Revista Cultura y Ocio

Reseña #158: Aquellas mujercitas

Publicado el 24 agosto 2019 por Alaluzdelasvelas


Reseña
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Aquellas mujercitas

 ¡Hola, hola, hola!

 Hace tiempo que no os comento cositas chachis que han ido pasando a lo largo de la semana, o al menos no demasiadas. Hum. Bueno, no sé vosotras y vosotros, pero yo mientras estoy con el pc - y mientras decide comportarse y no sacarme de quicio, claro - tengo siempre los cascos puestos. Sí, sí, no hay nada más chachi que esa sensación de evasión absoluta. El caso es que últimamente estoy MUY pero que MUY enganchada a unas canciones y, por qué no, me apetece comentaros cuáles son. Home, de Martin Garrix; 11 minutes, de Yungblud y Halsey - os prometo que la voz de esos dos me encanta -; Speechless, de Robin Schulz y Erika Sirola; y, para terminar, también He's gone, de Tove Lo. ¿Habéis escuchado alguna? ¿Os gustan tanto como a mí?


 Hace nada os traje la reseña de la primera parte de esta saga. Claro, entenderéis que después de lo muchísimo que me gustó Mujercitas, tenía que leer Aquellas mujercitas. Sí, sí, el ansia, que me puede. ¡Pero no me enrollo más! ¡Dentro reseña!
Ficha técnicaReseña #158: Aquellas mujercitasTítulo:Aquellas mujercitas Autora:Louisa May Alcott Editorial:RBA Molino / Colección Otros Juvenil Número de páginas: 480 ISBN:9788427217201 Preció libro físico: 18,05€ (Tapa dura) / 9,26€ (Tapa blanda) Precio libro electrónico:1,99€ (Versión Kindle) 
Sinopsis Meg, Jo, Beth y Amy son cuatro hermanas que viven con su madre y que deben enfrentarse a los retos de crecer en un mundo marcado por la guerra y las dificultades. Aunque tienen personalidades muy distintas, el estrecho vínculo que las une las hace inseparables.

 Mujercitasy su continuación, Aquellas mujercitas, dos clásicos de la literatura, narran con intensidad, ternura y humor las alegrías y los problemas de las cuatro inolvidables hermanas de la familia March, con las que todos hemos crecido.
Reseñas de libros anteriores(Mujercitas 1) MujercitasMi opinión Me gusta pensar que cada libro tiene su propio momento para ser leído. No me gusta pensar que elegí mal el momento. Ojo, porque no digo que no haya disfrutado de la historia, ¡todo lo contrario!; el problema es que… no es lo que yo esperaba. Ajá, las expectativas me han jugado una mala pasada, y es que yo tenía la historia montada en mi cabeza. Por supuesto, Louisa May Alcott me ha roto todos los esquemas.
 Han pasado tres años desde que dejamos a nuestras cuatro protagonistas en Mujercitas – tenéis la reseña del libro en el apartado que va justito encima de éste -. Meg está a apenas unos días de casarse, Jo está que no cabe en sí misma de gozo por ayudar con los preparativos de la que será la casa de la señora y el señor Brooke, Beth no para de coserles trapitos y demás cosas para casa; y Amy – ajá, mi odiada Amy – se ha dedicado en cuerpo y alma a la decoración. Con tantos preparativos, es normal que la boda sea un evento importante. La salida definitiva de casa de una de las chicas. ¿Estarán preparadas para los cambios?
 Lo primero que he notado leyendo este libro, ha sido un cambio radical en la forma de plantear la historia. Donde la primera historia era todo dulzura, esta segunda evoca los primeros pasos hacia la madurez.Una madurez que llega de la mano de duros golpes. Y es que nadie le dijo a Meg lo difícil que es sacar una casa adelante, nadie le contó a Jo que, a veces es difícil ser un espíritu libre en tiempos como los que le ha tocado vivir; ni siquiera le dijeron a Beth que a veces las enfermedades dejan secuelas muy difíciles de subsanar. Incluso Amy está viendo que las cosas no llegan solas. Hay que trabajar. Hay que trabajar muy duro.
 Me han gustado las reflexiones que se desprenden de la historia. La forma cómo Louisa May Alcott nos habla del paso del tiempo, de ese “dejar de ser niñas” para pasar a ser adultas. Es bonito, y muy triste, ver cómo ellas, poco a poco, se dan cuenta de que ya no pueden esconderse en la buhardilla para celebrar reuniones y programar obras de teatro. Y es triste porque, muchas veces, el día a día las pisa. Hasta que reaccionan. Mención especial para Jo en este tema y es que, aunque me dolió como mil putos demonios la decisión que tomó, debo decir que me gustó la fortaleza con la que se aferró a sus ideas.
 Es precisamente Jo la que más me evocó ese sentimiento de soledad. Pese a que sigue siendo el elemento divertido de la obra, siempre de la mano de Lauire, es innegable que la llama se va a apagando poco a poco. Es como parar un huracán, ¿sabéis? Ver a Jo ser cada vez más seria, más responsable… y más melancólica. Sabe qué se espera de ella, y está dispuesta a ofrecerlo; pero a veces es difícil saberse sola, y no a nivel romántico, cuidado. Me refiero al sentimiento de desamparo que sigue a un momento de lucidez, ese momento en el que todo hace “clic” y sabes que ha terminado una etapa.
 Amy sigue siendo, para mí, un suplicio. Supongo que habrá quién adore al personaje, pero me vais a disculpar si os digo que, por más que quieran venderme la moto, no me creo que madure. Seamos realistas: la chica sabe lo que le conviene. De hecho, ella misma lo dice. Y es triste. Sí, es triste, porque pese a que poco a poco se va dando cuenta de que no es necesario sacrificar la propia dignidad por un puñado de dinero; no deja de ser esa niña que no ha terminado de crecer y que, en el fondo, sólo quiere una posición social mejor.
 Tal vez la primera y última similitud con la obra predecesora sea el hecho de que, aunque al principio todo parezcan historias sueltas, se van hilando con esa prosa que roza la oralidad. Louisa May Alcott nos hace daño, en eso no os voy a mentir, pero no llegué a llorar. Supongo que en parte se debe a que el libro pasa en un suspiro. Se abarca mucho tiempo, entre las páginas de Aquellas mujercitas; y sí, sé que seguramente la idea era ver como nuestras chicas aprendían de los golpes más duros de la vida, que a veces sólo hace falta tiempo para encauzarse y un largo etcétera que sólo serviría para rellenar líneas. Pero me ha dejado fría en ese aspecto, y sabéis que odio mentir.
 No os quiero desvelar mucho más, porque la gracia está en que os empapéis de la prosa de la autora para conocer el destino de nuestras protagonistas; pero no puedo desaprovechar la oportunidad de avisaros: si os ha gustado mucho la primera parte, dejad que pase un tiempo antes de darle una oportunidad a ésta otra. No os puedo decir por qué, pero yo hubiese preferido dejar que pasar el tiempo.

 Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
 Sigo sin entender cómo ha podido hacerlo. Me refiero al hecho de que alejar a Laurie y Jo, lanzándolos de cabeza a la que hoy conocemos como la odiosa friend zone. Vamos a ver, yo no digo, ni muchísimo menos, que tuviesen que casarse y responder al estereotipo de matrimonio de la época. Pero hacían buena pareja, joder. Hubiesen sido maravillosos juntos. En ese sentido, estoy muy enfadada. Y estoy enfadada porque a lo largo de toda la primera mitad de la novela la autora nos va lanzando comentarios, pequeños momentos en los que hay una complicidad real entre ambos. Una que yo me creí. Pero lo tiene que echar todo a perder.
 Además de ese problema – no, no os pienso decir cuáles son las parejas finales, por mucho que aquí pueda hablar libremente del libro; prefiero que lo descubráis por vosotras mismas, por vosotros mismos –, está el añadido de que el matrimonio de Meg no es más que un adorno. Ojo, porque no me gustó nada que todo fuese tan… subversivo. Meg está en casa. Y ya está. Su trabajo consiste en que todo esté maravilloso y estupendo para la llegada de su señor marido. Y no, no me empecéis con el cuento de “es por la época”, porque ya lo sé. Me quejo del hecho de que no se haga, ni siquiera en una obra que a ratos tiene tintes claramente feministas, una reforma. Una pequeña. Me hubiese callado si el señor Brooke hubiese hecho el esfuerzo de ayudar a su mujer con cualquier cosa. Con cualquiera. Pero él sólo es el hombre que se siente abandonado porque ella se convierte en la esclava de sus hijos.
 Curiosamente, no llegué a llorar por Beth. Me dolió, sí; me dio muchísima pena, también; pero no llegué a sentir la opresión en el pecho que sí sentí cuando Jo se dio cuenta de que todo el mundo a su alrededor construía su propia vida y ella, en cierto modo, no era más que una espectadora. Una marioneta esperando órdenes. Porque la vida le pasaba por encima y ella… ella sólo sentía soledad. Fue esa manera de evocar algo tan mundano, ese sentimiento que estoy segura de que todas y todos sentimos una vez. Ese momento en el que piensas “lo estoy haciendo todo mal” y no puedes más que comparar tu vida con la del resto del puto universo. Me encantó. Porque es real.
 El final es… bueno, es un final. Lo que se espera de una historia así. Un cierre para cada hermana que, la verdad, no me ha dejado demasiado satisfecha. Sé que tal vez esté dando la sensación de que no me ha gustado la obra. No es cierto. Me ha gustado, me ha gustado mucho; pero las cosas han salido al revés y, bueno, eso duele. Muy bucólico, con ese puntito de “colorín colorado, este cuento se ha acabado” que hace pensar en los cuentos que oíamos de pequeñas y pequeños. Pero difícil. Ojalá no hubiese sido Beth. Sólo os puedo decir eso.

Aquellas mujercitas es una segunda parte que se sale de lo que podríamos vernos venir después de leer Mujercitas. Un final para cada hermana, reflexiones sobre la soledad y ese punto dulce que caracteriza la prosa de Louisa May Alcott. ¿Os vais a animar?
Nota: 4/5

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