¡Hola, hola, hola!
Bueno, retomamos la rutina de los sábados. Ah, sí, sí, le he estado dando vueltas a cuándo publicar y… resulta que los sábados me parecen el día perfecto. ¿Y por qué? Bueno, acaba de empezar “de verdad” el fin de semana, se acerca el final de lo que puede ser una semana genial o una de mierda y… huele a día bonito. Así que sí, sí, los sábados se quedan como día de entrada. Los dramas, que me pirran.
Hoy os traigo una segunda/tercera parte. Me explico. Esta novela es la segunda en Creekwood y la tercera en Simonverse. Os lo voy a decir claro: da igual cuándo la leáis, siempre y cuando lo hagáis después de Simon vs the homosapien agenda (reseña aquí). ¿Lo tenemos? ¿Sí? ¡Maravilloso! ¡Dentro reseña!
Traduce: María Celina Rojas. Trilogía/bilogía: Simonverse 3 - Creekwood 2 / Puck / ISBN: 978 84 92918034 / Precios: 13,30€ (tapa blanda) y 5,22€ (versión para Kindle) / 320 páginas /Sinopsis: Cuando se trata de tocar la batería, Leah Burke suele tener buen ritmo, el tiempo es como su especialidad. Pero en su vida personal las cosas suelen ir a destiempo. Leah, una anomalía en su grupo de amigos, es la hija única de una joven madre soltera, y su vida es sin dudas la menos privilegiada. Le encanta dibujar, pero se siente demasiado cohibida para mostrar sus creaciones. Y a pesar de que su madre sabe que es bisexual, ella aún no ha podido reunir el coraje para contárselo a sus amigos, ni siquiera a Simon, su mejor amigo abiertamente gay. De modo que Leah, en realidad, no sabe qué hacer cuando su sólido grupo de amigos comienza a resquebrajarse de formas inesperadas. Con el baile de graduación y la universidad asomándose por el horizonte, la tensión crece cada vez más. Para ella es difícil dar con la nota correcta cuando la gente a la que quiere está sumida en conflictos, en especial, cuando se da cuenta de que tal vez quiera a una persona más de lo que alguna vez había pensado.
Opinión
Hace mucho tiempo leí que esta novela era una excusa para redimir a Leah. No estaba de acuerdo, o no del todo, pero debo confesar que sí pensé que era excesivamente conveniente. En su momento, de hecho, me negué a leerla. Leah me cae mal, ¿para qué diablos iba a leer su historia? Pero hace unos días… pensé que no estaría mal. No he leído muchas novelas con representación bisexual, lo cual no deja de ser irónico porque, en fin, ¿os dais cuenta de lo jodidamente sencillo que es encontrar representación heteronormativa? ¡El caso! Leah no entraba en mis planes y ahora que he leído su novela os puedo asegurar que no ha estado tan mal como pensaba.
Hay personas que brillan. Personas que hacen que te sientas a gusto enseguida. Personas que, joder, llegan y parecen despejar los problemas con una maldita sonrisa. Leah es todo lo contrario. Esta chica es una neurótica de talla mayor: no sólo se preocupa por un montón de situaciones que sólo pasan en su cabeza, sino que siente una necesidad tan absurda de afecto que llega a resultar molesto. Porque estar en su cabeza, me vais a perdonar, es una puta pesadilla. Nadie puede estar tan preocupada todo el día y no darse cuenta de que no es normal. Lo siento. No. Puede. Pero, claro, Leah está por encima de toda esa mierda.
Me planteé seriamente dejar el libro. Lo digo totalmente en serio. Me encantaban los cameos de los protagonistas anteriores – de los cuales no diré los nombres, porque soy genial y maravillosa y no os quiero joder el precioso libro de Simon, ¡he dicho! - pero terminé hasta las malditas narices de “la cabeza de Leah”. Porque sí, se veía venir el problema. Desde el principio.
Que Leah sea bisexual y nadie lo sepa acarrea toda una serie de situaciones que ciertamente dan que pensar. No sé cuántes de vosotres seréis bisexuales, pero me he sentido muy identificada con algunos prejuicios que resalta Becky Albertalli. Pone sobre la mesa el tema de los celos en boca de un chico heterosexual que, por supuesto, no se ve “amenazado” por la presencia de una amiga que, seamos realistas, no lo es. Y eso está bien porque, joder, qué asco da asumir la sexualidad de la gente; y qué vergüenza dan los celos.
Como me gusta llegar a los libros a ciegas, no os diré quién es el love interestde Leah, aunque estoy segura de que os lo podéis oler. Sólo diré que es totalmente diferente a ella. Porque la persona en cuestión es dulce, terriblemente divertida, tan parlanchina que es ridículo… pero precioso. ¿Queréis saber de qué persona hablo? Leed el libro.
