LA SEÑORA FLETCHER
Título: La señora Fletcher.
Autor: Tom Perrotta (Newark, Nueva Jersey 1961) es escritor y guionista. Ha publicado con gran éxito de público y crítica dos libros de cuentos y ocho novelas que han sido traducidos a múltiples idiomas. Muchas de sus obras han sido llevadas al cine, entre ellas Election (1998), Juegos de niños (2004) - por cuyo guión estuvo nominado al Oscar - y The Leftovers (2011), que se convirtió en una exitosa serie de la cadena HBO. La señora Fletcher (2017) es su última novela.
Editorial: Libros del Asteroide.
Idioma: inglés.
Traductor: Mauricio Bach.
Sinopsis: Eve Fletcher es una mujer divorciada de poco más de cuarenta años que vive en una tranquila ciudad de Nueva Jersey. Ahora que su hijo se acaba de ir de casa para empezar la universidad piensa que ha llegado el momento de dedicarse un poco más a sí misma, de aprovechar todo el tiempo que tiene a su disposición. Eve se apuntará a un curso universitario sobre "género y sociedad", donde conocerá a gente de lo más variopinta, se obligará a cultivar nuevas amistades, descubrirá la pornografía en internet y las aplicaciones de citas, y hará cosas que meses atrás le hubieran parecido inconcebibles. Mientras, Brendan, su hijo, se dará cuenta de que su idea de lo que sería la peripecia universitaria estaba completamente obsoleta y de que la vida en el campus está muy lejos de los estereotipos que había imaginado.
Su lectura me ha parecido: interesante, ligeramente divertido, amena, con momentos de verdadera lucidez, contradictoria, desmitificadora, contemporánea...Queridas lectoras y estimados lectores, nos estamos americanizando a la velocidad de la luz. Estas palabras suenan demasiado contundentes, lo se, pero en este mundo tan globalizado el poder económico y cultural que ostenta los Estados Unidos de América es tan grande que todos los países de la orbita, incluyendo el nuestro, intentan amoldarse a todo lo que provenga de él. El concepto de comida rápida, los adosados con jardín, las hamburguesas, el Halloween, las bodas con damas de honor, el cine, el brunch, las tortitas, el kétchup, la música, las primarias, las fiestas universitarias, los bailes de fin de curso, las graduaciones académicas, los muffins, las series de televisión...Son muchos los aspectos que dese Europa copiamos y adaptamos para convertirlos en nuestros. No obstante, y a pesar de la cara oculta de la globalización, y en lo que a libros se refiere, los europeos, y por extensión los españoles, nos apasiona la literatura americana. Raro es el adolescente de éste país que no haya leído, o al menos intentado leer, El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, o el adulto aficionado al terror que no haya leído ni a Edgar Allan Poe, ni a H. P. Lovecraft o a Stephen King. Incluso a día de hoy el pensamiento de Henry David Thoreau, uno de sus norteamericanos más ilustres, está más de actualidad que nunca. Al igual que existen muy pocos amantes de los libros en este mundo que no se rindan ante la calidad y el aura que desprenden los escritores de la llamada Generación Perdida. Por no hablar de la Generación Beat (rescatada editorialmente en nuestro país), de las escritoras norteamericanas del XIX (cuyo feminismo está empezando a conocerse y que va mucho más allá de la Harriet Beecher Stowe) o el inquebrantable como ocasionalmente sobrevalorado Paul Auster. Todos hemos leído algo escrito por una escritora o escritor norteamericano, y seguiremos haciéndolo, porque a pesar de que podamos escapar de algunas de sus costumbres, reconozcámoslo, adoramos su cultura, historia, paisajes o sus problemas sociales a través de la creación literaria. Con el libro que hoy tengo el placer de reseñar ocurre precisamente eso, que el lector acabe sucumbiendo al atractivo de los autores norteamericanos, aunque en esta ocasión, se nos presente una visión algo menos estereotipada. La señora Fletcher: la desmitificación de la clase media americana a golpe de contradicciones y humor inteligente.
