¡Hola, hola, hola!
¿Sabéis?, me hago una pregunta. Una pregunta que todo el mundo se ha hecho alguna vez en su vida lectora, sí. ¿No os pasa que, aunque una historia os esté flipando, no os apetece cogerla? Me refiero a ese momento en que miras con apatía un libro que en realidad te está enamorando. Es curioso, porque me he dado cuenta de que, en realidad, muchas veces me pasa esto. No querer seguir leyendo un libro que me gusta mucho. Porque no quiero que el final sea horrible. ¿Tiene algún puto sentido? En fin, con esto vengo a preguntar si estáis en pleno bloqueo lector. Creo que una servidora sí. Y lo creo porque, aunque tengo un montón de cosas que leer, no me apetece ninguna. Apatía, os decía. Eso será.
¿Qué hacéis cuando estáis bloqueadas, bloqueados? ¿Os forzáis a leer? ¿Leéis relatos o libros cortos? ¿Paráis de leer?
Dramas a parte, hoy vengo con una de tantas reseñas atrasadas. Creo que esta vez nos remontamos a mayo, pero no estoy segura. Hum. Con suerte es de junio. Tendré que comprobarlo. Sea como sea... ¡dentro reseña!
La Navidad se cierne como un mal presagio sobre Barcelona. Un cuervo de alas negras que espera en el escaparate de la librería Sempere, orque las cuentas no están yendo bien, el señor Sempere está empezando a asustarse por la ausencia de ingresos, Fermín se ha convertido en poco más que en una sombra huraña y Daniel... Daniel empieza a ver fantasmas en su relación con Bea.
Tenía muchísimas ganas de reencontrarme con esta gran familia, porque a fin de cuentas eso es lo que son: una familia que se cuida a cualquier precio. Y es que, si bien es cierto que Fermín es un personaje que cuando llega, lo hace para quedarse; Daniel me tiene robado el corazón desde el primer libro. Una familia... y qué familia.
La tragedia, como os comentaba líneas más arriba, está más que servida. La librería necesita ingresos y el señor Sempere no va a dudar en hacer todo lo posible. Comprando un belén y los adornos pertinentes - os juro que me meaba de risa con lo que opina Fermín de toda esa parafernalia -, parece un sitio más acogedor, ¿sí? Bueno, que se lo pregunten a Daniel. Nuestro Sempere recibe un día en la librería a un personaje, cuánto menos, dantesco. Un hombre que compra el libro más caro y tiene los huevos de decirle a Daniel que lo dedique... para Fermín.
El libro es corto. Terriblemente corto, en realidad. Precisamente por ese motivo no os quiero contar mucho más. Sería injusto para vosotras y vosotros, porque la gracia de las historias de Zafón es que las paladeéis como merecen. Si queréis mi opinión, la historia es algo así como un interludio entre las dos primeras entregas y la cuarta. Una suerte de novela corta en la que se nos desgrana un misterio que, joder, me dejó bizqueando. ¿Recordáis a nuestro protagonista de , David? ¿Y no os habéis preguntado alguna vez de dónde narices ha salido Fermín? Esas dos preguntas, entre tantas otras, dan voz a
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
Cuando lees a Zafón, te expones a que te haga daño. Es una realidad. Una tan evidente como el hecho de que Daniel tiene un guantazo. O cuarenta. Si bien es cierto que el chaval tenía sus dudas - todas ellas harto estúpidas, si queréis mi opinión -, no pensaba que fuese a llegar tan lejos. No, no os voy a contar qué hace, porque a mí el chico me dejó hasta preocupada; pero sí os diré que Bea es y será una de mis protagonistas favoritas de esta saga. Un poco de cordura entre tantos comederos de cabeza nunca va mal, creedme.
Os he hablado párrafos más arriba de las preguntas clave. Las respuestas llegan juntas, en realidad. Después de una vida de mierda, Da acaba en la prisión de Montjuic, sitio en el que hará buenas migas con Fermín. No, no sabemos de dónde ha salido. No, no sabemos quién es realmente. Pero sabemos que va a sobrevivir a esa locura. A fin de cuentas, para cuando relata su historia a Daniel, ha pasado demasiado tiempo. Cárcel de posguerra civil, os podéis hacer una idea de la clase de vejaciones que soportan. Y es que el ala en el que nuestros maravillosos protagonistas están recluidos es un sitio lleno de personas normales y corrientes. No hay delincuentes, sólo hay acusaciones fascistas que envenenan a Fermín.
