JARDÍN DE INVIERNO
Título: Jardín de Invierno.
Autor: Valerie Fritsch (1989) creció entre Graz y Carinthia, en Austria. Tras graduarse en 2007, completó sus estudios en fotografía y ha trabajado desde entonces como fotógrafa. Ha publicado en numerosas revistas literarias, participando en antologías, y sus textos han sido leídos en la radio. Además, ha participado en la escritura de guiones de teatro y de cine. Su primera novela Die VerkörperungEN se publicó en 2012. En 2015 ganó el Premio de Literatura Peter Rosegger por su segunda novela, Jardín de Invierno.
Editorial: Alianza Editorial.
Idioma: austríaco.
Traductor: Eduardo Gil Bera.
Sinopsis: Anton Invierno ha crecido en un idílico jardín con su numerosa familia, y su abuela es el epicentro de su mundo. En el horizonte se vislumbran la ciudad y el mar pero son mundos muy distantes, ignotos, universos paralelos. Todo es posible en la infancia, y en aquel jardín, hasta que Anton abandona el paraíso y se dirige a la ciudad, donde se dedica a criar aves, atrincherado en una azotea desde donde contempla el mundo. El apocalipsis parece inminente, y los suicidios están a la orden del día. Entonces, en medio del reino del caos y de la muerte, conoce a Frederike, y ella le sigue sin mediar palabra. Semanas antes de que el mundo se acabe, ellos se enamoran perdidamente por primera vez.
Su lectura me ha parecido: bucólica, descriptiva, bien escrita, demasiado etérea para mi gusto, bella, valiente...Queridos lectores y lectoras, como todos bien sabréis, el relato corto, el microrelato y la novela corta están más de moda que nunca. No obstante, y esto lo afirmo desde la propia experiencia personal, pienso que éste fenómeno trasciende a lo que "se lleva", que va más allá de un estilo imperante, y que son los propios escritores, sobre todo los más jóvenes, los que toman la iniciativa. Las redes sociales, el WhatsApp, Internet...Todo eso ha cambiado nuestras vidas de arriba abajo, pero, si por algo se define nuestro tiempo es por la inmediatez, una inmediatez que gracias a estas nuevas tecnologías, exigimos en todos los ámbitos de nuestro día a día. Por eso, en el terreno de la escritura, son muchos los escritores, tanto los conocidos como los que vienen pisando fuerte, los que han sabido adaptarse a esta nueva realidad, más rápida, en donde deseamos tenerlo todo al momento. Gracias a esto, las narraciones cortas viven hoy su momento dorado. Cuanto más rápido y sencillo sea lo que leo mejor. Esto esta bien, pues, no deja de ser un ejercicio literario interesante, pero el problema viene cuando esa escritura se ve empobrecida por esa imperiosa exigencia. Por ello, es de agradecer que, de vez en cuando, el lector se tope con libros como el que hoy tengo el placer de reseñar, que aunque no es perfecto, arroja un poco de vida más allá de la simpleza. Jardín en Invierno: la poesía hecha novela.
