política de Sadat. El 15 de abril de 1975 era nombrado vicepresidente de la República de Egipto. Mubarak entraba así de lleno en la arena política nacional. Durante los siguientes años su nuevo cargo le llevaría a trabajar en pro de los acuerdos de Camp David y la normalización de las relaciones con Israel o a tratar de explicar a los regímenes de la región el porqué del cambio en la política exterior egipcia. Mubarak mostro total sintonía con la nueva política de Sadat durante estos años.
Anwar El-Sadat, Jimmy Carter y Menachen Begin durante la firma de los acuerdos de Camp David
Sin embargo, el 6 de octubre de 1981 un verdadero terremoto sacudiría la escena política nacional. Aquel día Sadat y los más altos cargos de su gobierno presidian un desfile militar conmemorativo. La ceremonia se había planificado por todo lo alto y unos 100.000 egipcios habían acudido para el espectáculo. Todo se desarrollaba en calma. Nada ni nadie podía presagiar que aquel día iba a marcar la política nacional durante las siguientes décadas. En un momento del desfile militar unos soldados saltaron inesperadamente de un camión, y antes de que la seguridad presidencial pudiera reaccionar dispararon y lanzaron granadas contra la tribuna del presidente. Sadat y otras 10 personas perdieron la vida en el atentado. Mubarak, asombrosamente, salió prácticamente ileso del ataque.
Video del atentado, perteneciente a los archivos de Radio Televisión Española
Las horas siguientes al ataque fueron cruciales en el devenir político del país. No obstante, Mubarak se mostró extremadamente ágil y ya en la noche del 6 de octubre logro que el Buro del Partido Nacional Democrático, que había fundado Sadat, le designara como sucesor oficial del jefe de estado. Incluso el mismo se encargaría de anunciar por televisión la convocatoria de un referéndum a 60 días vista, como mandaba la constitución, para validar su candidatura como jefe de estado. El relevo era claro, Mubarak sin apenas oposición seria el nuevo presidente.
Ya desde la presidencia Mubarak, con la intención de asegurar su pleno control sobre el país, reestablecería el estado de emergencia que Sadat había levantado el año anterior. Gran cantidad de derechos y libertades se verían restringidos. Mubarak haciendo gala de su marcado carácter castrense optaría por la vía de la dura represión para luchar contra los sectores islamistas, que se suponía estaban tras el magnicidio del 6 de octubre. Muchos egipcios aún no habían perdonado a Sadat el acercamiento a Israel que su administración había iniciado.
Sin embargo, el régimen ajeno a toda crítica cerraba filas sobre sí mismo y Mubarak en un discurso ante la asamblea nacional, el Majlis, dejaba claro que las líneas políticas maestras iniciadas por Sadat iban a ser continuadas. El tratado de paz con Israel se consideraba un triunfo diplomático. En el terreno económico las políticas de corte liberalizador iniciadas por el anterior gobierno pretendían ser mantenidas. La reducción del sector público o la eliminación de los amplios subsidios a los productos básicos, cuestión tremendamente sensible, se mantenían en la agenda de gobierno.
En 1982 Mubarak ya se había hecho plenamente con las riendas del estado egipcio, buena prueba de ello fue la confianza que la Casa Blanca puso en su figura. En febrero de ese mismo año Reagan recibía al presidente egipcio, renovándose y ampliándose la asistencia económica estadounidense al país del Nilo. Pronto Egipto se convertiría en uno de los países del mundo más subvencionados por los Estados Unidos, solo siempre superado por Israel.
Hosni Mubarak junto a Ronald Reagan en su primera visita a la Casa Blanca como presidente
Respecto al mundo árabe la línea continuista de Mubarak despertaba grandes recelos. La traición que para muchos había supuesto la paz egipcia bilateral con Israel aún estaba sobre la mesa. Egipto suspendido de la Liga Árabe se enfrentaba al ostracismo de la región. Solo la histórica visita de Arafat en diciembre de 1983 a El Cairo, tras su expulsión del Líbano, ayudaría al inicio del cambio en la situación. En 1984 Mubarak recibiría otro gran espaldarazo al restablecer las relaciones diplomáticas con Jordania.
Por tanto, en los primeros años 80 podemos afirmar que Mubarak logro paulatinamente un reconocimiento cada vez más amplio de su gobierno. En el plano interior primaba la represión y un alto apoyo en la burocracia militar, con la que Mubarak se sentía más cómodo. Gracias al inestimable soporte del ejercito el presidente logro en 1986 hacer frente a las protestas policiales contra el gobierno, unos 17.000 oficiales se amotinaron exigiendo mejores pagas. Los mandos militares apoyaron a Mubarak y la revuelta se saldó con unos 1.300 detenidos y centenares de muertos.
