Revista Cultura y Ocio

Reseña #85: after dark

Publicado el 03 junio 2017 por Alaluzdelasvelas

¿Qué tal? ¿Me habéis echado de menos, aunque sólo sea un poquito? La verdad es que he estado bastante ocupada estas dos últimas semanas y, bueno... He tenido que sacar un hueco de donde no lo había para poderme dejar caer por aquí. Contadme, ¿está siendo un buen mes? ¿Mucho agobio con los exámenes?

Pasando a temas menos deprimentes - personalmente, no tengo ningunas ganas de hablar de las clases -, quería traeros, hoy sí, la reseña de un libro que me gustó especialmente. Al parecer, tengo un nuevo autor favorito. Sí, sí, amigas y amigos, tal y como lo leéis. Nuevo imprescindible. Redoble de tambor y un más que efusivo aplauso para... ¡¡Haruki Murakami!!

RESEÑA #85: AFTER DARK

Cerca ya de medianoche, en esas horas en que todo se vuelve dolorosamente nítido o angustiosamente desdibujado, Mari, sentada sola a la mesa de un bar-restaurante, se toma un café mientras lee. La interrumpe un joven músico, Takahashi, al que Mari ha visto una única vez, en una cita de su hermana Eri, modelo profesional. Ésta, mientras tanto, duerme en su habitación, sumida en un sueño "demasiado perfecto, demasiado puro". Mari ha perdido el último tren de vuelta a casa y piensa pasarse la noche leyendo en el restaurante; Takahashi se va a ensayar con su grupo, pero promete regresar antes del alba. Mari sufre una segunda interrupción: Kaoru, la encargada de un "hotel por horas", pide que le ayude con una prostituta china agredida por un cliente. Dan las doce. En la habitación donde Eri sigue sumida en una dulce inconsciencia, el televisor cobra vida y poco a poco empieza a distinguirse en la pantalla una imagen turbadora... pese a que el televisor no está enchufado.

La historia de por qué decidí leer este libro no es demasiado interesante. Llegué a la biblioteca, lo vi, me enamoró la portada y lo cogí. Fascinante. El caso es que después de lo muchísimo que me gustó Tokio Blues - podéis acceder a la reseña haciendo clic aquí -, me daba algo de miedo que esta otra obra me dejara con mal sabor de boca. Miedos infundados, por supuesto.

Mari está leyendo en una cafetería. Una escena de lo más normal - una que todas y todos protagonizamos al menos unas tres o cuatro veces al mes, ¿verdad? -, por lo menos si dejamos de lado que son casi las doce de la noche y no tiene intención de volver a casa hasta el amanecer. ¿Y qué hace una chica que acaba de empezar sus estudios universitarios en una cafetería a las doce de la noche?, os preguntaréis. Lo cierto es que yo también me pregunté por qué no estaba quemando las horas por la calle, con una panda de amigos y algo de alcohol en el cuerpo - lo sé, soy tremendamente superficial. Mea culpa -. La respuesta, como no puede ser de otro modo, es una de las incógnitas que nuestro querido Murakami se reserva para el final.

Ahora bien, retomemos lo importante. Mari está en la cafetería, leyendo un tocho de "agárrate y no te menees", cuando entra, como entraría un elefante una chatarrería, Takahashi, un músico al que nuestra querida Mari conoció en una cita doble con su hermana años atrás. Si me permitís un pequeño inciso, nuestro músico medio bohemio, un amante del buen jazz iniciado con Spot after dark - buscad la canción, vale la pena -, me pareció un amor. Un chico parlanchín, de esos que no toleran los silencios.

Pese a lo que podáis pensar, el libro no se centra en la historia de Mari y Takahashi ; sino en todos los encuentros fortuitos que hacen que nuestra protagonista indiscutible arregle algunos de sus problemas personales. Ojo, con esto no quiero decir que Takahashi sea un personaje de paso, un secundario esporádico que haga un comentario afortunado. No. Ese chico, junto con Eri, Kaoru y Shirakawa; se convierten en pilares fundamentales de una obra que, al menos a mí, me ha robado un trocito de corazón.

