RESEÑA
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LA EDAD DE LA INOCENCIA
¡Hola, hola, hola!
¡Por fin ha dejado de hacer un calor del infierno! ¡Y cómo se agradece! Contadme, ¿vosotras y vosotros también estáis disfrutando de unos días más fresquitos? Yo soy inmensamente feliz con el airecito que está moviendo ahora mismo las cortinas. Ais.
¡Vamos al lío! - lo sé, lloráis pensando en que ya hemos terminado la conversación de ascensor -, y es que esta semana os traigo la reseña de una lectura conjuntaque hice con Omaira, de Entre la lectura y el cine. Ah, sí, sí, nosotras persistimos con nuestra lista del infierno. Esta vez a mí me ha ido guay. Y digo a mí porque a Omaira, pobrecita, el libro se le ha hecho súper cuesta arriba. Podéis leer su reseña para Goodreads aquí.
Todo comentado, ¿sí? Pues… ¡dentro reseña!
FICHA TÉCNICA
Título:La edad de la inocencia
Autora:Edith Wharton
Traductora:Carmen Criado
Editorial:Alianza
Número de páginas: 400
ISBN: 978 84 91817680
Precio libro físico: 10,92€ (Tapa blanda) / 5,69€ (Edición para Kindle)
SINOPSIS
Pertenecientes al exclusivo y tradicional patriciado de la Nueva York del último tercio del siglo XIX, anclado a sus rígidas convenciones y hábitos sociales, Newland Archer, joven y brillante abogado, y su novia May Welland, joven gris y perfectamente educada, se prometen teniendo en el horizonte la perspectiva de formar un matrimonio acorde con las expectativas y cánones propios de su educación, su medio y sus respectivas familias. Sin embargo, la inesperada irrupción en este escenario de la prima de May, Ellen Olenska (una mujer de treinta años atractiva, independiente y escasamente convencional, un soplo de aire fresco), procedente de Europa huyendo de su matrimonio con un desaprensivo conde polaco, introducirá un factor de inestabilidad en la pareja y en la sociedad a la que pertenecen.
La edad de la inocencia no es sólo un retrato insuperable del inicio del declive de la alta sociedad tradicional de Nueva York, con sus esplendores y sus miserias, sino también una novela que plantea las idas y venidas, y sobre todo las dolorosas contradicciones, de la pasión amorosa.
OPINIÓN
Es una Nueva York decadente, corrompida de clasismo, donde sólo las familias grandes, las de postín, deciden quién forma parte, y quién no, de las altas esferas. Una Nueva York de antes de 1900, donde está muy arraigada la tradición. Una en la que priman las formas sobre lo que es moralmente correcto. Porque en ese círculo, esa pequeña tribu corrompida de secretos susurrados a puerta cerrada, sólo quiere mantener el decoro. Un decoro que apesta, pero que gusta. Rutina, en realidad, y es que Archer Newland está tan acostumbrado a estas formas “del antes”, que no se plantea si estará bien o no que se haya puesto el grito en el cielo por la llegada de la condesa Olenska.
Madame Olenska ha huido de su marido, un crápula de cuidado. Un maldito cerdo hijo de la mierda, si queréis mi opinión, que no ha podido evitar que su esclava vuelve libre. O todo lo libre que puede, dadas las circunstancias. Porque Ellen Olenska no sabe lo que se dice de ella. Que ha huido con un amante, que ha utilizado a un hombre, que es una mujer extraña, demasiado excéntrica. Y Archer, que no está preparado para que su mundo se venga abajo, no puede más que darles la razón. Hasta que la ve.
La ópera es algo así como el colofón de la decadencia. El último vestigio de la vieja escuela, salpicado de ese elitismo que tufa a polvo, porque esa ópera, ese viejo teatro, sólo lo frecuentan las grandes familias que se resisten al cambio. Y es allí, mientras una mujer pregunta a media voz, deshojando flores, si el hombre del que se ha enamorado le quiere o no le quiere; cuando Archer ve a Ellen. Una Ellen ausente, perdida entre los recuerdos de tiempos mejores. A su lado, May Welland, la prometida de Archer. La mujer de las flores es feliz porque el hombre le quiere. ¿Y por qué Archer, de repente, se da cuenta de que todo parece ser poco menos que una coreografía infinita en la que cada día, cada putísimo día, pasa lo mismo?
Tenía muchísimas ganas de leer esta obra, una de las más aclamadas, sino la que más, de la autora. Y es que Edith Wharton tenía una prosa delicada, salpicada de mordacidad, donde contaban más los silencios que las palabras. Tal vez ahí radique la magia de La edad de la inocencia. Es entre los pensamientos de Archer donde empezamos a apreciar el cambio, esa dicotomía de pensamiento en la que se pierden las viejas formas para dar lugar a pensamientos adelantados a su época. Porque Archer sabe que Ellen merece ser tan libre como un hombre. Porque Archer, joder, sabe que a veces el corazón no tiene por qué estar de acuerdo con la razón. Aunque duela como mil putos demonios.
