Revista Cultura y Ocio

Reseña #139: La sombra del viento

Publicado el 19 enero 2019 por Alaluzdelasvelas

¡Qué frío, qué frío, qué frío! ¡Y qué poco apetece salir ahora de debajo de las sábanas! Bueno, del nórdico, que es más calentito. ¡Pero no estamos aquí para quejarnos del invierno! Hoy toca buen rollo, ¿sí? Y esta semana es la comprita que hice ayer, barata barata, palabrita; de tres joyitas que, jo, son monísimas. Si a las joyitas le sumáis el regalito que me hicieron, el libro de Una habitación con vistas , de E.M. Forster, puede decirse que fue un viernes maravilloso. Os dejo por aquí la fotito. ¡Pero, contadme!, ¿cuál es vuestra historia guay de la semana?

Reseña #139: La sombra del viento

Historias chachis a parte, hoy traigo la reseña de uno de mis libros favoritos del 2018. ¿Qué, empezamos? ¡Dentro reseña!

Reseña #139: La sombra del viento

Un amanecer de 1945, un muchacho es conducido por su padre a un misterioso lugar oculto en el corazón de la ciudad vieja: el Cementerio de los Libros Olvidados. Allí, Daniel Sempere encuentra un libro maldito que cambia el rumbo de su vida y le arrastra a un laberinto de intrigas y secretos enterrados en el alma oscura de la ciudad. o es un misterio literario ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo , desde los últimos esplendores del Modernismo hasta las tinieblas de la posguerra.

-Este lugar es un misterio. Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El ama de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.

Barcelona. Postguerra. Tiempos difíciles, sobre todo para un hombre que ha perdido a su mujer y que tiene que sacar una librería adelante. Una tarde cualquiera, el señor Sempere lleva a su hijo Daniel al cementerio de los libros olvidados, un laberinto precioso, lleno de polvo y magia, esa que sólo las personas que adoran leer entienden, esa que parece arroparte cuando te pierdes entre las estanterías. De golpe, un libro. Y entonces la tragedia.

No sé cuántas veces he oído a mi madre decir, prácticamente palabra por palabra, " es uno de mis libros favoritos, ¿quieres hacer el favor ( dependiendo del día, delante del "favor" va un "puto" ) Primero la ignoraba, pero luego llegaron las reseñas. Reseñas que no hacían más que acrecentar el runrún que ya me perseguía. Y tuve que ceder, claro. de leértelo?"

Mi primer y último acercamiento a la prosa de Carlos Ruiz Zafón fue El príncipe de la niebla cuando tenía doce años. Recuerdo que me gustó mucho, pero tampoco sería capaz de explicaros de qué va - -. Después de tanto tiempo, quería saber de qué iba esa gran novela de la que tanto se ha hablado. Y, para variar, me estaba perdiendo algo muy bueno. a modo de "anécdota", creo que aprovecharé para contaros que lo intenté obviar como lectura obligatoria en la ESO, dándomelas de que me acordaba. Y una mierda me acordaba, pero bueno, así me fue el examen

Arriesgándome a que un par de personitas a las que quiero mucho me llamen loca, os diré ( ) que - lo que llamamos "escribir bonito", vaya -, una de las mejores cosas de este libro es cómo está escrito. Me gusta la cadencia de las palabras de Zafón, esa manera de hacer especial algo tan rutinario como dar un paseo. Su forma de evocar cada recoveco de Barcelona me ha parecido a la vez melancólico y embriagador y, joder, es genial. Genial porque te empapas de esa prosa triste, fingidamente desinteresada; porque no sé hasta qué punto el autor buscaba tanto el "hacer algo bonito" como contar, sin más, una historia que puede o no tener una base real.

Os decía ( ) que Daniel llega al cementerio de los libros olvidados, cuna de joyas que han muerto en la vida real, que o bien ya no se recuerdan o bien son demasiado grandes, demasiado importantes para morir en manos de la gente de a pie. Y de allí se lleva , una novela de un tal Julián Carax que, ay, amigas y amigos, se convierte en la puta peor pesadilla de todo el mundo.

Me gustaría contaros más, pero la gracia de una novela tan bonita es que la descubráis por vosotras y vosotros mismos, que os muráis, como yo, de ganas por saber qué será de ese Daniel que empieza siendo un crío impertinente y termina por ser un chico maravilloso. Vamos, que yo me enamoraba, pero fijo.

