Revista Cultura y Ocio

RESEÑA: La canción de los vivos y los muertos.

Publicado el 10 mayo 2019 por Jimenada
LA CANCIÓN DE LOS VIVOS Y LOS MUERTOSRESEÑA: La canción de los vivos y los muertos.
Título: La canción de los vivos y los muertos.
Autora: Jesmyn Ward (DeLisle, Misisipi, 1977) es autora de las novelas Where the Line Bleeds (2008) y Quedan los huesos, que en 2011 obtuvo en Estados Unidos el National Book Award. También es autora del libro de memorias Men We Reaped (2013), finalista del National Book Critics Circle Award, y editora de la antología de ensayos y poemas The Fire This Time: A New Generation Speaks About Rce (2016). La publicación en 2017 de La canción de los vivos y los muertos le valió de nuevo el National Book Award, convirtiéndose en la primera autora de la historia de Estados Unidos en ganarlo en dos ocasiones. (Fuente: Editorial).
RESEÑA: La canción de los vivos y los muertos.
Editorial: Sexto Piso.
Idioma: inglés.
Traductor: Francisco González López.
Sinopsis: Jojo, de trece años, y su hermana menor Kayla viven con sus abuelos negros en una granja en la costa del Golfo de Misisipi, con la compañía siempre esporádica de su madre, Leonie, una mujer que desearía ser mejor madre de lo que es, atormentada y en ocasiones reconfortada por las visiones de Given, su hermano asesinado cuando era adolescente. Cuando el padre de Jojo y Kayla, un hombre blanco, va a salir de prisión –Parchman Farm, la misma penitenciaría en la que el abuelo de Jojo cumplió una condena injusta durante su juventud–, Leonie insiste en ir a recogerlo con los niños. Durante el azaroso viaje, Jojo, Kayla y Leonie deberán aprender a relacionarse como familia, y Jojo conocerá a Richie, otro niño con quien descubrirá el legado de la esclavitud y la importancia de reconciliarse con el pasado. (Fuente: Editorial).
Su lectura me ha parecido:
  Áspera, sinestésica, inquietante, con un ritmo algo irregular, sin contemplaciones, con tres genuinos narradores, racial, sólida, sobrenatural, fantasmagórica... Al reencontrarme con el libro que hoy tengo el inmenso placer de reseñar, no he podido evitar volver a esa enseñanza, a ese aporte, a ese grandísimo consejo que nos dieron uno de los primeros días del curso de escritura creativa al que asistí hace unos años y que parece repetirse como un mantra allá por donde vayas. Esa máxima que dice que en literatura es muy difícil innovar en cuanto a temática, pues ya se ha escrito de todo, absolutamente de todo. Sin embargo el reto y lo esencial, y más en los tiempos que corren, es hacerlo desde una perspectiva diferente. En resumen, que la forma y el punto de vista harán de tu escrito algo singular, y por consiguiente único. Está comprobado que cuando el lector se adentra en una historia cuyos temas (universales hasta decir basta) son abordados desde una mirada más tradicional, éste tiende a olvidar dicho argumento. Convirtiéndose automáticamente en un libro más del montón. Oscuro destino, terrible condena. Sin embargo, todas aquellas novelas (y relatos, y ensayos, y poemarios...) construidos desde una narración menos conservadora, acaban alojados, ya no sólo en la cabeza, también, y es casi lo más importante, en el corazón de los lectores. Eso mismo sucede con Jesmyn Ward, una escritora que ha sido capaz de contarnos algo que ya sabemos (los problemas raciales en los Estados Unidos) pero a partir de un género totalmente sorprendente y que nos obliga a nosotros como lectores a observar dicha problemática desde un prisma menos racional pero igualmente abrumador. La canción de los vivos y los muertos: un himno mágico y redentor a ritmo de góspel.
