Después de unos días de vacaciones (
poner en su sitio a semejante trozo de… Suficiente.¿Ya? ¿Ya está todo dicho? No, no. Ni mucho menos. La guinda del pastel es una hermana egoísta donde la haya, que se cree con derecho a mandar en casa de sus padres y que se cree Wikipedia. Duras palabras, ¿no? Pues todavía no he empezado a despotricar, creedme.Después de unos días de vivir en la cuerda floja, suspirando por conseguir un trabajo, nuestra Lou consigue una entrevista con Camilla Traynor, una juez de paz de renombre que busca a alguien dispuesto a hacerse cargo de su hijo tetrapléjico, C5/C6 para más señas, Will Traynor.Nuevos elementos, recién saliditos del horno. Camilla, una mujer amargada que no ve más allá de su frente pero que, he de decir, se desvive por hacer que hijo pueda ser feliz. Supongo que estaréis pensando que he odiado el libro y lo curioso es que, pese a que no hay más que tres personas buenas a lo largo de la historia, me ha encantado. Hacía mucho tiempo que no encontraba una historia que me rompiera los esquemas mentales de ese modo y es que, por si alguien todavía no lo sabe, Yo antes de ti trata temas de lo más controvertidos. Asuntos que, por supuesto, trataré en la zona con spoilers para no desvelar nada a aquellas personas que, al contrario que yo, no sepan más o menos qué derroteros va a tomar la novela. Retomando lo que nos ocupa, que no es ni poco ni fácil, Lou pasa la entrevista. Camilla le cuenta los pormenores de su nuevo trabajo, que consiste básicamente en mantener limpio el pabellón y vigilar a Will. Una niñera muy bien pagada… sólo que nuestro querido Traynor tiene treinta y cinco años y un carácter de lo más difícil. Esto es lo primero que descoloca a nuestra protagonista y es que el chico ya cuenta con un enfermero: Nathan. Al principio no se pueden ni ver. Will es grosero, desagradable, rayando la egolatría y, en ocasiones, siendo tan horriblemente sincero que Lou tiene que contar hasta diez para no sacarle los ojos. El poder del dinero, sin duda, porque nuestra protagonista no puede permitirse el lujo de perder el trabajo.¿Cómo iba si no a mantener a esa familia tan maravillosa, que se preocupa más de la que la buena de Treena pueda dormir a gustito y volver a la universidadque de que su hija mayor diga que tiene un trabajo en el que no se siente vapuleada, o sobrepasada, por la situación? Y es que no hablo en broma cuando digo que me han parecido una panda de desgraciados egoístas e hipócritas.Todos y cada uno de ellos. Tal vez sólo se libren Thomas, el hijo de Treena, y el abuelo, que bastante tiene con mantenerse vivo a sí mismo. El caso es que la cosa mejora cuando un día Lou le planta cara a Will, dejándole claro que su actitud es francamente repulsiva, que ella sólo quiere el dinero y que, ¡olé, sí señora!, ella trabaja para su madre, no para él. Sólo leía maravillas de este libro. Todo el mundo lo alzaba al décimo cielo, alegando que era una obra maravillosa, desgarradora… una historia que deja huella. Y qué cierto, maldita sea. Es cierto que la prosa de Jojo Moyes no es nada del otro mundo. Banal, diría yo, aunque directa. Es su forma de hacernos llegar las cosas, de mostrarnos el mundo interior de Lou y, ocasionalmente, el de otros personajes, lo que ha hecho que esta novela logre romperme en mil pedazos. Porque sí, amigas y amigos, he llorado. Y mucho. Lou empieza a sentir que todo mejora. Parece aceptar su nueva situación, viéndose de golpe inmersa en largas e interesantes conversaciones con ese tetrapléjico protestón y cabezota que, poco a poco, empieza a tener un humor más alegre, más… juguetón. Hasta que un día, con la llegada de Georgia, la hermana de Will, Lou descubre la verdad. Una verdad cruda, algo que, sin duda, le hará replantearse seriamente todas sus convicciones. ¿Es todo lo que le han enseñado válido o debería plantearse una ética nueva? ¿Es cierto que ese es el verdadero motivo de su contrato… ese que, casualmente, sólo dura seis meses? ¿Podrá Lou sobrevivir a todo ello o, por el contrario, lanzará la toalla?
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona spoiler Estoy muy cabreada. Muchísimo. No os hacéis una idea de las ganas que tuve de lanzar el libro por la ventana después de leer todo lo que pasaba. ¡Maldita sea, que yo tengo las ideas muy claras! Para gusto de unas personas y disgusto de otras, yo estoy completa y absolutamente a favor de la eutanasia para casos de este calibre. Si la persona en cuestión sufre una discapacidad que logra consumirla hasta el punto de no poder hacer nada sola… me parece correcto que, si es su decisión y está en completo uso de sus facultades psíquicas, pueda poner fin su vida.Lo entiendo y lo respeto – en ese y otros ámbitos que no trataré porque no vienen para nada al caso y, al fin y al cabo, estoy hablando de un libro no de mis ideas y convicciones –. Y es precisamente por eso por lo que estoy tan sumamente enfadada. Me ha dolido en lo más profundo leer el final, ese en el que todo se va a pique porque Will Traynor es una maldito cabezota con las ideas tan claras que me da escalofríos.