Si queréis un aliciente para leerlo, os hablaré del fuego. Esas llamas que lo lamen todo, con sus tonos rojos y azules, consumiéndose, chamuscando y destrozando todo lo bonito que hay en el mundo. Llamas que se comen el papel, que lo devuelven al polvo. Llamas que, una vez, quemaron la cara de un hombre. O tal vez ese hombre no sea más que una sombra, un personaje que cobra vida y se arrastra por la ciudad.

Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler

Carlos Ruiz Zafón, me cago en todo lo cagable. Qué susto, joder, qué puto susto. Vale. Ya está, ya me he quedado a gusto. Prosigamos.

El autor juega muy bien sus cartas. A riesgo de equivocarme, diría que el amigo se echó unas muy buenas risas a costa de todas sus lectoras, de todos sus lectores, pensando algo que podría sonar a broma de mal gusto. Porque sí, porque nos mantiene en vilo, porque suelta una jodida bomba y se queda tan a gusto. Bomba que me llevó a mí por la calle de la amargura y que me hicieron prometer que, si al final pasaba, abandonaba la saga. ¿Y qué era eso tan terrible, Carme, por amor de Dios, que eres más exagerada que las exageradas? No os lo pienso contar. Leed el libro. Os estoy haciendo un favor, creedme.

Disgustos a parte, me gustó que, poco a poco, se sumasen nuevos jugadores. Personajes como Fermín y Bea fueron un soplo de aire fresco, el contrapunto de un Daniel más bien tirando a tímido. Y es que Fermín es un circo andante: rescatado de las angostas calles de Barcelona por nuestro maravilloso protagonista, se convierte en el maestro de la palabra. Ojo, porque el campeón tiene unos cuantos ( ) comentarios por los que le hubiese hecho una dentadura nueva; ahora bien, es buena gente, y eso lo valoro muchísimo. Además, joyas como esta valen su peso en oro:

-El servicio militar sólo sirve para descubrir el porcentaje de cafres que cotiza el censo - opinaba él -. Y eso se descubre en las dos primeras semanas, no hacen falta dos años. Ejército, matrimonio, Iglesia y banca: los cuatro jinetes del Apocalipsis. Sí, sí, ríase usted.

Bea es... diferente . Fuerte, segura de sí misma y con un genio de mil demonios, se convierte en el primer - y último - amor de Daniel. Es bonito, ¿sabéis?, porque la chica no es precisamente una idiota en apuros. De hecho, Daniel se las ve y se las desea para que la chica le preste un mínimo de atención.

-Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre.

Personajes maravillosos por un lado y horrorosos por otro. Fumero. , para más señas, al que le deseé unos tres trillones de diarreas y diversas, y truculentas, formas de morir. Asco de cerdo de mierda - con perdón para los cerdos, que son unos animalitos maravillosos -, asco de mierda de persona. Un jodido sádico, "policía" - uy, qu é me da la tos - corrupto número uno y asesino. Ah, también misógino, machista, racista, homófobo y un sinfín de apelativos preciosos más que me guardo para no hacer de esta reseña un infierno. Pues sí, una mierda viviente que se dedica única y exclusivamente a amargarle la vida a Fermín, alternando con venganzas de la infancia.

-[... ] Cuando todo el mundo se empeña en pintar a alguien como un monstruo, una de dos: o era un santo o se están callando de la misa la mitad.

Veréis, la novela es... complicada. No difícil de leer, ¡nada más lejos de la verdad!, pero sí elaborada. Capítulo a capítulo, desentrañamos un misterio que empezó en los años de juventud de Carax, el escritor de La sombra del viento . Conocemos poquito a poco qué pasó, cómo llegó a dónde llegó y quién fue Penélope, la mujer por la que tanto él como Fumero hicieron que todo se saliera un poquito de madre.

No voy a mentir: no lo vi venir. Algunas chicas con las que leí el libro sí que comentaron que era posible que pasara lo que, en efecto, pasó. Yo no. Y por eso creo que el libro vale la pena. Independientemente de que os sorprenda, o no, su final; vale muchísimo la pena. El hombre que huele a páginas quemadas, el mismo que quiere acabara con toda la obra de Carax. Daniel, que lucha con uñas y dientes por desentrañar la verdad, acompañado de un Fermín que ha vivido un verdadero infierno, y aderezado con toques siniestros que consiguieron ponerme los pelos como escarpias. Eso es es la novela. ¿En serio os lo vais a perder?