   Lo primero que llama la atención una vez comienzas a leer la novela de Ward es la rapidez con la que el lector más sibarita consigue captar cada una de las influencias literarias. Y al contrario de lo que pudiéramos pensar, Ward es, como todas y todos los escritores de este planeta, una autora en crecimiento y en constante aprendizaje. De ahí que, como es obvio, se nutra de la maestría de los ancestros y demás figuras inquebrantables de la literatura universal, tanto de la más "lejana" en el tiempo como la más reciente. La canción de los vivos y los muertos tiene reminiscencias a Toni Morrison (la literatura como elemento para avivar debates todavía vigentes y golpear a la sociedad con el poder de la memoria, en este caso, la memoria de la comunidad afroamericana en  Estados Unidos), ecos de Eudora Welty (escritora sureña a la que la propia Ward homenajea en un párrafo de la novela) o rasgos de Flanney O´Connor (en lo que al peso de lo moral que siempre acompaña a algunos de los personajes, condicionando sus acciones y su actitud frente a la vida). Pero sin duda, La canción de los vivos y los muertos no tendría su razón de ser sin la silenciosa pero notable presencia de William Faulkner en prácticamente todo el libro. Con esto no estoy diciendo, por descontado, que Ward no tenga estilo propio - aunque nos encontremos todavía ante una autora en pleno desarrollo, todo hay que decirlo - simplemente constato una evidencia, la de que ha nutrido el estómago de la inspiración creadora con paisajes semejantes a los que podemos encontrar en esa américa profunda que tan bien describió Faulkner y, por supuesto, con esa insistencia en subrayar los trances familiares, esos momentos de cambio cuyas consecuencias pueden ser tan imprevisibles como irreversibles. Si por algo Faulkner se ha ganado estar en el olimpo de las letras estadounidenses es precisamente por esa profundización en esos dramas domésticos para otorgarles un carácter más universal y épico. Convirtiéndolos en el centro, en el eje al rededor de la que giran todo y todos. A Yesmyn Ward se le da bien tambalear los cimientos de la unión familiar, pero también - y es ahí donde encontramos la clave de su singularidad en ciernes - introducir el realismo mágico (¡bendito Gabo!) justo en el momento adecuado, tornando las escenas de una lucidez que contrarresta la irregularidad en lo que a tensión narrativa se refiere. Como hemos dicho, nadie nace enseñado, y aunque Jesmyn Ward tenga dos National Book Awards en su haber - uno precisamente por la presente obra -  siempre se puede mejorar.
   Son varios los narradores presentes en La canción de los vivos y los muertos. En primer lugar Jojo, un niño de trece años que vive junto a su pequeña hermana Kayla en la casa de sus abuelos maternos. Una pareja formada por Ma, la abuela - convencida del poder curativo de las plantas y de la presencia de espíritus, creencias que, sin embargo, no le han ayudado a paliar el cáncer que padece - y por Pa, el abuelo - quien lleva todo el peso de la familia y los recuerdos y secretos de su estancia injusta en la cárcel sobre sus hombros -. La despreocupación de sus padres, así como la convivencia diaria con sus abuelos y el asumir los cuidados de Kayla, han conferido a Jojo de una madurez impropia para su edad. Por otro lado, asistimos a la historia de Leonie, la madre biológica de Jojo y Kayla. Una mujer superada por las circunstancias - nunca deseó ser madre - y adicta a las drogas. De hecho, en su cabeza ni Jojo ni Kayla son su mayor preocupación, sino es Michael - padre de los niños y su camello - a quien tiene constantemente en sus pensamientos. Es sin duda, bajo mi punto de vista, el narrador mejor construido de todos, sobre todo por esa constante presencia - más allá del recuerdo - de Given, el hermano de Leonie que fue asesinado impunemente. Una constante que se acentúa a medida que avanzamos en su lectura. Por último, el lector se topa con Richie, el fantasma de un chico que murió demasiado joven cuya importancia se justifica ya que es él el que nos relata las historias del abuelo cuando estaba en la cárcel, esas historias que Pa cuenta a su nieto. Richie, como buen espíritu atormentado, se pega a Jojo - de hecho, él cree verlo y lo toma como su amigo invisible - con el objetivo de buscar una especie de redención. Estos tres narradores - los humanos y el fantasma - confluyen en el momento en el Leonie, ante la inminente salida de Michael de la cárcel, decide coger el coche, montar a sus hijos en él y conducir hasta el centro penitenciario. Con este punto de partida Ward nos sumerge en una dinámica en esencia realista, con un trasfondo de crítica social brutal, pero al mismo tiempo, en una tónica que tiene a la presencia fantasmagórica como protagonista. ¿Estamos en ese sentido ante una novela con tintes góticos? No, porque dichos espíritus no persiguen un objetivo maligno, aunque en ocasiones den un poco de "yuyu" ¿Entonces, ante algo más Dickensiano? Sí, ya que vemos como esa barrera entre el mundo de los vivos y el de los muertos se rompe sin necesidad de que hablen entre ellos. El notar su presencia, el verlos y el intercambiar miradas es suficiente como para que se produzca ese quiebre. Además, como en Canción de Navidad, los fantasmas actúan indirectamente como motor, como impulso a las acciones de los verdaderos protagonistas, que no son otros que una familia desestructurada en medio de una road movie - podría perfectamente plantearse una adaptación cinematográfica - y sobre los que parece reposar el permanente y endémico conflicto racial.
