Siempre que sale a relucir Japón en alguna conversación mantengo que, a mi juicio, los japoneses constituyen una raza superior. Esa fue mi percepción cuando recorrí el país nipón hace unos años. Me acompañó la sensación de estar frente a una civilización con una estética y unos códigos de honor absolutamente genuinos, distintos a todo lo que había conocido. Esa sensación, casi diez años después, no me ha abandonado.
Este breve y delicioso ensayo, que constituye tal y como anuncia su título un elogio a la sombra, me ofrece nuevamente razones para mantener mi tesis sobre Japón y los japoneses. Incluso el hecho de haberse mantenido aislados del mundo durante siglos, acrecienta la idea del afán por preservar unos usos y costumbres superiores. De alguna manera las grandes potencias mundiales forzaron a Japón a modernizarse (modernización, por cierto, ejecutada en un tiempo récord); pero la lectura de este libro me hace pensar que hay algunos que todavía se resienten de haber sucumbido a la concepción del progreso occidental.
El autor, Junichiro Tanizaki, inicia el ensayo ( publicado en 1933) enumerando todas las calamidades que un amante de la arquitectura se encontraría para construir una casa al más puro estilo japonés; poniendo de manifiesto hasta que punto la funcionalidad tecnológica occidental- sobre todo la electricidad- habrían transformado la estética tradicional japonesa.
La luz está indisolublemente unida al ideal de belleza occidental y sin embargo, para la estética tradicional japonesa lo esencial es captar el enigma de la sombra. Lo explícito -la claridad- frente a lo sugestivo, lo sutil. Dos formas opuestas de entender el mundo que nos rodea y que es tan elocuente como el propio silencio, tan preciado en Oriente.
La predilección de los japoneses por el lacado o el oro no resulta caprichosa sino que atiende a la capacidad reflectora de estos materiales en lugares donde reina la penumbra. El propio uso del papel en el shoji ( puerta tradicional en la arquitectura japonesa) tiene la doble función de salvaguardar la intimidad doméstica de los indiscretos ojos de extraños y de modular la violencia de la luz. Es esa luz indirecta y difusa lo que compone el elemento esencial de la belleza de las residencias japonesas y la que orquesta la distribución de los espacios .
Tanizaki sostiene, no sin poca razón, que la belleza pierde toda fascinación e incluso su propia existencia cuando se le suprimen los efectos de la sombra. Desmenuza esa tendencia de los orientales de buscar lo bello en lo oscuro y profundiza en cuanto al origen en la diferencia radical con el gusto occidental, obsesionado con la claridad. La respuesta es sorprendente.
Es una de esas -no tan frecuentes lecturas- que enriquecen, que nos hacen sino entender mejor el mundo (imposible tarea) al menos percibir toda esa belleza que a menudo nos es inadvertida. Una recomendación infalible.