La historia de como Jardín de Invierno llegó a mis manos es la historia de un fortuito descuido. Ya he comentado en más de una ocasión que desde hace unos años decidí ampliar horizontes e intentar conseguir colaboraciones con editoriales de este país, y la verdad sea dicha, desde el primer momento sentí una gran responsabilidad, pero también orgullo. Que grandes editoriales de este país confíen en tus reseñas levanta la moral a cualquiera. Pues bien, por medio de una de ellas, en este caso gracias a Alianza Editorial, una mañana del mes de mayo, el cartero me dejó en el buzón un sobre menos voluminoso de lo normal. Yo había acordado la lectura y la reseña de El despertar, de Line Papin, autora extraordinariamente joven de la cual pronto tendréis noticias en una futura entrada en este espacio. De modo que en ese momento pensé que se trataba de ese ejemplar. Cual fue mi sorpresa al descubrir que no sólo me habían enviado El despertar, sino que un libro titulado Jardín de Invierno lo acompañó en ese viaje por correo desde la editorial hasta el patio de mi casa. Aunque ya conocía de su existencia y aunque ya había oído hablar de él en Página 2, la sorpresa fue mayúscula. En cuanto me fue posible me puse en contacto con Alianza y les comenté lo que había pasado, por si querían subsanar el error. Finalmente, acepté leer y reseñar aquella breve novela que había llegado a mi de la forma más sorprendente que recordaba. Evidentemente, y debido a que me pilló en un momento de bajón, tardé un tiempo en animarme con su lectura. No porque no me apeteciese leer en concreto esta novela, directamente, no tenía ganas de leer nada, ni siquiera esos libros que tanto había ansiado con leer en el pasado. Finalmente y justo antes de las vacaciones estivales, tomé dicho ejemplar entre mis manos y comencé a pasar sus páginas, una tras otra, hasta llegar a la última. Jardín en Invierno no se iba a convertir en una de mis lecturas favoritas, pero si que logró dos cosas, que regresase el frío y que me llevara conmigo una pertinente y necesaria reflexión.
En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Jardín en Invierno presenta una lectura sencilla, ligera, pero que exige por parte del lector una lectura más pausada, más recreativa, más evocadora si cabe. Si por algo destaca esta novela de tan sólo 147 páginas, es por la belleza de su prosa. Se nota que su joven autora, la austríaca Valerie Fritsch, ha prestado especial atención a este aspecto fundamental de toda creación literaria. Es más, tal y como está planteada la historia, el estilo poético es precisamente el que mejor se amolde a ella, más que un estilo directo y frío o uno que se deje llevar por el sentimentalismo más empalagoso. Sin embargo, y a pesar de todo ese trabajo, lo cierto es que en ocasiones Fritsch se pasa de retórico, de bucólico, de poético si lo queremos llamar así. Convirtiendo lo que en un principio parecía una novela tremendamente hermosa estilísticamente en un libro donde hay momentos donde la narración se atasca. Para seros sincera, yo soy una amante de este tipo de literatura, en donde los elementos poéticos juegan un papel fundamental en la narración y exposición de la historia. No obstante, reconozco que tanto recargamiento no le favorece en nada a una historia que parecía pintar bien. Hay quien opina que este estilo no funciona en textos largos y si en relatos cortos, yo pienso que todo es posible si se sabe usar en su justa medida. Pero no todo es malo en Jardín de Invierno, pues, por lo mencionado anteriormente, el lector no se encontrará una frase o un párrafo que no resulte hermoso a sus ojos. Todos ellos, y lo digo muy en serio, son dignos de enmarcar. Seguidamente, en lo que respecta a la historia, nos topamos con un inicio bastante sorprendente, por su esmero y descripción de un paisaje en el que todos querríamos estar en algún momento de nuestra vida. Ese jardín nevado y en donde se junta la diversión con los sueños, nos topamos con Anton Invierno. Dejando de lado ese inevitable símil que más de uno habrá establecido con la omnipresente Juego de Tronos en lo que respecta al nombre y apellido del protagonista, estamos ante un personaje superficial en un primer momento pero que a medida que avanzamos en la historia, va desprendiéndose de capas, dejándonos como resultado un interesante retrato del joven de nuestro tiempo. Por otro lado, el tema del apocalipsis es tratado de forma sutil, nada que ver con esas novelas en las que se aborda con actitud tremendista. Es más, por el propio estilo, parece incluso ser bello, ese fin de la humanidad y de lo que conocemos se torna en algo que exhala horror, pero también una estética digna del movimiento romántico de principios del XIX. La muerte es algo aterrador, pero no por ello, carece de un punto atractivo, estéticamente hablando por su puesto. La pintura lleva haciéndolo toda la vida ¿por qué no en la literatura? Finalmente, y aunque pensaba que eso no ocurriría por ese recargamiento poético, si que se puede vislumbrar una poderosa y tremenda reflexión, tan poderosa que es importante que la desarrollemos en el siguiente párrafo.
