Desde hace tiempo leo las reseñas
del blog Devaneos, escritas por un señor de Logroño –sin nombre propio
en las redes sociales-, que lee mucho y que no tiene problemas en decir
exactamente lo que opina sobre los libros a los que se acerca. Hace unos años
leyó mi primera novela publicada, Acantilados de Howth, y no salí muy
bien parado. Parece que ahora, con Los insignes, su veredicto es más
favorable.
Esta es la reseña sobre Los
insignes aparecida en el blog
Devaneos:
“David Pérez Vegadespelleja en esta novela el mundillo poético que tan
bien conoce, pues su trabajo le costaría (supongo) en su día, colocar y
publicar sus dos poemarios y luego sus novelas. Los insignes es la tercera,
trasAcantilados de Howth(reseña), yEl hombre ajeno.
A David le sigo desde hace unos
cuantos años a través de su blogDesde la ciudad sin cines.
El protagonista de la novela,Ernesto Sánchez, también tiene un blog, de poesía.
Poco a poco se ha ido haciendo un nombre, aumentando el número de visitantes, e
incluso un buen día recibe la visita del señor de la portada, deKim Jon-un, el
Jefe de Estado de Corea del Norte, quien ha escrito un poemario tituladoMi padre, el amado Líder
Supremo,y al
tiempo que mediante Skype se comunica en castellano con Ernesto, mejorando así
el conocimiento de nuestra lengua, le pide a éste, como entendido en la materia
que es, que valore su libro. Lo cual sucede al final de la novela. Ernesto
además de poeta y bloguero es funcionario de carrera de grupo A, y trabaja como
Inspector de Hacienda. Esto es relevante, porque llegado el caso, Ernesto podrá
echar mano de su dinero, para financiarse la edición de su libro, y cumplir así
su sueño de tener algo publicado.
Así son los escritores, amigos.
Esta novela me ha enganchado
porque como bloguero me puedo identificar en mayor o menor medida con Ernesto y
sus devaneos globosféricos. En lo tocante al despellejamiento del mundo
poético, no sé si los nombres que por ahí salen, son el trasunto de personajes
reales o no, pero que ese mundo editorial que nos pinta David huele a podrido
es un hecho.
David se explaya sobre los
suplementos culturales como por ejemplo Babelia, donde las críticas siempre son
favorables, donde se es muy blando con los libros malos, donde las críticas las
hacen amigos de los autores, o amigos de los editores, o autores que quieren publicar
sus libros en esas editoriales que alaban, etc, donde al final son los
intereses crematísticos los que priman, más que el enjuiciamiento crítico de
una obra de arte. La cultura como tal se transforma entonces en algo abstracto
y esos insignes, que dan título a la novela, son personajes de carne y hueso,
que dirigen las editoriales, y que David nos presenta como gente ignorante, con
un escaso conocimiento de la literatura en general, circunscrito su saber a
conocer los libros que integran sus colecciones.
Ernesto se nos presenta como un
Quijote bajo el aspecto de Rompetechos: bajito, calvo, con gafas de aumento,
que va denunciando todo aquello que le enerva, ya sea el éxito de cantantes de
rock, aclamados también como poetas (como Iniesta, el Rey de Extremadura), a
pesar de sus letras sonrojantes, con poetas que hacen del apalizamiento
personal una lanzadera al éxito editorial, poetisas que combinando lo bizarro y
lo dramático consiguen el beneplácito de todos cuantos las adulan, poetas de
melenitas sedosas, que esperan la llegada de las musas, subvencionadas por el
Estado, disfrutando de alguna beca otorgada para la “creación literaria”, etc.
A quienes todos estos devaneos
propios del mundo editorial le traigan sin cuidado, no sé hasta que punto esta
novela puede serles interesante. Al menos a priori. El hecho es que una vez que
empiezas a leerla, te ves conminado, al menos en mi caso, a leerla del tirón.
Respecto a Acantilados de Howth
la prosa de David ha mejorado, resulta más fresca, más suelta, ha cogido el
tono, un tono que se sostiene casi toda la novela. Hay algún bajón también y
las páginas donde surge la figura de García Ayuso o donde se detalla hasta la
extenuación el empeño de Ernesto por ver publicados sus poemarios, se convierte
en algo obsesivo que me recuerda lo peor de Acantilados.
Sin embargo, cuando David se desmelena y se aferra al humor, a la sátira pura y
dura, ahí el libro ofrece momentazos como el de la meada catártica, la
transcripción de esos poemas que tantos parabienes reciben y se mueven entre lo
soez y lo cursi, casi siempre, la poeta perrofláutica que no sabía quien era
Catulo, y esos mandobles que el autor va soltando a Izquierda y Derecha.
Tengo la impresión de que David,
donde en su blog hace sesudas y valiosas reseñas, como las que también hace
Ernesto, parece lamentarse, y mucho, de la medianía en que nos movemos, donde
ni siquiera quienes están al frente de editoriales son gente culta, muchos
menos, eruditos, convertida la cultura en un bien más, un bien perecedero y fungible,
que deja escaso poso, donde comprobamos que quienes se acercan, si es el caso
(poco probable) a la poesía, deciden leer antes a Marwan que a Rilke, a
Bukowski que a Gamoneda.”
Se puede ver la reseña original pinchado aquí.