Mi relación con esta novela ha sido, digamos, turbulenta. La traducción que empecé leyendo fue poco menos que una pesadilla, y es que empecé con las preciosas ediciones que trajo RBA. Unas que no recomiendo para nada. Lo siento, no puedo hacerlo. Fue entonces cuando en mis manos cayó la edición de Alianza y os puedo prometer que todo cambió. Una mala traducción puede destrozar una lectura. Hacedme caso: buscad una que esté trabajada. Que la portada sea muy bonita, me temo, no significa nada.
Archer está deseando casarse con May. Encarna todo lo que exige la sociedad de su época: una mujer tranquila, dispuesta a aprender, pero sin ganas de tener opiniones propias – y qué asco me da esto –; una mujer que quiere tener familia y ser sencillamente feliz. Sin dramas, mucho menos con arrebatos en los que necesite escapar de todo y lo que haga. La prisa, en el fondo, nace del miedo de Archer a hacer algo de lo que tenga que arrepentirse. Porque él sabe, incluso sin saberlo, que Ellen Olenska va a poner patas arriba a toda esa Nueva York aburrida. Y tiene miedo, muchísimo miedo, porque sabe que él, en el fondo, está tan harto de los convencionalismos como esa excéntrica marquesa.
La novela va ganando fuerza a medida que se avanza. Creo que es importante comentarlo, al igual que avisaros de que, si no habéis leído ningún clásico, tal vez esta no sea la mejor manera de empezar. Con esto no quiero decir que la novela se haga pesada o carezca de interés. Todo lo contrario. El problema, a mi juicio, es que todo va muy despacio y, como comentaba párrafos más arriba, priman los silencios sobre las palabras.
May Wellandy Ellen Olenska no pueden ser más diferentes. La primera es la calma, la segunda la tormenta. Donde May es luz, tranquilidad y reposo; Ellen es sombra, caos y diversión. Porque nuestra marquesa sólo quiere vivir, vivir aprovechando cada segundo, haciendo lo que considera correcto. Una mujer esencialmente buena que, pese a todo, no se deja influenciar. Lástima que nuestra Ellen tenga una debilidad. Una que, me temo, le va a salir bastante cara.
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
Edith Warthon juega muy bien sus cartas, y es que primero nos presenta esa sociedad podrida, poco más que una mente colectiva que se mueve a la vez, pisando con fuerza al contrario, sólo por darse el gusto de comentarlo en una cena de cuatro platos; pero después… ay, después. Después, joder, nos enseña lo que importa: el sentir cada momento… y disfrutarlo. Porque sí, Archer sería tan hipócrita como los demás, pero en el fondo no estaba de acuerdo. Y es con la visión de Ellen y su tormenta, con lo que se da cuenta de que, al final, no prima tanto el decoro como el hecho de poder morir sabiendo que has hecho todo lo que está en tu mano para ser tú misma, tú mismo.
Me gustó muchísimo la segunda parte de la novela, cuando todo ha quedado dicho y sólo queda enfrentarse a las consecuencias. Porque Archer sabe que está enamorado de Ellen. Enamorado de esa manera estúpida, esa que hace que te des cuenta de que por fin todo parece estar en su sitio.Tal vez sea una romántica – en lo que a literatura se refiere – pero hubo algo bonito, en el modo como ambos, pese a quererse, se niegan. Me explico. Ellen siempre ha sabido que era Archer y, pese a todo, no se interpone, mucho menos se impone, en el camino de su prima May. Deja que pase, sólo porque es lo que se espera de una sociedad que se opone al divorcio, sólo por el repugnante qué dirán. Hunde su felicidad. Y Archer lo acepta, hundiéndose en esa monotonía atroz en la que por fin entiende que todo está mal.
Disfruté mucho de los momentos que nos regalaron, aunque fueran pocos y fugaces. Ojo, porque hay ciertos pensamientos de Archer que no me gustaron; pero debo reconocer que en general es un señor bastante adelantado a su época. Sólo por sus ideas rozando en el feminismo, me doy por satisfecha.
May no me ha gustado. Lo siento, no me ha gustado nada. El problema es que es una mosquita muerta, una chica que se hace muy bien la tonta y que, pese a todo, tiene la situación controlada desde el principio. Sabe qué decir y hacer para que tanto su marido como su prima hagan su jodida voluntad. Su golpe final me dejó bizqueando – y con ganas de vomitar, eso también –, y es que no pensaba, ni en broma, que iba a llegar tan lejos para conseguir que Ellen decidiera hacer lo que se le pidió en silencio desde el principio: irse para no volver.
El final hace mucho daño. Supongo que es sello de la casa, porque ya con Ethan Frome la autora consiguió que se me rompiera el corazón. Aquí vuelve a hacerlo, y es que leí el último capítulo cruzando los dedos porque las cosas salieran bien. Es gracioso porque, con muy poco, rompe. Edith Warthon, toda una maestra en la tragedia.
…
Delicada, pausada, La edad de la inocencia es una de esas novelas que van despacio, pero que pisan con fuerza. Ellen Olenska, toda una señora, que llega para poner patas arriba una Nueva York soporífera incluso para sí misma. No sé a qué esperáis para dejar que Edith Warthon os rompa el corazón.
Nota: 5/5