Revista Cultura y Ocio

Reseña #84: fahrenheit 451

Publicado el 14 mayo 2017 por Alaluzdelasvelas

Una semana de lo más curiosa, sin duda. Una de esas en las que, después de cierto suceso - llamémoslo "x" -, os quedáis con mal sabor de boca. Pero bueno, como decía nuestro gran Kaz Braker - uno de los protagonistas de Seis de cuervos -, << ladrillo a ladrillo>>. Y es que... ¿Qué hay más maravilloso que acabar un domingo dejándose caer por el idílico mundillo de Blogger? ¡Pues hablaros de un libro que a mí, personalmente, me ha encantado!

No os olvidéis de contarme qué tal están siendo vuestras actuales lecturas. Nunca es mal momento para descubrir nuevas joyitas. Y ahora... ¡Dentro reseña!

RESEÑA #84: FAHRENHEIT 451

Fahrenheit 451 cuenta la historia de un sombrío y horroroso futuro. Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión, paradójicamente, no es la de sofocar incendios sino la de provocarlos para quemar libros. Porque en el país de Montag está terminante prohibido leer. Porque leer obliga a pensar, y en el país de Montag está prohibido pensar. Porque leer impide ser ingenuamente feliz, y en el país de Montag hay que ser feliz a la fuerza...

Leí 1984 y quedé encantada, así que me pregunté cómo era posible que aún no le hubiera dado una oportunidad seria a Ray Bradbury - veréis, había leído un pequeño relato hará ahora unos tres años y, sinceramente, me fascinó -. El caso es que pensé que era un buen momento y me lancé con la historia de un bombero de lo más peculiar.

Fahrenheit 451 es, de salida, un libro igual de reivindicativo que la gran novela de Orwell - o, al menos, una de ellas -; sin embargo, carece de la crudeza, de la maldad que puebla las páginas del régimen en el que nuestro pobre Winston tiene que sobrevivir día a día. ¿Significa esto que la novela de Bradbury me dejara fría? No, ni mucho menos.

): quemar todos los libros. Montag es un bombero, uno de esos que, cuando suena la alarma, baja por la barra con sus colegas, dejando una partida de póquer a medias y, una vez en camión, no pierde el tiempo para poder llegar a destino. Quemar libros. Sí, eso he dicho ( Tener libros en casa - aunque ni siquiera se lean - es un delito castigado con la exterminación directa de lo que ellos consideran "el problema". Supongo que muchas de vosotras, muchos de vosotros, os estaréis llevando las manos a la cabeza. ¡Vaya barbaridad!

El caso es que nuestro protagonista, tras una larga jornada de trabajo, va de camino a casa y se encuentra con una chica que se define a sí misma como una loca. Clarisse McClellan, un verdadero primor, si me permitís el inciso. ¿Y por qué está loca? Ella no quiere pasar el tiempo como el resto de sus compañeros de clase. No quiere subirse en coche a quemar gasolina a una velocidad vertiginosa, no quiere ir al parque de atracciones. No quiere hacer, en esencia, nada que le obligue a bloquear su mente.

Bloquear la mente. Qué bonito, ¿verdad? ¿Quién no ha querido alguna vez dejar en blanco algún momento, un espacio vacío para pensar? ¿Quién no ha querido evadirse tras un día duro, no con cosas cotidianas, sino con emociones fuertes? Creo que es un buen momento para explicar por qué está prohibido tener libros y, por ende, leer. Veréis, en la sociedad que nos plantea Ray Bradbury, los libros nos hacen daño con sus palabras. Hacen que lloremos, que nos sintamos mal, que pensemos en cosas truculentas... Hacen que pensemos, me da en la nariz que ahí radica el problema.

Así que nuestro protagonista se queda con la mente totalmente en blanco, con esa pobre niña que se refiere a sí misma como una loca, hablando de cosas tan efímeras como las flores, el campo o el hecho de que la hierba pueda oler a lluvia. Una niña que sólo quiere pasar el rato viviendo sin prisas, obviando la velocidad, el riesgo y el placer por lo que sólo consigue que nada sea importante. ¿Y qué pasa cuando alguien se encuentra con alguien que le dice verdades como puños? Exacto, empieza a pensar y... Empiezan los problemas.