La historia de como este libro llegó a mis manos es bien sencilla. Podría empezar la narración desde el momento en el que una mañana, tan ajetreada como decepcionante, el cartero llamó al timbre y me entregó en mano un paquete que contenía un ejemplar de La señora Fletcher. No obstante, y siendo totalmente honestos, deberíamos trasladarnos unos meses atrás, cuando irremediablemente experimenté el llamado "bloqueo lector". La razón por la que durante unas semanas estuve prácticamente sin leer un libro fue sin duda la acumulación de lecturas de clásicos que leía. Todos los que me seguís o me leéis por aquí sabéis de mi predilección hacia todas aquellas lecturas escritas en el pasado y que por un motivo u otro la historia los ha considerado inmortales y atemporales, trascendiendo incluso siglos al momento en el que fueron escritos. Y no lo voy a negar, me encantan, sobre todo porque a través de ellos me adentro en épocas pasadas que me gustan mucho y de las que siempre se puede aprender algo nuevo. Sin embargo, todo tiene su límite, y yo lo rebasé hasta el punto de no querer ni oír hablar de ciertas autoras o autores en mucho tiempo. Mis noches, las cuales destinaba a leer hasta sucumbir de sueño, me las pasaba mirando al techo. Suena deprimente, lo se, pero no os podéis imaginar las cosas que se hacen cuando uno lo sufre en carne propia. Me costaba dormir, tenía la cabeza en otra parte, hacía de una tontería una montaña de arena, sentía que nadie me entendía, mis pensamientos fueron sustituidos por preocupaciones, casi no hablaba...Tengo que aclarar que, además del bloqueo lector, se juntaron otras cosas de las que no voy a hablar, las cuales agravaron aún más esa sensación de desazón y de estar perdiendo el tiempo constantemente. Necesitaba desesperadamente algo nuevo, algo que me hiciese volver a ser yo misma, a seguir peleando cada día, a no tirar la toalla a la primera de cambio, a no ser tan negativa. ¡Algo! ¡Lo necesitaba! Lo más curioso de toda esta historia es que ese algo que pedía a gritos llegó en forma de libro, justo lo que durante esas semanas había estado evitando. La señora Fletcher se titulaba y su historia me tuvo obnubilada durante el tiempo que duró su lectura. Un tiempo en el que conseguí relajarme, descansar mentalmente y dejarme llevar por el poder de las palabras. En definitiva, lo que necesitaba al fin y al cabo era un libro actual, sin barroquismos, sin extrañas metáforas, simple y rápido de leer. Luego La señora Fletcher me hizo reflexionar, pero eso vino con el tiempo, una vez asenté la lectura en mi cabeza. Ha pasado el tiempo y todavía recuerdo las noches que este libro reposó sobre la mesita, esperando ser leído. Y aunque cada vez que lo nombro la gente suele confundir su título con el inolvidable personaje de Angela Lansbury, me da igual, sólo me importa la certeza de que un libro, de nuevo, me ha salvado del abismo.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos por algo que ya he comentado en los párrafos anteriores. La señora Fletcher presenta una lectura muy amena, tranquila, apacible, que invita al lector a se relaje en el sofá y se sumerja sin problemas en la historia. Sin embargo, eso no sucede al momento, al menos no en mi caso. Si bien es cierto que a medida que avanzaba entendía mejor porque derroteros iba a transcurrir la trama, lo cierto es que personalmente me costó entrar en ella, pero sobre todo, familiarizarme con sus personajes. Eve Fletcher, la famosa señora Fletcher, me pareció una madre corriente y moliente