Reseña
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Memorias de una salvaje
Hoy quería traer la reseña de uno de los mejores libros que he leído este año. ¿Qué, empezamos? ¡Dentro reseña!
Ficha técnicaTítulo:Memorias de una salvaje Autora:@Srtabebi Editorial:PlanetaNúmero de páginas: 448 ISBN:9788408194453 Preció libro físico: 17,90€ Precio libro electrónico:11,39€
Sinopsis K tiene 19 años y una vida un tanto peculiar. Cuando su padre es asesinado en un ajuste de cuentas, se ve obligada a compaginar sus estudios con un trabajo muy poco convencional: el de recepcionista y chica de los recados en un local de alterne clandestino. Bajo la amenaza de los proxenetas y la asfixia de la deuda, vivirá de cerca los horrores que el sistema de la trata de mujeres conlleva. La experiencia la llevará a gestar una metamorfosis que marcará su paso de la adolescencia a la edad adulta.
Las mujeres que allí conoce y la violencia intrínseca al mundo criminal — que también sentirá en sus propias carnes — hará que comience a pensar en defenderse. Para ello acudirá al club de boxeo de Ram, un chico al que la violencia de género también le ha marcado la vida. Pese a las corazas que ambos portan, la curiosidad de este le llevará a interesarse y preocuparse por ella hasta hacerla pensar que quizá sí existan los hombres que aman a las mujeres. Pero un desafortunado suceso hará que las luces de neón comiencen a parpadear.Mi opinión A lo largo de mi vida – y sólo tengo veintidós años-, he escuchado muchas veces que soy de opiniones radicales, que soy una bruta, una persona muy agresiva a la hora de expresarse y que lo mío son las miradas de “ni me mires, gilipollas”. Al principio me molestaba, luego me acostumbré. Ahora sé que el problema es que, cuando tenía quince años, ya mordía si me mordían previamente. Porque para estar a la defensiva, amigas y amigos, tiene que haber alguien a la ofensiva. El caso es que, a medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de cosas. Cuando algunas personas – de las que no guardo precisamente buenas opiniones – me decían que era “una bruta”, sólo querían decir “deja de decir que las cosas no funcionan”. Porque sí, tengo la cochina manía de cagarme en todo lo cagable cuando alguien intenta joderme. Si alguien me decía “esa opinión te va a costar muchas peleas”, sólo me advertía de que vivimos en una sociedad en la que el bien-queda prima sobre nuestra libertad de opinión. Porque es muy bonito eso de lanzar una piedra, esconder la mano y escupir, con la boca llena de rencor “bruta”. Bruta. Ja.
Memorias de una salvajeme ha enseñado dos cosas. La primera es que hay muchísimas personas que luchan, con las palabras, por cambiar las cosas. La segunda es que, a veces, para que te escuchen, tienes que hacerte oír.Evidente, ¿sí? Por supuesto, en temas banales; pero vamos a buscar hueso, vamos a coger esos temas con los que todo el mundo se tapa los oídos y grita “lalalalalá” para que volvamos a lo seguro. ¿Y el buen día que hace?, ¿y lo bien de precio que está no sé qué móvil en no sé qué página? Prostitución, sexualidad, política, religión, racismo y agresión. Lalalalalá. ¡El móvil, el móvil! Feminismo. Ups, esperad, que ya escucho el grito de “puta feminazi”. La autora de este libro está harta, y así lo refleja su novela. Harta de una sociedad hipócrita en la que prima eso de “quédate en casa, sonríe y no opines”. Y una mierda. Aquí se dice todo. ¿Las verdades duelen? Perfecto, entonces que duelan, que duelan como mil putos demonios, porque es la única manera de ser libres. ¿Y qué tema coge nuestra señora autora? La prostitución. No me gustan las bromas de putas. Me ponen de muy mala hostia. Eso y los comentarios machistas como “ve a que una puta te chupe la polla y verás que relajado te quedas”. ¿Y por qué no te la chupas tú, gilipollas? O te la arrancas, porque total, para lo que te sirve… Harta. Harta de que se veje a mujeres, harta de oír “puta” cada vez que un tío está despechado, cada vez que una mujer machista – que las hay, claro que las hay – se escuda en su inseguridad para machacarnos. Harta de un sistema machista, harta de tener que callarme porque, total, no soy más que otra “loca feminazi” que cualquier día termina diciendo “mese” en vez de mesa. Manda cojones, eh, manda cojones. Pero la ley del silencio es mierda y, sintiéndolo mucho, yo no quiero ser una hija de la mierda. Volviendo a la novela, Kassandra tiene un problema. Un problema mayúsculo. Su padre, traficante, ha sido asesinado. Se acabó esconder dinero, se acabó intentar arrancarle una palabra, se acabó esa mirada de reproche, es “naciste mujer y no me sirves para nada”. La dinastía muere, y con ella los problemas. O eso creen Ana, su madre, y Kassandra.