Me resultó curiosa la evolución de Will. Ese personaje de apariencia hosca y corazón noble. Un chico que vale la pena conocer, aunque sólo sea por sumergirse en el apasionante mundo del cine extranjero original y subtitulado, los libros y la buena música. Creo que entendí hasta qué punto es cierto que las personas pueden ser mejores cuando se dejó cortar esas greñas y la barba.Lou, la buena de Lou, la chica que tiene que dormir en un trastero, que se convierte en el foco de las burlas– con cariño, dice – de su padre, la que nunca parece ser lo suficientemente buena… la que no llega ni a la suela de los zapatos a su hermana. Lou, la chica que, con un par de narices, lucha contra viento y marea para demostrarle a ese maldito cabezota que la vida vale la pena aun estando en una maldita silla de ruedas. Creo que lo mejor que puedo rescatar del libro es la autorrealización, el autodescubrimiento… la verdad que esconde Lou en sí misma. Nadie merece conformarse con lo que tiene.¿Qué hay de bueno en ser una rata de biblioteca si luego, al salir, lo único que puedes hacer es seguir leyendo y leyendo? ¿Y qué hay de bueno, al contrario, en sólo saber pasarlo bien bajo los influjos del alcohol? ¿Por qué no encontramos el punto medio, nos queremos un poco más y salimos de nuestras zonas de confort, sean cuales sean, para vivir? VIVIR, amigas y amigos. Vivir una vida plena, valga la redundancia, en la que no digamos que “no” por miedo, sino por convicción. Sólo si ahondamos en todas la posibilidades podemos decir qué nos gusta, qué no y qué nos define. Porque, como dice nuestro viejo amigo Will, no debemos dejar que nada nos defina. Debemos definirnos, confeccionarnos, a partir de patrones que realmente nos hagan felices.
Nota: 5/5Citas(…) El paro era una idea, algo de lo que se hablaba incansablemente en las noticias en relación con astilleros o fábricas de coches. Ni se me había pasado por la cabeza que era posible echar de menos un trabajo igual que se echa en falta una pierna o un brazo: como algo constante y reflejo. No había pensado que, además de los temores obvios respecto al dinero y el futuro, perder un trabajo te hacía sentir incompetente, un poco inútil. Que sería más difícil levantarse por las mañanas que cuando el implacable despertador te arrancaba del sueño. Que echarías de menos a la gente con la que trabajas, a pesar de lo poco que tuvieses en relación con ellos. O que incluso buscarías rostros familiares al caminar por la calle.(…)(…) Tenía veintiséis años y no sabía quién era. Hasta que perdí el trabajo ni siquiera me lo había planteado. (…)
(…) Aquí, podía oír mis pensamientos. Casi oía el latido de mi corazón. Comprendí, para mi sorpresa, que me gustaba mucho.(…)
(…) Hay horas normales y hay horas yemas, en las que el tiempo se estanca y se desliza, donde la vida (la vida real) solo existe en otro lugar.(…)
(…) Necesitaba que mi hijo tuviera algo hermoso que contemplar. Necesitaba decirle, en silencio, que las cosas cambian, crecen o se marchitan, pero que la vida continúa. (…)
(…)-No me gustó ni un poquito.-Ya me había fijado.-En especial, no me gustó esa parte casi al final, cuando el violín tocaba solo.-Me fijé en que no te había gustado esa parte. De hecho, creo que tenías lágrimas en los ojos por lo mucho que la detestabas.(…)
(…) Ahora, era solo Will: el exasperante, voluble, inteligente y divertido Will, que me trataba con condescendencia y le gustaba actuar como si él fuera el profesor Higgins y yo Eliza Doolittle. Su cuerpo era solo una parte del todo, a la que había que tratar, a intervalos regulares, antes de volver a la conversación. Se había convertido, supuse, en la parte menos interesante de él.(…)
(…)-Es que… no aguanto pensar que te vas a quedar aquí para siempre. – Tragó saliva –. Eres demasiado inteligente. Demasiado interesante. – Apartó la mirada de mí –. Sólo se vive una vez. En realidad, es tu deber que sea una vida plena.(…)
(…)-¿Y sabes qué? Nadie quiere oírme hablar de esas cosas. Nadie quiere que hable de tener miedo, o del dolor, o de sentir miedo a morir por cualquier estúpida infección. Nadie quiere saber qué se siente cuando sabes que nunca más volverás a acostarte con alguien, que nunca más vas a comer algo que tú mismo has cocinado, que no podrás abrazar a tus hijos. Nadie quiere saber que a veces siento tal claustrofobia, atrapado en esta silla, que me entran ganas de gritar como un loco al pensar que voy a pasar otro día así.(…)
(…) Por primera vez en la vida, intenté no pensar en el futuro. Intenté existir sin más, dejar que las sensaciones de la noche me invadieran.(…)
(…) ¿Sabes lo difícil que es no decir nada? ¿A pesar de que hasta el último átomo de tu cuerpo se esfuerza en lo contrario?
(…)