al principio y el personaje del hijo, por ser clara, un cerdo machista, de esos a los que si existiera en la realidad tendría muy lejos de mi. Sin embargo, con el paso de los días y de las hojas que iba dejando atrás, Eve Fletcher me acabó cayendo bien, bastante bien diría. De hecho se podría decir que es ella, sus acciones y pensamientos el único eje de la novela del que parten la mayoría de las reflexiones que Tom Perrotta manifiesta en ésta. Pocas veces encontramos en la literatura un personaje con el que poder identificarnos más allá de la posición social o la situación sentimental que experimenta en ese momento. Y con respecto a Brendan, el hijo de Eve, me siguió cayendo mal, hasta el punto de cogerle manía. Algo que no me sucedía desde hacía tiempo. Más allá de los personajes, aunque como acabamos de comprobar son bastante importantes en esta novela, La señora Fletcher cuenta dos historias que transcurren en paralelo, la historia de Eve Fletcher por un lado y la de Brendan por otro. Eve es una mujer de unos cuarenta años, directora de un centro de atención a personas mayores y madre divorciada que ante el síndrome del nido vacío decide llenar el espacio que ha dejado libre su hijo para dedicarlo a si misma. De este modo, Eve se apunta a un curso universitario sobre literatura transgénero que le servirá para conocer a todo tipo de gente, cada cual más interesante en sus opciones sexuales, los cuales acabaran dando más de una lección a Eve. En pocas palabras podríamos decir que Eve acaba abriéndose a un atractivo mundo para ella antes desconocido y que le llevará, entre otras cosas, a descubrir el porno, a replantearse su propia sexualidad y a conocerse mejor a si misma. Por otro lado, Brendan, es el típico chico deportista de instituto y juerguista que accede a su primer año de universidad, y por extensión, a su primera experiencia fuera del nido materno. ¿El resultado? Una total decepción. Las razones: que la vida universitaria no responde a los estereotipos que él espera (fiestas, borracheras, ligues...) y su negativa a subir el siguiente escalón en su camino hacia la madurez. Ambas voces se alternan a lo largo de esta novela, dando paso a otros personajes igual de interesantes como Julian Spitzer o Amanda Olney, de los cuales no quiero desvelar mucho, pues de hacerlo estaría destripando gran parte de la historia. Por otro lado, La señora Fletcher se caracteriza por el uso del humor en determinados momentos de la novela y siempre coincidiendo con esas contradicciones en las que los personajes caen una y otra vez. El lector no se ríe a carcajadas con las reflexiones de Eve,sino que sonríe, sin poder evitarlo, ante esas otras situaciones que se producen. Y sin duda, no podemos pasar por alto el carácter cinematográfico de este libro. Recordemos que su autor, Tom Perrotta es además guionista y creador de Leftovers (una de las series, según los críticos, más infravaloradas del panorama seriefilo actual), por lo que el versado en estas lides intuirá que existe un proyecto más allá de La señora Fletcher más allá de lo novelístico en la cabeza del escritor. Por último, me gustaría dedicar unas líneas a expresar mi disconformidad con el final de este libro, tan conservador como impredecible, no deja a nadie indiferente. Eso si, tal y como está planteado, es posible que existan personas a las que les guste y aprueben la decisión de Perrotta respecto a sus personajes. Esta dualidad de opiniones no hace sino cargar a La señora Fletcher de personalidad y atrevimiento.
