Revista Libros

República Jitanjáfora

Por Agora

Me robo mensajes ajenos. Me los copio desde la central que superviso (que es adonde llega cada mensaje de texto que sale de tu teléfono celular y desde donde vuelve a salir para llegar a destino), y tengo un archivo lleno de pedacitos de comunicación ajena. No te asustes, no llego a leer cada mensaje que pasa por la central. Son millones por día, es imposible hacerlo, incluso es imposible seguir un ida y vuelta de mensajes en particular, me volvería loco de sólo intentarlo. No. Lo que hago es pinchar de tanto en tanto en la máquina algún mensaje al azar y lo leo. Intento llevar estadísticas. Puedo ya mismo decir que el 85.7 % de los mensajes son variantes de: «¿Estás viniendo?», «Te mando un besito», «Hola bichi», «¿Llegaste bien?», «Se concretó la venta» y «Comprate una pizza». Naturalmente, se incluyen también mensajes genéricos expresando amor, enojo, todos más o menos iguales, además de sus variantes juveniles, que suelen caracterizarse por la falta absoluta de intención ortográfica: «Oi ke onda?». Un tercio del 14.3% restante comprende imágenes, animaciones y fotografías sin mensaje añadido. Lo interesante está cuando uno encuentra uno de los otros, de ese porcentaje residual que comprende ideas en pequeño, improbables, pero no imposibles.

He preparado una antología comentada que una editorial importante decidió publicar, convencidos de que tal emprendimiento es oro en polvo. «En la era de las comunicaciones, lo importante es decir poco, claro, y sencillo. El libro del mañana se parece a un cuaderno en blanco, páginas que el reflejen el mundo cotidiano del comprador.» Dicho de otro modo, dicen que el libro ideal para cualquier lector aleatorio es aquel que habla de su vida, pero, claro, al verse imposibilitado de redactarlo él mismo, necesita encontrarlo ya escrito por otro.

Yo sospecho que tal cosa es el límite definitivo de la literatura, pero tengo que pagar el alquiler, los servicios y el supermercado, así que acepté y envié un tiempo atrás el primer borrador a la editorial. Me lo devolvieron sin mayores observaciones excepto una serie de párrafos que me piden que quite. Una lástima, a mí me parecen de lo más jugoso, pero comprendo que se salen de la temática costumbrista que la editorial quiere mantener.

El objetivo de incluir esos párrafos censurados en este email es que puedas leer lo que no será leído jamás por el consumidor. Serás la única persona —aparte de mí, y confiando en que nuestros medios sean realmente privados— en coleccionar estos mensajes objetados. Sin más preámbulos, esto es lo que no leerán en las librerías.

«Mara: para cuando leas esto voy a estar muerto. Por tu culpa.» Simple y claro, pero de dudoso gusto. Mara no debe haber dormido bien esa noche, o tal vez, tal vez Mara es una mujer fría que despreciaba al Señor Suicida y no le importa en lo más mínimo si éste vive o se muere, aunque el mensaje da a entender un despecho muy grande por parte del Señor Suicida. ¿A qué clase de hombre se le ocurre ya no sólo matarse por una mujer que —suponemos— no lo ama, sino directamente enviarle un mensajito de texto al celular para dar aviso? Parece tan ridículo… y sin embargo, en otros tiempos un hombre decidía quitarse la vida dejando una carta a su amada, y hoy en día lo leemos y nos parece romántico y sentimental. ¿Acaso el Señor Suicida es más ruin por haber elegido un medio más directo, con teclas y caracteres digitales? El mensaje de texto no tiene la dulce impronta de una carta, eso está claro, pero entonces, finalmente, es una cuestión de estilo. De estética. Del análisis se concluye que es más importante para todos nosotros el modo de comunicarlo que el hecho de que un hombre se haya matado.

«La internaron por un pico de presión. Tenemos por lo menos 24 horas para estar solos antes que vuelva.» Este es uno de mis preferidos, ya que si bien el autor podría estar hablando de una hija, hermana o madre, el carácter lacónico del mensaje alude a una relación de trampa. Todos leemos entre líneas: se fue mi mujer, vamos a aprovechar. Por supuesto, lo que se infiere es que el Señor Adúltero quiere mantener una comunicación venérea con la Señorita Ligera, y se comunica oscuramente brioso para dar el pronto, indicar que el camino está despejado. Me gusta imaginar los desarrollos de esta historia. Pienso que se podría empezar una novela con esa frase, con esa situación. Lamentablemente, nunca pude escribir ni un cuento de diez páginas con coherencia, así que la novela quedará huérfana de autor, pero lo digo por si vos misma —o alguien que conozcas por ahí— quiere levantar el guante. En caso de que así fuera, favor de incluir la escena del encuentro de forma muy sutil, con un leve aire a cine francés, a esa incomunicación flotando en los tiempos muertos.