Muchas personas que he conocido y que pertenecen a mi generación me han dicho lo mismo cuando, por casualidades de la vida, nuestros caminos se han vuelto a encontrar. "Hoy todo el difícil", "No hay trabajo de lo mío", "¿Para qué he estudiado entonces?", "No hay futuro", "No se qué hacer con mi vida"... Todas éstas y más son algunas de las expresiones que más he escuchado en todo este tiempo desde que finalicé los estudios universitarios. Evidentemente, nadie nos va a traer el trabajo a casa, pero nadie nos ha regalado nada. Son muchos años de estudio, ilusión y esfuerzo los que de la noche a la mañana se desvanecen en cuestión de segundos y sin que a ninguno de los que ostenta el poder le importe. Por ello, ese pesimismo, ese derrotismo o incluso ese sentimiento de desarraigo y decepción para con nuestro país y nuestros gobernantes son los que imperan hoy por hoy entre las personas de mi generación, una generación con la que se ha metido todo el mundo pero que sinceramente lo está pasando mal y sufre cada vez que ve como su luz al final del túnel se va apagando poco a poco. De esta forma, a los llamados millennials, no nos queda otra que tragar y aceptar cualquier cosa, aunque ésta no tenga nada que ver con nuestros intereses o con lo que hayamos estudiado en la universidad. Algunos si pueden, y los que no, no tienen otra opción que hacer las maletas y enfrentarse a una vida lejos de tus seres queridos para poder hacer, si hay suerte, lo que de verdad deseas. La desazón, la falta de perspectivas, la incertidumbre y con la inmigración en el horizonte como, en ocasiones, única opción de subsistencia. Todos estos temas aparecen a lo largo de Jardín de Invierno, incluyendo el de la búsqueda de nuevas oportunidades fuera del lugar donde naciste, convirtiendo a Anton Invierno, como ya he comentado al principio de esta reseña, en un reflejo más o menos fiel de lo que muchos jóvenes sienten. Sin embargo, una servidora, partícipe de este generalizado sentir y que en ocasiones no puede evitar venirse abajo ante la falta de oportunidades y las cada vez más estrictas exigencias a la hora de tratar de encontrar, ya no un trabajo, sino un lugar acorde con tus ambiciones y expectativas; quiero creer que hay espacio para soñar, para luchar, para poder alcanzar nuestros objetivos más ansiados. Me han llamado "fantasiosa" por atreverme a decirlo, aunque también "valiente", y con éste último me quedo, pues sin valentía no hay nada, sólo conformismo. Un conformismo que los que ostentan el poder han pretendido generalizar entre mi generación, cortando las alas a los soñadores y bajándoles a una tierra plagada de graduados que ven su vida pasar mientras sirven en las terrazas de los bares y restaurantes. Todos tenemos miedo, todos sentimos esa inseguridad con respecto a nuestro futuro, todos somos un poco Anton Invierno, pero todos tenemos derecho a ser más felices y perseguir nuestros sueños. Jardín de Invierno: una historia de amor, incertidumbre, desarraigo, inmigración, fantasía, añoranza, caos, búsqueda de nuestro lugar...Un libro que invita a creer.
Frases o párrafos favoritos:
"Mientras afuera el mundo se deshacía en mil pedazos, las personas se acostaban juntas porque no sabían hacer con sus cuerpos que aún permanecían sanos otra cosa que apegarse entre sí en medio de todos los añicos. Del miedo a la muerte brotaban el deseo y la lujuria."
Película/Canción: hasta que eso ocurra, os adjunto la pieza musical que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Querido Handel, tú si que sabes crear atmósferas envolventes y verdaderamente emotivas.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Alianza Editorial