Existen en el mundo ciertos lugares idílicos en los que todos alguna vez en nuestra vida hemos deseado estar. Tumbados en una playa del pacífico, en medio de un profundo bosque, paseando por una gran urbe, cruzando un famoso puente, contemplando un importante monumento, nadando en una piscina cubierta, comiendo en el mejor restaurante del mundo, al borde de un acantilado admirando el paisaje, sobre el pico de alguna montaña o bajo una noche estrellada. Pero también los hay quienes su felicidad se materializa en la estabilidad que produce pertenecer a una clase social determinada, en especial a la conocida como clase media, que en Estados Unidos, se nos ha presentado siempre de forma estupenda. Barrios apartados de las ciudades, adosados con jardín, en algunos casos con piscina, hileras e hileras de calles interminables, los coches siempre aparcados a la entrada, aceras plagadas de buzones, carreras en bicicleta, meriendas en el porche, clubs sociales, niños vendiendo limonada tres calles más allá, el autobús escolar que se detiene frente a las casas, cafeterías, tiendas de ropa, electrodomésticos, enormes supermercados...En definitiva, el leitmotiv de muchas películas americanas que consiguen que desde otras partes del globo terráqueo admiremos ese estilo de vida, o que incluso sintamos envidia de él. Sin embargo, y de nuevo el cine lo muestra, no todo es perfecto. La aparente felicidad que se respira en ese particular ecosistema en ocasiones enturbia la vida de sus habitantes. No son felices, se sienten atrapados en una misma rutina día tras día, quieren escapar de todo ello, aunque dicho atrevimiento tenga como consecuencia romper con todo, incluso con lazos familiares. Esa vida acomodada y conservadora les devora y no están dispuestos a dejarse engullir por las garras del sistema que sus generaciones anteriores han contribuido a construir y asentar. Esa y no otra es la trama de American Beauty, película protagonizada por el malogrado Kevin Spacey y por una siempre fantástica Annette Bening y que a principios de los 2000 se llevó todos los premios cinematográficos habidos y por haber, incluyendo cinco premios Oscar. En ella se abordan las miserias de una familia dentro de la supuestamente idílica vida de la clase media estadounidense y de como su protagonista, Lester Burnham (personaje que le valió a Kevin Spacey su segundo Oscar) trata de revelarse contra ella tirando de ironía y poco a poco satisfaciendo sus propios deseos. Todos recordamos algunos detalles de la película (de hecho el lector más cinéfilo habrá podido adivinar que la anterior imagen corresponde a uno de los fotogramas, a mi juicio, más interesantes del film) aunque ésta haya pasado a la historia básicamente por la famosa escena de los pétalos de rosa cayendo sobre Lester Burnham mientras contempla embobado a Angela Hayes, la mejor amiga de su hija, desnuda y semicubierta de un manto de rosas rojas. Y en el fondo, la trama de La señora Fletcher tiene muchos puntos en común con la película de Sam Mendes. Para empezar también desmitifica el prototipo de familia de clase media americana al plantar ante los ojos del lector a una madre divorciada con un hijo. También apreciamos sus pequeñas miserias, sus contradicciones, su incapacidad para asumir los cambios, sus ansias por escapar de la rutina, del hastío, el abrazar unos estereotipos que no existen en el caso de Brendan o en disfrutar fuera del sistema en el caso de Eve Fletcher. Sin embargo, tanto la novela como la película parecen mandarnos un mensaje tan contundente como preocupante. El de que si te sales de la norma tienes que estar atenta o atento a las consecuencias. Algo que al espectador y al lector no debe dejarnos impasibles, sino que a partir de él, debemos construir en nuestra cabeza la reflexión principal, que no es otra que la de que hasta lo perfecto es imperfecto. Que lo que brilla acaba cegando los ojos. Que el lugar más deseado puede convertirse en nuestra peor pesadilla. La señora Fletcher: una historia de descubrimiento, soledad, aprendizaje, bofetadas de realidad, clases de historia de género, sexo, pornografía cibernética, huida hacia adelante...El American Beauty literario.
Frases o párrafos favoritos:
"La mayoría de ellos parecían no seguir el mismo guion que ella, aunque eso también dijese más sobre las personas importantes en su vida que sobre los grandes días en general."
Película/Canción: a la espera de que tengamos más noticias de la futura adaptación televisiva de esta novela, de la cual sólo se conocen algunos detalles. Os adjunto la pieza de BSO que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. La cual, no podía ser otra que el tema principal de American Beauty. Que la disfrutéis.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Libros del Asteroide