Haruki Murakami sabe escribir, eso no es ningún secreto. Es de esas personas que harían una maldita lista de tareas interesante. El caso es que su prosa , al menos por lo que he podido ir comprobando, . Sí, lo sé, todo muy poético. Bromas aparte, Murakami tiene el don de confeccionar escenarios grises, decadentes e incluso lúgubres. Convierte cada ambiente en una joyita perlada de melancolía, en un nubarrón gris del que no se pueden apartar los ojos, en una tarde de lluvia. Y eso, ¡qué queréis que os diga!, a mí me encanta.

Tras una charla poco fructífera acerca de cómo va a pasar Mari toda una noche, Takahashi se marcha para ensayar con su grupo, no sin antes decirle que quiere volver a verla en unas horas para seguir hablando, no sólo de sus quehaceres nocturnos, sino de Eri Asai, la hermana de nuestra protagonista . El caso es que Eri es una de esas chicas guapísimas que posan para revistas de adolescentes, una chica de cuerpo diez que tiene algunos problemas con los que, desgraciadamente, no sabe lidiar.

Antes de hablaros con más detalle sobre Eri, quiero hacer una mención especial al narrador de la obra. Uno muy acertado, si queréis mi opinión, y es que Haruki Murakami nos convierte en un punto, un pedazo de materia que, como si de una cámara se tratase, puede enfocar todo lo que pasa a lo largo de esa noche. Pasamos de estar viendo una perspectiva aérea de la cafetería a la habitación de Eri Asai. ¿Y por qué su habitación? Lo siento, pero si queréis saberlo vais a tener que leer el libro.

Antes de pasar a la zona spoiler, quiero dejaros con los dientes largos. La partida de Takahashi, como supondréis, no afecta en lo más mínimo a Mari. Ella sigue leyendo tan tranquila hasta que ... ¡Sorpresa! mujer que dice conocer al músico llega y le pide que le ayude con una chica china a la que le ha pasado algo terrible.

Y, ahora, bienvenidas y bienvenidos a la

El libro es corto. El libro es ridículamente corto. Pasa de todo. Es tan condenadamente adictivo que no sé ni por dónde empezar para convenceros de que, definitivamente, tenéis que leerlo. Ya no es tanto el hecho de disgregar cada elemento y disfrutarlo, como cuando paladeamos cada sabor en un cucurucho de tres bolas. No. Es un conjunto perfecto, uno que hace que sólo pienses en qué más va a pasar. O en qué no, porque telita con el asunto.

Decía más arriba que es curioso el asunto de Eri. Lo mantengo. Ella está durmiendo profundamente en su habitación, tan profundamente que da hasta miedo. Y, de golpe y porrazo, la televisión se enciende. Tengamos en cuenta que el libro está ambientado en lo contemporáneo de su época, así que os hablo de un televisor de tubos catódicos que se queda con la señal gris - sí, esa previa a que se ponga la pantalla de mil colores -. Lo fascinante de la situación es que, aun siendo una mera cámara, el narrador nos hace comprender que en esa televisión hay algo que no va bien. Un hombre con una máscara que mira fijamente a Eri Asai.

Paralelamente a esta situación - gore hasta decir basta -, Mari acompaña a Kaoru hasta su Love Hotel - por si alguien no tiene claro que es un "love hotel", se trata de un hotel en el que las parejas van para tener encuentros sexuales, ya sea con prostitutas, con amigos o con su propia pareja -. En una de las habitaciones, una prostituta china - ilegal en Japón, para más señas - cuenta a Mari, que es la única que habla chino, lo sucedido. Aquí me detendré un momento para quejarme a gusto, porque el desgraciado que da una paliza a Mari se convierte también en uno de los protagonistas del libro. A lo que iba. Shirakawa pega una paliza a Mari porque a la pobre chica le baja la regla justo cuando iban a empezar. Al parecer el muy depravado no concibe que pasen esas cosas y le deja la nariz hecha un Cristo.