«Metele Photoshop a Gloria hasta dejarla hecha una reina, con carita de porcelana y cuerpito 10 puntos.» Pobre Gloria, se nota que es lo suficientemente linda como para salir en alguna publicación, posiblemente una revista de modas o pasquín para machos erectos, pero es incapaz de huir de la tendencia artificiosa que arruina tantas tapas semana a semana. Además, me gusta pensar la siguiente permutación: Metele porcelana a la Reina hasta dejarle el cuerpito hecho una gloria, con 10 puntos en la carita. Mucho más sensible, este último pareciera indicar una degradación afectuosa, una des-coronación. En fin, a veces me pregunto si los programas de retoque fotográfico son la herramienta del diablo. Te recomiendo el siguiente ejercicio: detenete delante de un puesto de diarios, cerrá los ojos por un momento, poné la mente en blanco y volvé a abrirlos. Recorré las cubiertas coloridas del panorama revisteril. De chismes, de tejidos, de vida sana, de maternidad, de modas, de televisión, de perfil erótico porno soft, una tras otra pobladas por mujeres (y a veces hombres) sintéticos, trabajados capa por capa para lograr el difuminado ideal de cualquier imperfección que recuerde el origen humano. Ni un gramo de grasa desviado, ni una arruga, ni un pelo rebelde que arruine el aspecto que los departamentos de marketing han decidido vendernos como deseable. Y por supuesto, adentro, mil propagandas de cosméticos, cremas anti-age, tratamientos, soláriums, centros de belleza integral (¿?), productos para combatir la celulitis, el hambre, la grasa y el genoma.

Pero el que realmente se lleva todas las palmas, el que es mi pequeño tesoro escondido, ese que es azar puro con cara de destino es el que agarré sobre la entrega del libro. Es como una snuff movie (esas películas documentales donde se muestra, supuestamente, el asesinato real de una persona) en versión mensajito de texto. «Villalba adentro, vamos para allá.» Claro, vos que vivís lejos probablemente no termines de entender. Aquí hay un Norberto Villalba que es conductor de un programa de radio, Radiodesgracia, lo pasan todas las tardes de lunes a viernes. Acá lo ponemos varias veces si está todo tranquilo. Y hete aquí por qué digo lo de “snuff movie”: ese mensaje entró la tarde que el tipo tuvo que dejar el programa de apuro. Se especuló mucho cuando el columnista de música —Porretti o algo así—, tomó las riendas del programa un rato después, y ya pasaron dos semanas y no se sabe nada de Villalba. Ya sé, ya sé, puede ser todo una coincidencia, después de todo ¿cuántos Villalba puede haber? No es un apellido tan raro: ya me fijé, y en la guía telefónica figuran 37 titulares (sin contar las ramificaciones familiares). Puede haber sido cualquier otroVillalba. Pero no. Es demasiado justito, sobre todo esa cosa medio mafiosa en el “Villalba adentro”… Pero la policía tiene razón. Digo la policía porque la tarde siguiente fui a avisar del mensaje por las dudas, uno nunca sabe, me pareció que era un poco mi responsabilidad. Me mandaron de vuelta diciendo que un mensaje de texto no tiene ninguna entidad como prueba. Yo tampoco quería probar nada, pero había pensado, qué se yo, por las dudas que hubiera entrado una denuncia o algo… Igual, el comisario me dijo que iban a dejar constancia de mi aviso, y guardaron ambos números, tanto de origen como destino.

Estos son los mensajitos que no me dejan incluir en el libro. Claro, ahora lo empaquetan y está lleno de pavaditas de novios, angustias adolescentes, jugueteos histéricos, algunos bien subidos de tono… todo lo que es previsible y aburrido del mundo, concentrado en un librito con mi nombre en la tapa. Y está muy bien que así sea: si el día de mañana un antropólogo, digo dentro de muchos muchos años, cien, trescientos, bueno, si un antropólogo quiere saber de las inquietudes de este tiempo encontrará en este volumen la paradoja evidente que le da cohesión: tan tecnócratas nos hemos vueltos, tan evolucionados en materia de herramientas de comunicación, y todo lo que nos comunica es apenas un conjunto de fragmentos irrelevantes, sinsentidos que parecen habitables, inescapables, un agujero negro en el que estamos imbuidos y al que retroalimentamos día a día.

Bueno, esto ya se parece a un panfleto. Huele a ideología.

Yo sólo me robo mensajes. Mensajes ajenos.

Juan Manuel Candal

Volver a la Portada de Logo Paperblog