El almuerzo desnudo, una de las novelas más míticas de la literatura norteamericana, es un descenso a los infiernos de la droga y una denuncia horrorizada y sardónica, onírica y alucinatoria de la sociedad actual, un mundo sin esperanza ni futuro. Burroughs dispara sus flechas contra las religiones, el ejército, la universidad, la sexualidad, la justicia corrupta, los traficantes tramposos, el colonialismo, la burocracia y la psiquiatría representada por el siniestro Dr. Benway, el gran manipulador de conciencias, el experto en Control total.
Comienzo ésta reseña que creo va a ser un tanto polémica. Ni siquiera sé que calificación ponerle todavía, y eso que lo he estado meditando desde que empecé a leerlo.
Hace más de tres años que quería leerlo, pero nunca lo tomé con decisión. Finalmente llegó el día tan esperado y me sorprendí de lo difícil que se me hizo entrar en ritmo. Y ni les cuento lo que fue pasar la mitad del libro. Estuve esperando que algo relevante apareciera entre tanto delirio durante páginas y páginas. Algo muy peculiar es que éste libro no es una novela (como la sinopsis menciona). Mucha gente la ha catalogado como tal, pero tan sólo son crónicas de un adicto a las drogas presuntamente recuperado. Tal vez por la falta de conexión y linealidad sea un poco difícil adentrarse en el libro. Sin embargo, creo que hay una decisión deliberada del autor de hacerse el exótico, cosa que me cayó muy mal. Odio la complejidad meditada, tanto en los libros como en las películas. Me refiero a esa complicación sin fundamento, que suena completamente afectada, repleta de falsedad. Así me sentí en los primeros capítulos del libro.
William Burroughs hace una crítica a los gobiernos, a la burocracia y al imperialismo. Se puede ejemplificar esa crítica a las instituciones burocráticas con las siguientes citas:
"(...)La democracia es cancerígena y su cáncer es la burocracia. Una oficina arraiga en un punto cualquiera del Estado, se vuelve maligna como la Brigada de Estupefacientes, y crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si es controlada o extirpada, asfixia a su huésped, ya que son organismos puramente parásitos..."
"(...)La burocracia es tan nefasta como el cáncer, supone desviar de la línea evolutiva de la humanidad sus inmensas posibilidades, su variedad, la acción espontánea e independiente, y llevarla al parasitismo absoluto de un virus..."
Algo muy recurrente es la comparación casi caprichosa de absolutamente todo con un virus. Llega a determinado punto que nos convencemos de que es una verdadera obsesión del autor, que probablemente se sintió enfermo durante varios años consumiendo y durante sus períodos de carencia. Aunque la comparación virulenta se da con muchas cosas, el énfasis fue dado a la droga como el virus que el capitalismo implantó en la sociedad como un mecanismo de control. Aquí tengo que hacer una aclaración: no me parece que sea un argumento muy coherente. Yo pienso que todos tenemos, dentro de ciertos límites, la posibilidad de elegir. "El capitalismo" no nos pone un arma en la sien para que consumamos drogas. Está claro que es un negocio claramente rentable y que impulsar el consumo de drogas es una herramienta de control muy eficaz, pero creo que no se necesita pasar por semejantes estados de adicción para comprender ésto. Si sabemos que es una herramienta de control de masas y no quieres ser otra marioneta más, no la consumas y listo. Es completamente estúpido consumir y luego quejarte de como "el capitalismo" te controla.
Dejando las opiniones de lado, ya que cada uno podrá leer el libro y generar la suya, creo que la crítica más lograda (junto a la de la psiquiatría, de la cual hablaré luego) es la crítica al imperialismo inglés, reflejada en éstos dos breves fragmentos:
"(...)Inglaterra poseía la Isla merced a un alquiler anual gratuito, con lo que todos los años renueva puntualmente el arriendo y el permiso de residencia[...] El Presidente de la Isla está obligado por costumbre a arrastrarse entre la basura y a entregar el Permiso de Residencia y renovación de Alquiler[...]ante el propio Gobernador Residente, que lo espera de pie, resplandeciente en su uniforme de gala..."
"(...)-Bien -dice con una tensa sonrisa-, así que han decidido permitir que nos quedemos otro año más, ¿no es eso? Muy amable por su parte... ¿Y todos están de acuerdo?... ¿Hay alguien que no esté de acuerdo? Soldados en jeeps hacen girar las ametralladoras apuntando a la multitud con lento movimiento amenazador. -Todos felices y contentos. Eso está muy bien..."
Me divertí muchísimo con la alusión al alquiler gratuito de la Isla y cómo se jacta el Gobernador de democrático cuando a su vez manda a apuntar ametralladoras a los habitantes.
La crítica más desarrollada, que se hace presente desde el principio del libro mediante el personaje del Dr. Benway, es la que William Burroughs hace de la psiquiatría. Pone a los psiquiatras en el mismo escalón que los déspotas, explicitamente aludiendo a Benway como el "Total desmoralizador". Nos encontramos con doctores sin escrúpulos que sólo se encargan de destruir la individualidad de las personas, utilizando a la humillación como un elemento de control supremo.
Recién a la mitad del libro, con el capítulo "El Mercado" y las críticas a las diversas religiones pudo captar mi atención. Por ejemplo, aquí tenemos un fragmento en el que, más que criticar, se ridiculiza a la religión:
"(...)"Pasen, primos y panolis, pasen y traigan a sus niños también [...] El verdadero Hijo del Hombre curará las purgaciones del joven con una mano, sólo con tocarlo, señores, y creará marihuana con la otra mientras camina sobre las aguas y echa vino por el culo... No se acerquen demasiado [...] porque pueden sufrir las radiaciones que acumula nuestro artista"..."
Tampoco se queda atrás y ridiculiza a Buda reiteradas veces:
"(...)-¿Buda? Un yonqui metabólico, lo sabe todo el mundo... Se la fabrica él mismo, ¿entiendes? En la India no tienen sentido del tiempo, el Hombre llega muchas veces hasta con un mes de retraso..."
"(...)Y entonces dice Buda: "No estoy dispuesto a aguantar más este coñazo. Como hay Dios que me metabolizaré mi propia droga"..."
También alude al profeta Mahoma calificándolo como un mero invento de La Meca:
"(...)-¿Mahoma? ¿Estás de broma? Se lo inventó la Cámara de Comercio de La Meca -y el guión lo escribió un publicitario egipcio en baja forma por empinar demasiado el codo..."
Sin embargo, las ridiculizaciones son sólo eso. No se sugieren alternativas o se exponen críticas, sólo burlas.
Un buen matiz del libro son los delirios distópicos de Lee, el protagonista. En sus delirios inducidos por las sustancias más variadas, Lee nos muestra sus más terribles presagios sobre la sociedad en los años '50. Dentro de su cabeza hay un mundo completamente distinto, que se refleja en las locaciones imaginarias de Libertonia, Anexia e Interzonas. Esos tintes distópicos se pueden ver en éste fragmento de una conversación entre congresistas:
"(...)-Poco después del nacimiento, un cirujano podría colocar las conexiones en el cerebro. Implantaría un receptor de radio en miniatura y el sujeto sería controlado desde los transmisores del Estado..."
En fin, un libro que da para hablar muchísimo y que, aunque en un primer momento no me atrapó, me llevó a diversas reflexiones que no esperaba siquiera plantearme. Salvo porque la complejidad de los primeros capítulos la sentí como algo deliberado, no tuve otras cuestiones que odiar sobre el libro. Tan sólo por eso le pongo una estrella menos, pero sin duda vale la pena ser leído, aunque sea para formar una opinión.