Revista Cultura y Ocio

Reseña #147: El juego del ángel

Publicado el 13 abril 2019 por Alaluzdelasvelas

¡Aquí una desaparecida! La culpa no es mía, por supuesto. Son los trabajos. Esos tan maravillosos que te roban hasta el sueño. Pero bueno, he llegado y tengo pensado ponerme al día. Palabrita .

¿Qué tal ha ido vuestra semana? ¿Ha sido de las buenas? La mía ha tenido altibajos. Sí, sí, se nota que se acerca el temido final de curso y estoy hasta el coño de todo. Pero ya dejo de ser una bruta soez ( ) y me centro en las cositas buenas. Pues que me gustan los jueves. Los jueves tranquilos en los que voy "de compritas victorianas". Con mi señora madre, sí ( si estás leyendo esto, señora madre, holis ). Total, que entramos en una librería de segunda mano y preguntamos por , de Dickens. Y nos sacan dos ediciones... una de las cuales no era , sino Cuento de navidad Cuento de Navidad , una recopilación de relatos para las fechas. Horror terrible al salir de la librería. Yo preguntando, con cara de no entender nada, dónde coño estaba el maldito Scrooge. Claro, en ese momento alguien me da un hostión a traición y ni reacciono de lo rallada que estaba. Así que tuvimos que volver a hacer el cambio. Apuf puf. Por lo demás, todo muy chachi. ¿Y vuestra semana? ¿Alguna peripecia?Cuento s de Navidad

Reseña #147: El juego del ángel

En la turbulenta Barcelona de los años 20 un joven escritor obsesionado con un amor imposible recibe la oferta de un misterioso editor para escribir un libro como no ha existido nunca, a cambio de una fortuna y, tal vez, mucho más.

El juego del ángel es, a todas luces, un libro oscuro. Una trama bizarra, mucho más macarra que la de La sombra del viento, donde nadie está a salvo de los demonios que se esconden, esperando ansiosos el momento de saltar para destrozar las vidas de todos y cada uno de los personajes del libro.Porque sí, hay algo romántico en la idea de leer un libro de sueños rotos, tardes de lluvia y susurros partidos de rencor. Porque Carlos Ruiz Zafón es un autor, un Autor en mayúsculas, que consigue que cada palabra tenga la fuerza de un grito. Y eso vale oro.

Os decía líneas más arriba que la vida de David Martín es, hablando en plata, una putísima mierda. Es cierto. Hijo de un antiguo soldado que fue a la guerra y se convirtió en una sombra iracunda de sí mismo; y huérfano de una madre a la que nunca conoció, no porque muriera, sino porque abandonó a la que debía ser su familia.Todo se reduce al olor a pólvora. Un día está en la calle con su padre - un cabrón de los grandes - y, de golpe, el disparo que parte la noche en dos. El pasado que se muere, el futuro que se deshilacha. Y la muerte.

Me encanta cuando alguien se sienta delante de un documento en blanco y se rompe. Me encanta esa comunión que existe entre la idea brillante y la ejecución que rompe moldes. Porque la perfección no existe, la perfección apesta a aburrimiento, tiene ese tufillo repugnante que hace que susurres "pedorro" - o "pedorra", por supuesto -. No, amigas y amigos, el libro no es perfecto. David es un maldito bastardo al que yo hubiera dado de bofetones más de una vez. Ojo, no digo () que sea una persona esencialmente mala - desgraciadamente, de esas hay demasiadas -, sino que tiene un genio de mil demonios y una lengua afilada que hace de cada réplica una maldita cuchillada. Y por eso me gusta. Me gusta porque se envenena, porque muerde cuando le agobian, porque lucha por lo que le importa y porque se somete cuando tiene miedo. Porque es humano. Joder, porque es humano.

Zafón, en su papel de brillante escritor sádico, nos desmenuza muy poquito a poco la que será la peor pesadilla de nuestro protagonista. La pesadilla de su vida, que empieza antes de dónde nos situamos en La sombra del viento.

David Martín ha firmado un contrato en el que se compromete a escribir para un editorial de putas sanguijuelas bajo un pseudónimo durante tanto tiempo que roza lo sinientro. Para más inri, no se encuentra bien. Algo dentro de él va mal. Muy mal. Ah, también se ha enamorado y... sorpresa, sorpresa, ese amor no es, ni de lejos, correspondido. Pero esperad, esperad, que la cosa es todavía peor. Una noche cualquiera entra en lo que el autor describe como un "lupanar" - os juro que me moría con esa palabra - y, al día siguiente hay algo que no cuadra.

Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler

Cristina no me gustó nada. Desde el principio, me pareció una cobarde. Ajá, una cobarde, las cosas claras. La chica, lejos de arriesgarse, se deja arrastrar por los acontecimientos, unos que tienen nombre y apellidos y se saldan con un puto anillo de matrimonio. Qué jodida, ¿eh?, la conveniencia. El deber, el honor. Me parto el culo. ¿Hay honor en no ser fiel a una misma, a uno mismo? ¿Hay una obligación que subyace a nuestra existencia? ¿Quién obliga a nadie a mantenernos a flote cuando nos rompemos? Si alguna vez vais a ayudar a alguien que está hasta el cuello de mierda porque os sentís obligadas u obligados, haceos un favor y no lo hagáis. La hipocresía, a la larga, sale demasiado cara.

La que sí me gustó, y mucho, fue Isabella. Que no es trigo limpio nos lo firma el autor desde el minuto cero - siempre me ha hecho mucha gracia esa expresión -, pero que es una superviviente lo vemos con nuestros propios ojos. Ella no es feliz en su casa. Sus padres la adoran, pero no pueden ofrecerle lo que ella necesita. Así que lucha por sus sueños y es la única que tiene los ovarios suficientes como para poner a David en su sitio. Un poco de humildad, colega, que vas muy de sobrado por la vida.

El juego del ángel es una segunda parte de las que valen la pena. Con una historia que roza lo dantesco, Carlos Ruiz Zafón nos sumerge en una Barcelona oscura, llena de malos augurios. David Martín es un protagonista que vale la pena conocer, ni que sea para que os rompa en mil pedazos.

Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubre su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.


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