Revista Cultura y Ocio

Reseña #116: extraños en un tren

Publicado el 27 abril 2018 por Alaluzdelasvelas

Reseña #116: Extraños en un tren

¡Hola, hola, hola!
 ¿Cómo os ha ido la semana? ¿Ha sido maravillosa? Espero que sí. Yo la verdad es que no me quejo y es que el lunes me regalaron una joyita. Joyita de la que os dejo una foto, sí, sí. ¡Me muero de ganas por seguir leyendo! Después de hincarle el diente – así, con saña, ¡qué me moría de ganas! – puedo deciros que no está nada pero que nada mal. Por cierto, la foto que os voy a compartir es "de familia". Sí, sí, todas las cositas que cayeron en casa. El que me tocó a mí fue Cómo ser mujer, de Caitlin Moran.
RESEÑA #116: EXTRAÑOS EN UN TREN Hoy os quiero hablar de otro libro, sin embargo. Uno que leí más o menos a principios de abril. El caso es que, sintiéndolo muchísimo – y os juro que esto no lo digo (escribo) ni con sarcasmo ni con ironía – no me ha gustado. Al menos no lo suficiente. Pero no os aburro más, ¡¡dentro reseña!!Ficha técnicaRESEÑA #116: EXTRAÑOS EN UN TREN
Título:Extraños en un trenAutor:Patricia HighsmithEditorial:AnagramaNúmero de páginas: 350ISBN:9788433930279Preció libro físico: 19,50Precio versión digital: 9,99€Sinopsis
 La intriga de esta novela está basada en la idea de un crimen sin móviles, un crimen perfecto: dos desconocidos acuerdan asesinar cada uno al enemigo del otro, proporcionándose así una coartada indestructible. Bruno: alcohólico con problemas edípicos, homosexual latente viaja en el mismo tren que Guy: ambicioso, trabajador, adaptado. Empieza a conversar y Bruno, demoníacamente, fuerza al otro a hablar, a descubrir su punto débil, la única grieta en su ordenada existencia: Guy quisiera verse libre de su mujer, que le traicionó y que puede ahora obstaculizar su prometedor futuro. Bruno le propone un pacto: él matará a la mujer y Guy, a su vez, al padre de Bruno, a quien éste odia. Guy rechaza tan absurdo plan y lo olvida, pero no así Bruno, quien, una vez cumplida su parte, reclama al horrorizado Guy que cumpla con la suya…Mi opinión
 Hay veces en las que, sencillamente, un libro no es para ti. Estoy segura de que os ha pasado infinidad de veces y es que, aunque quedé fascinada con la vida de la autora – que podéis leer en una entrada maravillosa que hizo Ro en su blog Leer por placer con Ro haciendo clic aquí,he sido incapaz de disfrutar el libro. Ojo, no digo que haya sido malo. Ni mucho menos.
 Vamos a plantear una situación gore. Una tan jodidamente siniestra que haga que se nos quede mal cuerpo. Pensemos que somos infelices, tremendamente infelices, y ahora vayamos a coger un tren. ¿Qué tal si compartimos parte del viaje con un hombre alcohólico – por mucho que él se esfuerce en negarlo – que nos plantea un crimen perfecto? Eso es lo que le pasa a Guy, nuestro arquitecto. Un hombre que está deseando que su mujer firme los papeles del divorcio para que él, libre al fin, pueda vivir su vida con Anne.
 Una situación gore, decía, ¡y vaya si lo es! Charles Bruno, Bruno para los amigos, odia a su padre. Lo odia por encima de sus propias posibilidades, y es que no es sano odiar a alguien tanto como para quererlo muerto. Si queréis mi opinión, los argumentos para odiar a su padre me parecieron de crío. Quiero decir, un hombre que no quería dar dinero a su hijo, el mismo que no hace nada con su vida y que, sorpresa, sorpresa; se lo gasta todo en viajes, juergas y caprichos absurdos. Un chico de veintitantos, que vive por y para sus impulsos.
 El caso es que Bruno está pletórico después de su charla con Guy. Si él se carga a Miriam, la exmujer de su compañero de viaje; luego podrá enterrar a su padre. ¿Qué más da que Guy se haya negado en rotundo? Él puede matar a Miriam y luego exigir a Guy que cumpla su parte del trato… ¿verdad?
 Quería leer el libro. Quería que me gustara. Más todavía: quería enamorarme de la historia. No he podido. No voy a negar que la idea es buena, porque lo es; no voy a negar que los personajes son complicados, porque lo son. Mi problema ha sido otro. La narración se me ha hecho pesada, esa es la verdad. Un sinfín de datos que a mí, lejos de interesarme, me hacían bostezar. Sé que Patricia Highsmith tiene montones de seguidoras y seguidores. Sé que sus libros son importantes. Lo sé y lo respeto pero, al menos después de haber leído Extraños en un tren, no es para mí.
 Bruno no me cayó simpático, aunque debo confesar que sus capítulos me resultaron más interesantes; y es que Guy, el pragmático Guy, me ha parecido un coñazo. Un coñazo mayúsculo. El típico tío estirado que consigue aburrirte sólo abriendo la boca. Ojo, al menos él estaba centrado. Esto os lo digo porque Bruno, le pese a quien le pese, es una persona desequilibrada. Alguien que necesita ayuda, y no sólo con el alcoholismo.