Antes de destripar – sólo un poquito – la novela, quiero hablar de un último tema que me ha parecido relevante. La relación entre Leah y su madre. Hay algo retorcido en cómo Leah trata a su madre. No sólo no la considera apta para tomar decisiones inteligentes en lo que a su vida sentimental se refiere, sino que la anula cada vez que dice lo que piensa sin tapujos. Me vais a perdonar, pero se porta como una verdadera cabrona con una pobre mujer que sólo quiere lo mejor para ella – y que la ayuda cada tres nanosegundos, aunque parece ser que nuestra chica lista no se da cuenta de eso.
Enlazado con este tema, el dinero me parece clave en la historia. Veréis, es muy fácil empatizar con los problemas económicos de Leah y su madre, sencillamente porque las universidades en EEUU son absurdamente caras. Tanto que me pregunto cómo cojones va tanta gente – en serio, yo necesitaría como dos trabajos a jornada completa… y seguramente me quedaría corta –. ¿Y es relevante? Joder, sí. Ya no recuerdo el cosquilleo de miedo por ser aceptada o no por una universidad, pero sí recuerdo la anticipación, el pánico, el mordisco de la rabia contra ti misma, preguntándote si lo has dado todo de verdad. Así que si estáis a punto de terminar el instituto – creo que no me leen adolescentes, pero por si acaso yo dejo el aviso – estoy segura de que empatizaréis con esta novela.
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
Tengo una pregunta. Una grande. Una seria. ¿Por qué, Becky Albertalli, conviertes a Nick en un gilipollas? Gracias. En serio, estoy consternada. Nick me pareció un chico muy dulce en el libro de Simon, tanto que me alegré lo indecible cuando se quedó con Abby. Pero, claro, Abby tenía mucho filón.
Me gusta cómo se trata el tema del descubrimiento de la propia sexualidad. Cada persona es un mundo y no somos nadie para decidir cuándo alguien está liste para “salir del armario” – en serio, hay teorías flipantes sobre el tema, investigad un poquito, ¡os va a encantar! –, pero me pareció fascinante cómo Leah, pese a todo, se enfadó con Abby. No lo hizo por egoísmo, lo hizo por supervivencia. Y es que Abby, las cosas claras, se aprovecha de la ambigüedad de su relación (amistosa, se entiende) con Leah para ver si realmente “le van las chicas… también”. Lo gracioso del tema es que, pese a enfadarse, no puede estar lejos de ella. Abby tiene la vitalidad que a Leah le falta, la fuerza de saber que nada importa, que siempre hay un resquicio por el que conseguir parchear los problemas; y eso es mágico. Tan mágico como ver caer los muros de Leah. Chapó.
Que se hable del racismo me parece una fantasía. Estoy hasta las santas narices de las personas feministas hipócritas…. Y de las y los racistas hipócritas. ¿Cuántas veces habéis oído: “no quiero parecer racista, pero…”? ¡Pero nada! Cualquier declaración que empiece así es puto racista. Tan racista que da asco. Y prejuiciosa. Joder, no concibo que el color de la piel sea un maldito problema. Pero Leah tiene una amiga que sí lo cree. Ojo su coño gordo, la de gilipolleces que se le llegan a caer de la boca porque no la aceptan en una universidad… y a Abby sí. Absurdo. Repulsivo. Vomitivo. Flor de mi corazón, si no estudias no apruebas. Fin de mi comunicado.
Becky Albertalli escribe muy bien. Tiene un punto macarra, desenfadado; que va genial con sus historias. Y es que es imposible aburrirse mientras lees. Sin contar nada, mantiene tu atención. Y borda los diálogos. Recuerdo que hace tiempo hablé con una amiga sobre el tema: la potencia de un buen diálogo en contrapunto con la narración. Que haya una comunión tan perfecta entre dos puntos clave me parece brillante. Y, por cierto… no os vais a sentir insultadas por aproximación en ningún momento. Albertalli controla los temas de los que habla. Y lo hace con respeto. Ojalá ciertos autores aprendieran un poquito de ella… y ciertas autoras también.
El final es bastante previsible y, a la vez, esperanzador. No os quiero contar nada para no destriparos la novela, pero debo confesar que me chirrió el cambio repentino de actitud de Leah. Después de meditarlo un par de días, creo que fue porque por fin se había mirado a los ojos a sí misma. No, no hablo de su apariencia física; hablo de saber quién es por dentro… y aceptarse.
…
Divertida, desenfadada, Leah a destiempo tal vez no es la mejor novela de la autora; pero sí una historia ideal para pasar unas horas divertidas… y reflexionando sobre temas francamente importantes.
Nota: 3/5