David empezó el vals con la locura en su libro. Su pareja de baile se movía a su alrededor, esperando el momento perfecto para que la pieza empezase y acabase. Un fogonazo, sólo un fogonazo. Y la cordura habrá terminado por abandonarlo. Pero, ojo, porque además de un cabronazo de talla mayor, es un tío de mente rápida. Y va a sacar a Fermín de la cárcel. Cueste lo que cueste.
Me gusta la forma cómo, poco a poco, cada historia se enlaza con la anterior. , más que una saga, es un puzzle. Un enorme puzzle hecho de piezas que, joder, cobran vida regalándonos momentos que parecen a punto de matarnos. Porque sí. orque David será un capullo, pero no deja de ser un hombre enamorado de la mujer equivocada, un hombre que quiere y sabe que no podría querer bien. Porque Fermín es un luchador, un señor en mayúsculas, que muerde con fuerza. Y sobrevive.
Si bien es cierto que Isabella, a lo largo de toda la línea de recuerdo, no es más que un esbozo, un pedazo de tiempo robado; no pude evitar sentir la impotencia que luego siente Daniel. Porque él no sabía nada de David; no sabía, mucho menos de boca de su padre, que su madre en realidad estaba enamorada de otro hombre. El mismo hombre que la lanzó a la familia Sempere. Para que sobreviviera.
sea una historia corta. Tal vez no contenga tanto como las dos entregas anteriores. Pero es precioso. Un libro que llega para quedarse, como sus personajes. Un libro que nos dibuja esa Barcelona calada de demonios que, joder, palpita en cada página.
La venganza es muy jodida. Nos muerde los tobillos, nos repta por todo el cuerpo hasta que se pega a nuestra oreja y nos susurra muy bajito que sí, que a por ello, que no pasará nada, que es justo. Ojalá Daniel no hiciera caso de esa voz. Ojalá, y esto os lo digo de corazón, escuchase a Bea.
El telón se alza, el público se silencia y, antes de que la sombra que habita sobre su destino descienda de la tramoya, un reparto de espíritus blancos entra en escena con una comedia en los labios y esa bendita inocencia de quien, creyendo que el tercer acto es el último, nos viene a narrar un cuento de Navidad sin saber que, al pasar la última página, la tinta de su aliento lo arrastrará lenta e inexorablemente al corazón de las tinieblas.
Julián Carax, El prisionero del cielo (1992)
Las gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás y el extraño, que intuí que hubiera podido ocultar la suya en la punta de un alfiler, me dedicó su más esforzada mirada de desdén.
-¿Sabe, Daniel? A veces pienso que Darwin se equivocó y que en realidad el hombre desciende del cerdo, porque en ocho de cada diez homínidos hay un chorizo esperando a ser descubierto - argumentaba.
-[...] Desde que no vendemos una escoba se pasa el día emparedado en la trastienda con ese libro egipcio de los muertos.
-Es el libro de contabilidad - corregí.
-Señor Sempere, no es por faltar, pero este niño Jesús es tres veces más grande que su padre putativo y casi no cabe en la cuna.
-No pasa nada. Se les habían acabado los más pequeños.
-Pues a mí me da que al lado de la Virgen parece uno de esos luchadores japoneses con problemas de sobrepeso que llevan el pelo engominado y los calzoncillos ceñidos a la regatera.
-Se llaman luchadores de sumo - dije.
-Esos mismos - convino Fermín.
Mi padre suspiró, negando para sí.
-Y además mire esos ojos que tiene. Parece que esté poseído.
-A veces se cansa uno de huir - dijo Fermín -. El mundo es muy pequeño cuando no se tiene adónde ir.
-En esta vida se perdona todo menos decir la verdad.
-El futuro no se desea; se merece. Y usted no tiene futuro, Salgado. Ni usted, ni un país que va pariendo alimañas y como usted y como el señor director, y que luego mira para otro lado. El futuro lo hemos arrasado entre todos y lo único que nos espera es mierda como la que chorrea usted y que ya estoy harto de limpiarle.
-Yo no soy de ningún bando - repuso Fermín. - Es más, las banderas me parecen trapos de colores que huelen a rancio y me basta ver a cualquiera que se envuelva en ellas y se le llene la boca de himnos, escudos y discursos para que me entren cagarrinas. Siempre he pensado que el que siente mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego.
-Si tiene planeado introducírsela de nuevo por vía rectal le ruego que pase al excusado, que éste es un local familiar abierto al público - advirtió Fermín.