Lo gracioso del asunto - hablando desde la más profunda de las ironías - es que Shirakawa es un maníaco del control, una de esas personas que necesitan tenerlo todo meticulosamente ordenado. Un hombre casado que trabaja en una empresa como informático y se queda hasta las tantas. Eso y un fetichista de las chicas jóvenes y chinas. Ah, y también un cerdo maltratador asqueroso. Sí, ahora sí que lo he dicho todo.

Kaoru, junto con sus dos ayudantes - Kôrugi y Komugi - y Mari, acompañan a la chica china hasta el hombre que viene a buscarla. Uno de los miembros de la mafia china. La verdad es que en ese aspecto la novela me sorprendió. Quiero decir, Haruki Murakami aprovecha muy bien los encontronazos entre los diferentes personajes para convertirlos, a su manera, en miembros importantes de una noche cualquiera . ¡Y vaya noche!

No puedo decir mucho más sin destripar todo el libro. No creáis, ganas no me faltan. Pero no sería justo. Sólo haré dos comentarios más. El primero de ellos es que me gustó muchísimo la reflexión de Kôguri sobre los recuerdos. Para ella son casi tan importantes como las vivencias del presente. Gracias a los recuerdos vivimos. Su pasado me pareció bastante triste, aunque debo decir que me fascinó la fuerza del personaje en líneas generales. El segundo es, como no puede ser de otra manera, para Mari. Para mí, es un diez. Un maldito diez. Una chica que sabe que vive a la sombra de su hermana - ella es la lista, Eri es la guapa - y, pese a todo, decide irse una noche entera ella sola. El motivo, una vez más, no voy a desvelarlo. Chapó a Mari, porque es maravillosa.

El final es bueno. Muy bueno, de hecho. Si os digo la verdad, me decepcionó un poco que el hombre de la mafia china no le pegara una paliza a Shirakawa, pero por lo demás fue maravilloso. Takahashi hace un excelente papel no sólo de mediador, sino también de punto de apoyo. No es tanto su charla sobre los arroces, el pollo o su fascinación por la abogacía; sino cómo enfoca el problema que sirve de halo para las hermanas Asai.

No sé qué más deciros ( escribiros ) para que leáis el libro. Tenéis que hacerlo. De verdad que sí.

Con todo, After dark es una novela maravillosa. Una noche gris coronada por unos personajes sencillamente maravillosos. Una vez más, Haruki Murakami nos brinda una historia preciosa con esa prosa suya tan característica. Una delicia. Una lectura obligada.

Personas que se dirigen a algún sitio y personas que no se dirigen a ninguno. Personas que tienen un objetivo y otras que no lo tienen. Personas que querrían detener el paso del tiempo y otras que querrían acelerarlo.

-Es que, a medianoche, el tiempo transcurre de una manera especial - aclara el barman. Con un fuerte chasquido, enciende una cerilla de cartón y prende un cigarrillo -. Y es inútil oponerse a ello.

-[...] Que es posible que no exista un muro que separe ambos mundos. Y que, en caso de que exista, quizá sólo sea un endeble tabique de cartón. Y que, en el instante en que te apoyes casualmente en él, puede que se hunda y te caigas al otro lado. O quizás es que el otro lado ya se ha introducido a hurtadillas en nuestro interior, aunque nosotros no seamos conscientes de ello. [...]

-¿Y sabes qué pienso? - dice entonces -. Pues que para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simple combustible. [...] Recuerdos importantes, otros que no lo son tanto, otros que no tienen ningún valor: todos, sin distinción, no son más que combustible. - Kôrogi asiente como para sí. Luego prosigue -: Y ¿sabes? Si a mí me faltara ese combustible, si dentro de mí no hubiera esa especie de cajón de recuerdos, hace tiempo que, ¡cras!, me habría partido en dos. Y me habría muerto en cualquier rincón, tirada como un perro. Gracias a ese montón de recuerdos, valiosos o insignificantes según el momento, que van saliendo del cajón, puedo seguir viviendo, soy capaz de soportar esta pesadilla. Aunque a veces me diga a mí misma que ya no puedo más, los recuerdos me dan fuerza para seguir adelante.


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