   Y es en este punto precisamente en el que debemos detenernos como lectores, aunque sea unos minutos, para ahondar en la poderosa reflexión que Ward plantea en esta novela. "Cada generación es diferente a la anterior" mantra que no dejamos de escuchar cuando en los medios de comunicación hacen referencia a los abismos que - en ocasiones - separan unas generaciones de otras. No hay que irse muy lejos para comprobar lo ciertas que son esas palabras ya que en nuestro propio círculo familiar se dan a diario. Los nietos no pensamos igual que nuestros pares, y éstos, por descontado, difieren de lo que puedan opinar nuestros mayores. Desde la cuestión más pequeña hasta la más trascendental, las diferencias brotan, algo que puede provocar más de un conflicto o choque intergeneracional con mayores o menores consecuencias. En La canción de los vivos y los muertos Ward explora dichos espacios que separan unas generaciones de otras, incluso, como venimos señalando, si éstas pertenecen al mismo núcleo familiar. No obstante, la autora añade más enjundia a este complejo debate aportando una peculiaridad, la peculiaridad de estar ante una familia afroamericana, y por consiguiente, una de las comunidades más castigadas de la historia de los Estados Unidos. Es fácil - gracias al cine - acordarse de algunas injusticias cometidas contra ellos (esclavitud, tortura, discriminación...) y de como dicho recuerdo pasa de generación en generación creando una memoria colectiva a la que durante muchos años se le negó toda posibilidad de manifestarse. En la novela de Ward vemos como, lejos de cerrarse, el conflicto sigue más vivo que nunca, algo que se traslada de abuelos a hijos y de padres a nietos. Las historias no son las mismas, como tampoco ese relato que cada generación transmite (la experiencia de Pa es diferente a la de Leonie) dejando patente ese espacio que separa a unos de otros. Sin embargo, lo que prevalece, lo que se mantiene, ese nexo que los une como familia a pesar de su desestructuración es la certeza de que, aunque se hayan alcanzado muchos derechos, la comunidad afroamericana sigue siendo objeto de estigmatización social. Podríamos concluir entonces que, en los tiempos que corren - con Trump en la Casa Blanca - esa necesidad de conciliar esperanza con el rencor, en otras palabras, seguir hacia adelante sin perder la memoria para seguir reivindicando, parece ser la que defiende Ward en un país en el que, por desgracia, el relato de la comunidad afroamericana ha interesado bastante poco hasta hace cuatro días. Y a todas luces la vía más factible. Algo que contrasta con otros países en los que su relación con los acontecimientos más oscuros de su historia más reciente sigue siendo terriblemente tóxica.

La canción de los vivos y los muertos: una historia de tránsito, descubrimiento, fantasmas, recuerdos, conflictividad racial, discriminación, adicciones, relaciones familiares... Una novela para reflexionar sobre la convivencia, la prevalencia y las huidas hacia adelante.
Frases o párrafos favoritos:
"El hogar tiene que ver con la tierra. Si la tierra se abre para ti. Si tira de ti tan fuerte que el espacio entre tú y ella se funde y sois sólo uno y late como si fuera tu corazón. Al mismo tiempo. El sitio donde vivía mi familia… es un muro. Es un suelo duro, madera. Luego cemento. Sin nada abierto. Sin latido. Sin aire."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Sexto Piso.

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