
Si hay un fenómeno que me fascina es el hecho de que una película pase de ser considerada un bodrio en su estreno a una verdadera obra maestra del cine pasado un tiempo. De igual manera que me sorprende que ciertos films provoquen el efecto contrario: un exitazo en taquilla cuando en realidad son birrias megalíticas. Y no miro a ningún vampiro anémico ni a ninguna chica de Nueva York obsesionada con zapatos.

Sin embargo, retrocedamos en el tiempo, Doc. ya hemos comentado que Blade Runner (1982) fue víctima de ese factor ‘eclipse’ y de las modas. Unos días antes, se estrenó E.T. El extraterrestre. Golpe bajo para un Ridley Scott que lo dio todo durante 9 mesazos de rodaje. Vale, en este caso al menos E.T mola, pero Blade Runner es un referente de la ciencia ficción, incomprendida por la crítica y por el público. Menos mal que a principios de los 90 fue rescatada por los que entonces eran llamados fanáticos y hoy son etiquetados como frikis en toda regla.
Existe también el factor ‘autismo generalizado’, un idiotismo que envuelve a un público acostumbrado a que se lo pongan fácil. Chico conoce a chica, chico se disfraza de superhéroe, acaba con los malos y se queda con la chica. Y vivieron felices y comieron perdices. Muchos espectadores, sobre todo el sector adolescente, prefieren dejar sus neuronas en standby cuando sientan sus traseros en las butacas. Quieren ver acción, muerte, tetas y destrucción, y ya está. No les pongas Biutiful porque sólo obtendrás dos cosas: un ‘¿ein?’ y una baba. Víctimas de dicha incomprensión social fueron joyitas como Vértigo (1958), Donnie Darko (2001) o El Gran Lebowski (1998), demasiado adelantas a su tiempo, consideradas muy intelectuales y vanguardistas, por lo que fracasaron en el cine. Son aquellos films que no escapan del adjetivo ‘raruno’.

Y aquí entra en juego otra de esas tocapelotas, la señora censura. Gracias a la cual muchas obras maestras encuentran obstáculos para distribuirse en algunos países. Tal y como pasó con La naranja mecánica, que decían generaba sentimientos violentos en los jóvenes. Adolescentes psicópatas los hay en todas partes, en su estado mental, hasta Bob Esponja sería un detonante de su criminalidad.
¿Y cómo se rescata ese tipo de películas fracasadas y pasan a ser objeto de veneración? Mi teoría es que entre la masa hay ciertos ‘iluminati’, muy superiores al resto de humanos, que ven la luz y propagan su visión por el mundo, con el boca a boca, la que siempre defiendo como más poderosa arma publicitaria. Y entonces nos llega. A esto lo llamo el efecto ‘Wikileaks’ cinematográfico.