Un año más tarde el gobierno egipcio lograría un avance decisivo cuando en noviembre de 1987 la Liga Árabe en XVI cumbre acordaba que sus estados miembros podían reanudar libremente sus relaciones con El Cairo.
No obstante a medida que Egipto lograba mejorar sus relaciones con sus vecinos regionales, otros problemas iban apareciendo en el horizonte del país. A finales de la década de los 80 la economía nacional no se encontraba en su mejor momento. Corrupción generalizada y una industria altamente ineficiente eran las principales características de la misma. El PIB que en el año 1983 había crecido en un 8,9% había ido reduciendo año tras año estas ratios hasta crecer en 1992 solo un 0,3%. Algo fallaba en la economía nacional. El gobierno con graves apuros financieros se vio obligado a acudir al Fondo Monetario Internacional, el cual a cambio de su asistencia impuso al país fuertes subidas en el precio de los carburantes, la electricidad y los alimentos básicos. La nueva década empezaba con claras evidencias de descontento en la sociedad egipcia. El estado en los primeros años 90 tendría que volver a hacer frente a una nueva ola de terrorismo islamista. Desde simples policías hasta las más altas instituciones estatales fueron atacadas. E incluso el turismo occidental, hasta ahora siempre respetado sufría atentados. En la memoria colectiva permanecen sucesos como los del 18 de abril de 1996 cuando 18 turistas griegos fueron ametrallados en El Cairo o como los del 17 de noviembre de 1997 cuando 58 turistas de varias nacionalidades, en su mayoría suizos, fueron asesinados a tiros en el Templo Hatshepsut en Deri El Bahari, cerca de Luxor.
Periódico suizo en el que se recoge la noticia
El estado egipcio, con el habitual talante de Mubarak, respondió al desafío con una brutal política de represión y guerra sucia. Muchas organizaciones internacionales acusaron al gobierno de cometer torturas, violaciones y ejecuciones extrajudiciales durante las campañas antiterroristas. El propio Mubarak se vio envuelto en esta guerra y el 26 de junio de 1995 durante una visita oficial a Addis Abeba su coche oficial fue atacado por un comando terrorista. El Mercedes blindado del presidente sufrió multitud de impactos de bala e incluso varias granadas fueron arrojadas contra el mismo. Dos agentes de la escolta presidencial murieron en el ataque y solo la pericia del chofer logro que el presidente saliera ileso del atentado. Los años 90 son considerados por muchos analistas como ¨años de plomo¨, ya que solo a partir de 1998 las fuerzas policiales comenzaron a controlar la situación.
En el plano exterior la nueva década comenzó marcada por la Guerra del Golfo, un hecho que afectaría a toda la región. Egipto en este momento ya había normalizado sus relaciones diplomáticas con todos sus vecinos y esto le permitió asumir un rol protagonista en la gestión de la crisis. Además, debemos recordar que el régimen de Mubarak mantenía muy buenas relaciones con la Casa Blanca, lo cual hacía a ojos de los Estados Unidos que el país fuera un perfecto candidato a integrarse en la coalición internacional que se desplegaría durante el conflicto. El país del Nilo aportaría 35.000 de los 52.000 soldados que integrarían la fuerza árabe de la alianza internacional. El presidente Bush, padre, sabría compensar la ayuda egipcia en la coalición que permitió derrotar a las fuerzas iraquíes. 7.000 millones de dólares de deuda militar fueron condonados al gobierno egipcio, las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo hicieron lo propio y en total Egipto rebajo en 15.000 millones de dólares su deuda externa. La decisión de Mubarak de apoyar a los Estados Unidos había sido claramente rentable, más si cabe en unos momentos difíciles para la economía nacional. En crisis y azotada por un terrorismo que suponía grandes pérdidas al sector turístico.
