Revista Cultura y Ocio
Ramón J. Sender escribió Requiem por un campesino español en 1953 en su exilio mexicano. Quiso reflejar de modo limpio y meridiano, sin artificios y con prosa sencilla pero contundente, la España de la guerra civil.Descubrí esta novela corta y al propio Sender durante el bachillerato (que es como decir en los últimos años del franquismo) gracias a mi profesor de literatura, don Cayetano, el Tano, un tipo de izquierdas con un sentido del humor fuera de lo común, que nos la impuso como lectura obligatoria. El otro día apareció por encima de una estantería de casa un ejemplar del Réquiem. No aquel que compré hace tanto tiempo y que periódicamente rebusco sin éxito, sino otro que venía con el diario Público hace unas semanas. Lo cogí y lo leí el domingo por la tarde en esas horas depresivas que anuncian los lunes (día que, paradójicamente, luego resulta ser el mejor de los laborables).No me defraudó. Sigue teniendo la misma fuerza, inmune al paso del tiempo. Pero lo que realmente me llamó la atención fue su validez para explicar también el mundo actual.No puedo por menos que identificarme con Paco el del Molino, ese campesino manipulado por el cura durante toda su vida, aprovechándose de su bondad y su fe, y que finalmente es sacrificado por los terratenientes asociados con el fascismo falangista.No encuentro diferencia entre la actitud hipócrita y colaboracionista de Mosén Millán y la actual del papa B16, más preocupado por regular nuestras relaciones sexuales que de hacer un llamamiento para ayudar a Haití. También el personaje de don Cástulo me resulta familiar hoy día, ese terrateniente moderno y arrimadizo que para medrar se acomoda a todos los que vengan, sean de izquierdas o de derechas, de aquí o de allá. Ese que pacta y transacciona con la única condición de que engorde su bolsillo, esos partidos bisagras, esos yupis que venden a su madre por cuatro pesetas o por un Porsche. Les da igual. Esos que hoy alaban las políticas liberales y los recortes sociales pero que ayer eran muy modernos y hasta de izquierdas.Y don Valeriano y don Gumersindo, los dueños del pueblo, los que hacen y deshacen, los que quieren que nada cambie porque ellos están arriba. Los que empujan a los pistoleros a acabar con los pobres y los hambrientos, todos ellos peligrosos, aunque sean las mujeres que cuchichean al sol. ¿A quiénes me recuerdan? Pues a los mercaderes que hoy manejan el mundo, que compran y venden para arruinar países enteros sin importarles los millones de dramas personales que causan. Esos que envenenan a las personas a través de sus televisiones y de su publicidad, que atontan con sus productos mágicos, que pagan a periodistas para que empujen y convenzan de la bondad de triturar el Estado Social. Hasta tienen partidos políticos a su servicio para colarse en las instituciones que desprecian y malvender lo nuestro... mientras ellos evaden y se lucran ilícitamente. ¡Dios, cómo se ríen de todos nosotros, que seguimos en la inopia!Quizá Sender quiso retratar un momento de España, pero le salió un cuadro mucho más amplio y global que ahora se entiende mucho mejor.