Los Hombres de Hielo quieren cobrarse una deuda, una deuda de una pasta muy salvaje que recae sobre los hombros de Kassandra. Los hijos de la mierda – insulto que pienso empezar a usar, porque os juro que me ha encantado -, tienen una red de tráfico de mujeres que da miedo. Miedo por lo subversivo, porque lo peor de leer sobre el tema es que sabes que existe, que hay cientos de miles de mujeres que sufren ese trato repugnante día sí día también. Porque la prostitución es una lacra que no hay manera de quitarse de encima, porque hay hombres que odian a las mujeres, porque hay mujeres que empiezan abajo y terminan hostigando cuando un proxeneta decide que les es más útil hostigando a “las chicas”.Datos, estadísticas, modos de capto. Todo eso hay entre las páginas de Memorias de una salvaje, un sinfín de datos que hace que entren arcadas por lo terrible de la situación, por el mutismo, por esa asquerosa manía de mierda, la de “esto no va conmigo”. Porque se consume la prostitución. Porque son mujeres, joder, como vosotras, como yo. Mujeres que merecen tener una vida que no esté subyugada a una deuda que no existe. Mujeres a las que amenazan, violan, apalizan y asfixian día a día, tratándolas como objetos, haciendo que cada bocanada de aire les sepa a mierda.
El libro es un grito. Un jodido grito de guerra, en el que se exige actuar. Y me encanta. Me encanta la fuerza de Kassandra, el cómo se levanta cada vez que se cae, el cómo planta cara a los hijos de la mierda que le obligan a trabajar más de doce horas, llevando cuentas, viendo a las pobres chicas siendo reducidas a la categoría de “objetos”.Me encanta que luche, que muerda con la fuerza que hay que morder las cosas que nos dan rabia. Porque sí, es más fácil callarse y quedarse sentada en casa, cantando el lalalalá del que os hablaba(
Conozco a personas que me dicen, con la boca llena, que todo lo veo machista. Yo contesto que lo que es machista, le guste o no, lo es. Y entonces veo cómo ponen los ojos en blanco, cómo resoplan, cómo me llaman exagerada, feminazi, pesada “de los cojones”– amigo, no tengo de eso, pero guay – y loca. Porque las mujeres, si opinamos, estamos locas. Bravo, amigos, bravo.
Mi estereotipo roto favorito del libro es el de los gitanos. Estoy harta de oír a la gente insultar un grupo que, al parecer, les da miedo. Miedo, porque las historias que rozan lo grotesco, esas mierdas que la gente escupe a diestro y siniestro para que ni nos miremos al pasar por la calle, son de traca. Aquí Ram es un chico gitano, un entrenador de krav magá que, ¡sorpresa, sorpresa!, no se come a nadie. A ver si ese puto estereotipo de mierda nos lo cargamos de una vez: los gitanos y las gitanas son personas. Como nosotras. Como nosotros. Ya está bien tanta tontería. Yo estoy harta. Gracias.