Con todo, es un inicio de saga maravilloso. Con unos personajes que valen su peso en oro y una prosa sencillamente perfecta, Carlos Ruiz Zafón nos sumerge en una Barcelona oscura, llena de misterios que hará que os quedéis hasta las tantas leyendo.

-[...] Nunca te fíes de nadie, Daniel, especialmente de la gente a la que admiras. Ésos son los que te pegarán las peores puñaladas.

Asentí. Otro loco. La noche de Barcelona los coleccionaba a puñados. Y a los idiotas como yo, también.

-La televisión, amigo Daniel, es el Anticristo y le digo que bastarán tres o cuatro generaciones para que la gente ya no sepa ni tirarse pedos por su cuenta y el ser humano vuelva a la caverna, a la barbarie medieval, y a estados de imbecilidad que ya superó la babosa allá por el pleistoceno. Este mundo no se morirá de una bomba atómica, como dicen los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo.

-Don Anacleto, ¿qué pasa? - preguntó mi padre.

-Franco se ha muerto, diga que sí - apuntó Fermín, esperanzado.

-Pues vaya al grano vuesa merced, que con tanto vuelo metafórico me están entrando ganas de hacer de vientre - protestó Fermín.

-Mala no - objetó Fermín -. Imbécil, que no es lo mismo. El mal presupone una determinación moral, intención y cierto pensamiento. El imbécil o cafre no se para a pensar ni a razonar. Actúa por instinto, como bestia de establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene razón y orgulloso de ir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le antoja diferente a él mismo, bien sea por el color, por creencia, por idioma, por nacionalidad o, como en el caso de don Federico, por sus hábitos de ocio. Lo que hace falta en el mundo es más gente mala de verdad y menos cazurros limítrofes.

-[...] Las palabras con que se envenena el corazón de un hijo, por mezquindad o por ignorancia, se quedan enquistadas en la memoria y tarde o temprano le queman el alma.

- No quiero decir padre biológico, porque se me verá algo enclenque pero gracias a Dios la providencia ha querido dotarme de la potencia y la furia viril de un miura. Me refiero a otro tipo de padre. Un buen padre, ya sabe usted.

-Sí. Como el suyo. Un hombre con cabeza, corazón y alma. Un hombre que sea capaz de escuchar, guiar y respetar a una criatura, y de no ahogar en ella sus propios defectos. Alguien a quien un hijo no sólo quiera por ser su padre, sino que lo admire por la persona que es. Alguien a quien quiera parecerse.

-¿Es verdad que no has leído ninguno de estos libros?

-Los libros son aburridos.

-Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro - replicó Julián.

El aya sabía que quien quiere de verdad quiere en silencio, con hechos y nunca con palabras.

-Oiga si le parece una tontería me callo.

-Al contrario. Hablar es de necios; callar es de cobardes; escuchar es de sabios.

Hay personas que se recuerdan y personas que se sueñan. Para mí, Nuria Monfort tenía la consistencia y la credibilidad de un espejismo: no se cuestiona su veracidad, sencillamente se le sigue hasta que se desvanece o te destruye.

-[...] A veces nos creemos que las personas son décimos de lotería: que están ahí para hacer realidad nuestras ilusiones absurdas.

-Mientras trabaja, uno no le mira a la vida a los ojos.

-Lo difícil no es ganar dinero sin más - se lamentaba -. Lo difícil es ganarlo haciendo algo a lo que valga la pena dedicarle la vida.

-Hay decepciones que honran a quien las inspira.

Nada alimenta el olvido como una guerra, Daniel. Todos callamos y se esfuerzan en convencernos de que hemos visto, lo que hemos hecho, lo que hemos aprendido de nosotros mismos y de los demás, es una ilusión, una pesadilla pasajera. Las guerras no tienen memoria y nadie se atreve a comprenderlas hasta que ya no quedan voces para contar lo que pasó, hasta que llega el momento en que no se las reconoce y regresan, con otra cara y otro nombre, a devorar lo que dejaron atrás.

Julián escribió una vez que las casualidades son las cicatrices del destino. No hay casualidades, Daniel. Somos títeres de nuestra conciencia.

El tiempo me ha enseñado a no perder las esperanzas, pero a no confiar demasiado en ellas. Son crueles y vanidosas, sin conciencia.


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