Las mujeres han prestado al jazz una voz más sensual y dúctil que la que se podía escuchar de los varones, un punto de turbación y sentimiento que acerca la sofisticación jazzística a la raíz del blues más genuino.
Billie Holiday con su quejido amargo, doliéndose por sus muchas heridas sentimentales en “My man” o” Stormy Weather”; es la voz más emocionante del jazz, que nació y murió en la marginación segregacionista, una mujer criada en un prostíbulo y detenida por la inquisición anti-droga en su mismo lecho de muerte. Una carrera contra corriente que puso en evidencia el profundo racismo que cimenta la sociedad norteamericana. Aclamada por todos, todos se encargaron de que muriera como un perro.
Ella Fitzgerald, la indiscutible reina del jazz vocal, cuya monumental obra acoge todo el cancionero norteamericano clásico, con los mejores repertorios, los más granados acompañantes y una voz capaz de afrontar cualquier empresa, desde el “Night and Day” de Cole Porter al “Someone to watch over me” de Gershwin.
Dinah Washington, la cantante de personalidad arrolladora, con aquella manera de decir, con esas palabras sardónicas que salían de su boca como directos al mentón de la audiencia, con esa estampa que reflejaba bien claro quién era: una hija del profundo sur que regentaba locales en Harlem mientras despachaba tragos largos y matrimonios cortos. Sus rotundas interpretaciones de “Smoke gets in your eyes” y” What a difference a day makes” dejan claro de qué material estaba hecha.
Sarah Vaughan, aclamada como la más completa cantante del jazz, poseedora de la más depurada técnica, del más amplio registro; una voz forjada en los coros de la iglesia y bendecida en el templo laico del Apollo neoyorquino, donde la propia Ella le dio consejo y tarjeta de presentación para que se codeara con los Gillespie, Parker, Gordon, Blakey y toda aquellos ídolos del “be-bop”, del que llegó a ser dueña y señora
Nina Simone con su ramalazo afrancesado, luciendo esa voz de contralto con un pie en la carnalidad terrestre y otro en la espiritualidad celestial, y el virtuosismo de su piano.
Su debut como cantante sucedió en la capital del juego de la costa Este norteamericana, Atlantic City. Más adelante triunfó en los países francófonos con su particular interpretación del “Ne me quitte pas” de Jacques Brel. De niña ya daba conciertos de piano clásico, lo que no es extraño viniendo de una familia de músicos.
“Love me or live me” y el famoso “My baby just cares for me” dan fe de ello.
Estas cinco damas del jazz vocal se han ganado por méritos propios formar parte de este olimpo particular del jazz. Otras sin duda, seguro, lo merecerán también después de aquilatar con el tiempo todos los méritos que las adornan o les han adornado
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Alejandro Pales Argullós para ZDJ , 2014.
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