En el plano interior destacar como durante toda la década la sociedad egipcia siguió sufriendo las consecuencias de los draconianos planes de ajuste que el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional ¨recomendaban¨ al estado. La liberalización de los aranceles, la devaluación de la moneda, la introducción de un I.V.A con un tipo básico del 10% o la eliminación de subvenciones a la energía y los productos básicos fueron algunas de las medidas que incluían estos planes. Por lo pronto en 1995 la electricidad ya se había encarecido en un 53% y la gasolina en un 33%. El gobierno consideraba objetivo primordial controlar en abultado déficit del estado egipcio. Y si bien es cierto que paulatinamente la economía fue creciendo, también es llamativo como este crecimiento no se vio reflejado en mejoras sustanciales del nivel de vida de los egipcios. El paro, aunque siempre maquillado en las estadísticas gubernamentales, no dejaba de crecer año a año. Miles de jóvenes no lograban integrarse de manera efectiva en el sistema productivo, el desarrollo económico no era capaz de conseguir un verdadero bienestar para una población que aumentaba a un ritmo acelerado. Esta situación se convertiría en una constante en las siguientes dos décadas.
Sin embargo, la llegada del nuevo siglo y el cambio de la política exterior estadounidense a raíz del 11-S abría la agenda del gobierno egipcio a otros problemas alejados del campo social. Los planes de invasión de Irak obligaban de nuevo, al igual que la Guerra del Golfo, a tomar una posición concreta como gobierno respecto a la crisis. No obstante esta vez Mubarak rehusó integrarse en la coalición internacional que comandaba la Casa Blanca. La opinión publica general en el mundo árabe era tremendamente contraria a la intervención, de hecho el mismo día que se iniciaban las hostilidades la policía cairota se veía obligada a sofocar una gran manifestación que clamaba contra los Estados Unidos.
Imagen de las protestas contra la intervención en El Cairo
El terrorismo azuzado por el llamamiento de Al-Qaeda contra los gobiernos apostatas volvía a hacer acto de presencia en el día a día egipcio. Y una sociedad cada vez más descontenta exigía cambios en las estructuras gubernamentales. El ejecutivo de Mubarak, pese a las reticencias del dictador, pensaba en realizar algún tipo de reforma política. Finalmente el 26 de febrero de 2005 Mubarak anunciaba, en un discurso televisado, la intención de reformar el artículo 76 de la Constitución nacional. El objetivo era conseguir que por primera vez en la larga historia del país del Nilo los ciudadanos pudieran elegir al jefe del estado.
Múltiples opositores dieron la bienvenida al cambio. Aunque quedaría claro que las elecciones al cargo iban a estar muy lejos de poder ser consideradas como libres, justas y democráticas. El 28 de julio Mubarak anunciaba su candidatura a la reelección y tras una breve campaña el 7 de septiembre de 2005 la candidatura oficialista se proclamaba vencedora por un 88´6% de los votos. A pesar de las claras irregularidades Mubarak se preparaba ya para prestar juramento como Presidente de la República. Diversos mandatarios extranjeros como el presidente Bush celebraban el discutible triunfo electoral. Para muchos egipcios la lectura era clara, el régimen no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión importante. Los comicios habían sido un ejercicio de puro marketing.
No obstante, como es ya de sobra conocido no sería hasta el año 2011 cuando los egipcios al calor de las revueltas en Túnez comenzarían a articular una verdadera oposición en las calles al régimen de Mubarak. Mientras Ben Ali huía a Arabia Saudí miles de jóvenes egipcios se reunían frente a la embajada de Túnez en El Cairo para el celebrar el éxito de la revolución en el país vecino. El régimen quitaba hierro al asunto negando toda posibilidad de contagio. Aunque Mubarak, buen amigo de Ben Ali, ya temía que pudieran producirse revueltas.
Imagen de las protestas que sacudieron el país a partir del 25 de eneroEl de 25 de enero convocado desde multitud de redes sociales se producía el llamado Día de la Ira. Dándose inicio a una serie de protestas que en tan solo 18 días conseguirían lo que nadie había logrado en más de treinta años, el abandono del poder de Hosni Mubarak. Muchos egipcios celebraban ese día la caída del férreo régimen militar que había gobernado Egipto por más de tres décadas. Sin embargo, como los acontecimientos de los últimos años han confirmado el proceso no concluía con la caída del eterno general. Grande sigue siendo el poder del ejército en Egipto. Buena metáfora de la situación que ha vivido y vive el país son los juicios que se han emprendido contra Hosni Mubarak y su entorno más cercano los cuales avanzan o quedan totalmente parados según el poder ejecutivo que el ejército logra acaparar en sus manos. El pasado 27 de septiembre de 2014 se volvía a aplazar la lectura de la sentencia final contra el dictador. Alargándose un proceso que ya dura tres años y que parece confirmar que Mubarak y su entorno cuentan aún con poderes aliados que evitan que el dictador acabe sus días entre rejas.