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler
Hace tiempo que digo(
Soy plenamente consciente de que esta reseña baila entre la reseña y la crítica o reflexión. Creo que es lo justo para un libro que me ha removido tanto por dentro. Ser feminista me ha costado muchas peleas. Peleas con personas que deberían ser capaces de pensar lo mismo que yo o, al menos, ponerse en mi lugar. Peleas que han hecho que rompa relaciones teóricamente importantes– y no, no os hablo de (
Me gusta pensar, de verdad que sí, que algún día empezaremos a usar el cerebro para pensar todo el día, y no sólo cuando se nos exige. Me gusta creer que algún día sabremos discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Entonces las cosas cambiarán. Lo hablaba hace poco con un par de personas, y os lo cuento a vosotras y vosotros ahora: ¿de qué sirve que luchemos si hay gente que no quiere oírnos? ¿De qué sirve que yo grite que es injusto, que me desgañite, si luego a quién increpo me mira como quien contempla un muro? Sirve. Joder, claro que sirve. Cuando empecé en este blog no tenía ni idea de qué era el feminismo, tenía una idea muy diluida de lo que era tóxico y lo que no. Pero se aprende.Se aprende hablando con la gente, escuchando opiniones, empapándose de las sensaciones que ha dejado en otra persona una situación injusta. Porque siempre digo que no somos hijos de nuestros padres, somos hijos de nuestras decisiones. Yo soy hija de mis decisiones y mis acciones. No quiero que se me responsabilice de lo que piense mi madre, de lo que piense mi padre, de lo que pensaron mis abuelos o de lo que pueda llegar a pensar mi hermano. Quiero que se me juzgue a mí, por lo que hago y digo. El hecho de que la autora nos dé un nuevo bofetón, que ponga a Ram como una persona justa cuando su padre fue un monstruo; que nos presente a Kassandra como una persona íntegra, de ideas claras, cuando su familia tenía los pies hundidos en la mierda; me parece maravilloso.
El final es brutal. Duele, sí, pero es brutal.Lo mejor, y esto lo digo (
Con todo, Memorias de una salvajees un libro que vale, y mucho, la pena. Con un mensaje muy potente, la autora nos ruge una historia que rompe barreras y quema estereotipos. Leedlo. De verdad, leedlo.
Nota: 5/5
Citas(…)
Hay personas cuya existencia es una lucha continua. Personas que, batalla tras batalla, han aprendido a transformar su naturaleza y fortalecerse, hacerse ejército, como si de contingentes humanos se tratara. Se las reconoce porque se enfrentan a los desafíos de la vida, aunque sean unos chicos que intentan intimidarte a la salida de la cafetería de la universidad, levantando la cabeza y mirándolos fijamente a la cara. Negando cualquier atisbo de miedo y esperando a ser más fuertes que el choque. Aunque no lo sean. Y lo sepan. Y vean venir el impacto desde el inmovilismo férreo aprendido que las impele y obliga a resistir. La vida, para algunas personas, consiste continuamente en ver venir el golpe, en obligarse a resistirlo. Y en hacerlo. Kassandra era una de ellas.
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Hijos de la mierda era su insulto favorito. En el idioma de Kassandra, la mierda no era algo que estuviera en las cloacas y alcantarillas, ni algo que se pudriera en una recóndita esquina. La mierda era la desigualdad. Lo corrupto del ser humano. Y quien genera y se nutre de la desigualdad, decía, merece el peor insulto del mundo.
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Nadie debería poder robar nada a un niño. Ni siquiera un juguete. Mucho menos se debería poder robar su tiempo, su capacidad de creer a ciegas, su infancia y su significado, o lo único que les hace, a fin y al cabo, niños: su inocencia.
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Los hijos nunca deberían pagar con su vida las vidas de sus padres. Pero lo hacían siempre, de una forma u otra.
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A veces, de los errores aprendemos a no volver a arriesgarnos. Y no nos damos cuenta de que ese constituye el peor error de todos.
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La vida duele. Empieza a golpear tú también.
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Y porque los prejuicios solo sirven para vomitarlos.