Decía que Bradbury no es tan crudo como Orwell. Lo mantengo. Ahora bien, ) que, a mi juicio, este hombre entra en la categoría de los autores que si hay algo destacable en la prosa de nuestro escritor es que es poética. Hace de cada palabra una delicia, adornándola, edulcorándola para que algo horrible, aberrante, un sinsentido; se convierta en algo refinado, en algo que, en esencia, es agradable de leer por lo bucólico de su descripción. No miento cuando os digo ( lloran en el papel.

Tras el encontronazo con Clarisse, Montag empieza a replantearse cosas como si será cierto que los dientes de león pueden determinar si estás o no enamorado. Cosas sencillas, cosas bonitas. Hasta que un día la niña, sencillamente, desaparece. Algo curioso, ¿verdad? Si a este hecho le sumamos un pequeño "incidente", los problemas de nuestro amigo bombero no han hecho más que empezar.

Y, ahora, bienvenidas y bienvenidos a la

Es difícil hablar de un libro tan corto sin destriparlo, aunque el libro en cuestión lo conozca ya casi todo el mundo y ya quede poco que decir. Es difícil, digo, porque quiero mantenerme fiel a eso de "no contaré todo el libro". Hablaré, entonces, de algunas cosas que me han resultado, cuando menos, curiosas.

La primera de ellas es la siniestra relación de la mujer de Montag con la televisión. No, no me he vuelto loca - o, al menos, no tanto -. Esa mujer, al igual que muchísima gente en la sociedad que nos presenta Ray Bradbury, cree que su "familia" son los actores y actrices de la maldita televisión. Palabrita. Las paredes, en vez de ser de hormigón, de ladrillo, de pladur o de lo que diablos sean; son pantallas en las que de forma ininterrumpida sale gente que puede llegar a dirigirse a su espectador por su nombre - un sencillo formateo, al parecer -. Y digo yo, ¿en serio hay que llegar a ese límite del surrealismo? ¿No raya ya lo suficiente en lo malsano el hecho de que la mujer de Montang, Mildred, Millie para los amigos, sea la mujer más superficial y despreciable de este mundo que, encima, tiene que creer esas locuras?

) ahora... Supondréis que lo segundo de lo que quiero hablar es de Millie . Puedo decir, sin miedo a equivocarme, es la clara definición de lo que significa que alguien - ya sea hombre o mujer - sea superficial. incluso me alegré de que al final se marchara. Sólo, repito, SÓLO, quiere ver sus patéticos programas. Oh, no, perdonadme. Sólo quiere ver a su familia. ¡Venga ya!Me dio pena cuando, al principio de la novela, pareció que quería suicidarse, pero acabé por odiarla e , perdonadme por lo que voy a decir (

Pasando a temas más importantes, el cómo Montag atesora los libros que ha ido robando me pareció sencillamente increíble. El hombre adora todo lo que lee - lo cual es más bien poco - y, un día, comete el error de hacer saber a su jefe que ha tenido un desliz. Me rompió el alma ver a lo que se puede llegar por un puñado de hojas. Quiero decir, ¿qué había de malo, realmente, en que nuestro pobre bombero tuviera unos cuantos libros? ¿Qué había de malo en que supiera quererlos y valorarlos?

Beatty, el jefe de Montag, es todo un personaje. Alguien con muchos claroscuros, sin duda. Me resultó la mar de curioso todo lo que sabía de literatura, pese a despreciarla con cada miserable gramo de su cuerpo. Otro cantar, es ese señor ya mayor, Faber, un antiguo literato. No quiero extenderme con estos dos hombres, sólo diré que nada es lo que parece.

Lo mejor de la novela es, sin duda, el final. Me gustan las reflexiones que plantea Ray Bradbury mientras nuestro protagonista huye del sabueso - ese perro mecánico me ponía los pelos de punta - y de la policía mientras la guerra estalla sobre sus cabezas. Me maravilló que fuera la literatura la que, al final, se convirtiera en el hilo conductor hacia un mundo diferente, uno en el que no se juzgaran las palabras como hirientes o no, sino como palabras en sí mismas, que ya es suficiente.

Con todo, Fahrenheit 451 es una novela sencillamente maravillosa, con unas reflexiones muy buenas y una prosa exquisita. Dadle una oportunidad a Montag, a Clarisse y, por supuesto, al bueno de Faber.