 Para que veáis que digo lo bueno y lo malo, confesaré que la mentalidad de Bruno y Guy es terrible. Terrible, digo, porque consiguen que te plantees una y otra vez hasta qué punto está mal lo que han hecho. Fatal, me diréis. Y sí, tenéis toda la razón, pero Bruno lo convierte en un juego. Un juego macabro en que todo el mundo es malo, en el que hay un complot. Un juego en el que él es todopoderoso, alguien con derecho a quitarle la vida a una perfecta desconocida. Un juego espeluznante, ¿verdad? Esperad entonces a que salte la liebre y Guy empiece a atar cabos.
 Es evidente que, tras el asesinato de Miriam, se abre una investigación. Investigación que hará a Guy ponerse en lo peor de forma totalmente acertada. Bruno ha matado a su mujer. Pero ahí no acaba la historia. Nuestro retorcido Charles Bruno quiere que Guy cumpla su parte del trato. A cualquier jodido precio.


 Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler

 Se me quedó mal cuerpo al acabar el libro. Quiero decir, no soy una persona impresionable, pero debo reconocer que las idas de olla de Bruno me parecieron atroces. Un hombre que no hace más que beber alcohol, un hombre que se levanta por la mañana con un trago de whisky, un hombre que antes de ducharse da un nuevo trago y que, ¡cómo no!, come como un pajarito. Su mayor defecto no es el alcoholismo, que conste. El problema que más miedome dio fue su obsesión con su madre. Por amor de Dios, ese tío quería tirarse a su madre. No me jodáis, es asqueroso. Asqueroso, porque todos los hombres le parecen poco para ella, porque sólo quiere estar con ella. Con ella y con Guy, pero de eso hablaremos luego. Charles Bruno, que nació para enamorarse de su madre y odia al resto de mujeres del mundo. Una perla. Una verdadera perla, el tío.
 El verdadero protagonista de la novela es Guy. Eso es un hecho. El arquitecto al que Bruno acosa incansablemente, el mismo hombre que, viéndose cada vez más acorralado, empieza a creer que todo el mundo sabe que Bruno mató por él. El mismo hombre que empieza a ver distorsionado el amor de su prometida Anne. Tal vez su problema fue que proyectó las ambiciones de Bruno en las suyas propias. Tal vez, y esto es aún más retorcido, el problema subyace en el hecho de que, pese a todo, quería hacerlo. Sentir la adrenalina, ese subidón que sigue a algo prohibido. La liberación. La conexión final con Bruno. Ideas retorcidas, sí; ideas que llevan a Guy, el arquitecto apático, a matar al padre de Charles Bruno.
 Fueron tontos. No. Fueron imbéciles. Eso mismo. El plan radicaba en la pérdida absoluta de contacto tras los asesinatos. Ahora bien, lejos de cumplir, Bruno empieza a meterse, a la fuerza y sin miramientos, en la vida de Guy. Las amenazas, la adoración, el amor y el odio. Cuatro ingredientes que acaban con la vida de nuestros protagonistas poco a poco, consumiéndolos.
 Me pareció harto siniestro. Todo y nada. Eso es el libro. Un suma y sigue de ideas atroces, de persecuciones incansables. Un suma y sigue de decepciones y esperanzas. Regalos. Hubo regalos. Regalos de Bruno para Guy. Regalos que nuestro arquitecto aceptaba, pese a jurar odiarlo. Esto me dejó fuera de juego. Quiero decir, ¿qué sentido tenían esos regalos? ¿Cuál era el fin? ¿Chantaje, ganarse el favor de Guy? Pero esperad, que esto es aún más truculento. Nuestro pequeño maquinador, Charles Bruno, tiene un susto terrible una mañana. Un colapso, eso fue. Su sistema nervioso yéndose poco a poco a la mierda, consumiéndose lingotazo a lingotazo. Un aviso que él no atendió, o tal vez sí, porque su final me dejó totalmente paralizada. ¿Qué había de verdad en su adoración por Guy? ¿Qué significaba esa conexión prácticamente forzada?
 Si tuviera que inclinar la balanza a favor de alguno de ambos, la quemaría. La quemaría, porque los dos son unos asesinos. Asesinos diferentes, sí, pero asesinos a fin de cuentas. Guy encarna la culpa, Bruno la maquinación; pero el fin es el mismo: la destrucción, sólo porque puede llevarse a cabo. Romper algo y no poder arreglarlo. Destrozar sin medida, sin pensar en los daños colaterales.

 No quiero hablar de la investigación de Gerard. El hombre jugaba con ventaja y es que saltaba a la vista que Bruno escondía algo. Su fallo fue la soberbia. La soberbia y la ingenuidad, lo cual es bastante triste si lo pensáis, porque él se creía muy superior al resto de los mortales. Sí quiero hablar, por otro lado, del final. Me dejó con mal cuerpo, como he comentado líneas más arriba. Con mal cuerpo, porque es tan retorcido como el inicio. Un final que te hace pensar en que queda algo de cordura en Guy pero que, en realidad, no es más que su propia redención. Si queréis saber de qué hablo, leed el libro. Tal vez no sea la historia del año, pero a mí me tuvo bastante intrigada la resolución.


El libro no ha sido para mí. De hecho, no sé si me animaré con algo más de la autora; pero sí que os animo a que le deis una oportunidad. Extraños en un tren es un libro que habla de la doble moralidad, inclinando la balanza hacia el mal, meciéndola suavemente hacia el bien. Un libro sin luces. Un libro cargado de sombras.
Nota: 2,5/5

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