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-Qué está jodido, dice – dijo en voz alta –. La que está jodida soy yo – se sentó en el sofá cigarro en mano, dejando que se consumiera –. A ver si me aplico lo que siempre digo y empiezo a joder yo también. – Dio una calada larga y apretó la mandíbula.
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-Detrás de cada mujer hay una mujer. Espero que llegue pronto el día en el que dejéis de necesitar que la mujer de delante y la de detrás sean como vosotros queréis y decís.
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Pero ella no era de nadie. Ninguna de esas mujeres, ninguna mujer, era de nadie. No sabía cómo, pero lo demostraría tarde o temprano. Era una superviviente. Si hay algo que define a los supervivientes es que se aferran a cualquier posibilidad de sobrevivir, aunque sea ínfima, aunque sea mínima, aunque sea casi imposible. No dudan en agarrarse a a un árbol que está casi a punto de caer en pleno tsunami. No desfallecen, aunque todo parezca en contra. Simplemente se agarran. Y entonces, la posibilidad de que el árbol no caiga y de que ellos salven la vida se vuelve real porque han decidido agarrarse al árbol. Si no te agarras al árbol no tienes nada que hacer. Si te agarras, quizá lo tengas. Resistir y luchar son cosas que valen la pena. Siempre.
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-¿Sabes con qué no me siento cómoda yo, Bil? Con el sistema – Kassandra dio un sorbo a su cerveza –. El sistema es el error. El sistema y sus hijos pródigos. – Bilma asintió, arrepintiéndose a medias de haber abierto la caja. Kassandra prosiguió –: A los jóvenes sin futuro cuya única falsa luz a sus oscuridades y problemas es consumir droga para olvidar que los tienen; a los chicos de esos barrios, cuya única salida para poder llegar a lo que se supone, y nos meten en la cabeza, que es la cúspide (tener dinero y ostentar poder) es la venta de droga, que les impele a la criminalidad a baja escala, ¿a esos quién los salva? Nadie. No los salva nadie porque no interesa. El sistema necesita de ellos. Esto es como un juego de ajedrez. Los peones, sean camellos de poca monta o sean adictos, se matan entre ellos – ya sea consumiendo o pugnando por el poder –, y los verdaderos reyes del tablero siguen protegidos y disfrutando. Unos, víctimas y mantenedores del sistema. Otros, productos y jefes de él. Todos los hijos de un sistema que es el verdadero criminal.-Hijos de la mierda.
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Deja de intentar frenarlo. Ponte en peligro. Atrévete. Levántate al caer. Inténtalo de nuevo, aunque ya sea tarde. Camina por los fracasos con los pies descalzos para que así te dejan huella. Respira la felicidad y disfrútala de verdad, y no pensando en que puede acabarse. Deja que las personas y las vivencias te maten un poco y también que te llenen de vida y te emocionen.Ahógate y respira en el momento en que menos lo quieras hacer, pero más lo necesites. Sé fuerte y sé débil. Lucha. Sueña. Sangra. Cumple. Destroza. Arregla. Besa. Odia. Ama. Vive.
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Personas que deciden responderse solas los porqués. Que deciden cruzarse de brazos, no ceder su asiento, escupir y rebelarse. Los que miran al frente. Los que avivan el fuego de la revolución.
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No le gustaba poner nombre a las cosas. Siempre pensó que ponerles nombre a las cosas las enclaustraba, que las ataba a un poste – como si fueran un poni de feria, continuamente esperando y recorriendo el mismo camino – y no las dejaba ser libres. Las cosas debían suceder libres. Debían acabar libres. Debían ser, simplemente, sin ataduras y sin nombres. La existencia no tenía en realidad nominativos.
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No dejó de creer en las buenas personas, todo lo contrario. Creyó más fuerte que nunca en el deber de que las buenas personas se alzaran y actuaran. Creyó mucho tiempo en aquello en esa ocasión. Muchísimo. Aquello le hizo dejar de culparse y pasó a autodenominarse buena persona. Juró que nunca dejaría de creer en ella misma porque cuando dejas de creer en todo – aunque en ese instante lo ignores – es el momento perfecto para empezar a creer de una vez por todas en ti.
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