El autor emplea seis voces narrativas para mostrarnos el fuselaje del capitalismo más feroz desde distintos puntos de vista. Una propuesta arriesgada, pero resuelta con oficio y soltura. Se nota que es una novela muy trabajada, y, a través de ese juego polifónico en el que las experiencias de los personajes se entrelazan, vamos adentrándonos en un universo de jornadas maratonianas donde las víctimas aspiran a convertirse en verdugos.
Asistimos, en fin, a una triste crónica de nuestro tiempo, no exenta de humor (memorable ese personaje de Martita, con su jovial frivolidad de niña pija), narrada con la minuciosidad de un orfebre y cierta actitud de entomólogo. Entre sus páginas queda poco lugar para la poesía, y es una lástima, porque, a ratos, David Pérez se las apaña para iluminar a sus personajes con revelaciones fuera de plano, instantes en los que intuyen que otra realidad es posible. Es el caso de Daniel Márquez, alter ego del propio autor y quizá el personaje del que se sirve para ajustar cuentas con su pasado, el más desencantado entre los seis protagonistas y el único que cuestiona desde el principio los procedimientos de ‘La Firma’.
La novela concluye con una suerte de clímax, una escena que reúne a dos antiguos compañeros mientras asisten atónitos al incendio del edificio que tantas ambiciones engendró, tantos sueños y pesadillas. Una alegoría sobre el derrumbe de una época: las pavesas flotan sobre sus cabezas, flameantes, y ellos, como aquellos prisioneros en la caverna de Platón, solo ven sombras, aterrados. El capitalismo es un tirano que enamora a sus esclavos.