El rostro de ella también se parecía mucho a un espejo. Imposible. ¿Cuánta gente había que refractase hacia uno su propia luz? Por lo general, la gente era - Montag buscó un símil, lo encontró en su trabajo - como antorchas, que ardían hasta consumirse. ¡Cuán pocas veces los rostros de las otras personas captaban algo tuyo y te devolvían tu propia expresión, tus pensamientos más íntimos! ¡Aquella muchacha tenía un increíble poder de identificación!; era como el ávido espectador de una función de marionetas, previendo cada parpadeo, cada movimiento de una mano, cada estremecimiento de un dedo, un momento antes de que sucediese.

-No se trata sólo de la mujer que murió - dijo Montag -. Anoche, estuve meditando sobre todo el petróleo que he usado en los últimos diez años. Y también en los últimos libros. Y, por primera vez, me di cuenta de que había un hombre detrás de cada uno de ellos. Un hombre tuvo que haberlo ideado. Un hombre tuvo que emplear mucho tiempo en trasladarlo al papel. Y ni siquiera se me había ocurrido esto hasta ahora.

Montag saltó de la cama.

-Quizás algún hombre necesitó toda una vida para reunir varios de sus pensamientos, mientras contemplaba el mundo y la existencia, y, entonces, me presenté yo y en dos minutos, ¡zas!, todo liquidado.

-¡Válgame Dios! - dijo Montag -. Siempre tantos chismes de ésos en el cielo. ¿Cómo diantres están esos bombarderos allí arriba cada segundo de nuestras vidas? ¿Por qué nadie quiere hablar acerca de ello? Desde 1960, iniciamos y ganamos dos guerras atómicas. ¿Nos divertimos tanto en casa que nos hemos olvidado del mundo? ¿Acaso somos tan ricos y el resto del mundo tan pobre que no nos preocupamos de ellos? He oído rumores. El mundo padece hambre, pero nosotros estamos bien alimentados. ¿Es cierto que el mundo trabaja duramente mientras nosotros dormimos? ¿Es por eso que se nos odia tanto? También he oído rumores sobre el odio, hace muchísimo tiempo. ¿Sabes tú por qué? ¡Yo no, desde luego! Quizás los libros puedan sacarnos a medias del agujero. Tal vez pudieran impedirnos que cometiéramos los mismos funestos errores. No oigo a esos estúpidos en tu sala de estar hablando de ello. Dios, Millie, ¿no te das cuenta? Una hora al día, dos horas con estos libros, y tal vez...

-No quiero cambiar de bando y que sólo se me diga lo que debo hacer. En tal caso, no habría razón para el cambio.

Oh, amor, seamos sinceros

Las palabras son como hojas, y cuanto más abundan raramente se encuentra debajo demasiado fruto o sentido, de Alexander Poe.

Vio que la luna se hundía en el firmamento. La luna allí, y su resplandor, ¿producido por qué? Por el sol, claro. ¿Y qué iluminaba al sol? Su propio fuego. Y el sol sigue, día tras día, quemando y quemando. El sol y el tiempo. El sol, el tiempo y las llamas. El río le balanceaba suavemente. Llamas. El sol y todos los relojes del mundo. Todo se reunía y se convertía en una misma cosa en su mente. Después de mucho tiempo de flotar en el río, Montag supo por qué nunca más iba a quemar algo.

El sol ardía a diario. Quemaba el Tiempo. El mundo corría en círculos, girando sobre su eje, y el tiempo se ocupaba en quemar los años y a la gente, sin ninguna ayuda por su parte. De modo que si él quemaba cosas con los bomberos y el sol quemaba el Tiempo, ello significaba que todo había de arder.

Aquello era todo lo que deseaba. Algún signo de que el inmenso mundo le aceptaría y le concedería todo el tiempo que necesitaba para pensar lo que debía ser pensado.

No estaban seguros de que todo lo que llevaban en sus mentes pudiese hacer que todos los futuros amaneceres brillasen con una luz más pura, no estaban seguros de nada, excepto de que los libros estaban bien archivados tras sus tranquilos ojos, de que los libros esperaban, con las páginas sin cortar, a lectores que quizás se presentaran años después, uno, con dedos limpios, y otros, con dedos sucios.

-[...] <<No importa lo que hagas - decía -, en tanto que cambies algo respecto a cómo era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separases de ello tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre.>>

-[...] Detesto a un romano llamado Statu Quo>>, me dijo. <<Llena tus ojos de ilusión - decía -. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así. Y, si existiera, estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca abajo de un árbol, todos y cada uno de los días, empleando la vida en dormir. Al diablo con eso - dijo -, sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero.>>


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