Estamos ante una obra extraña y difícil de catalogar. Una historia minimalista, con pocos personajes y una estructura aparentemente sencilla: una estudiante llamada Anaximandro se enfrenta al tribunal examinador de la prestigiosa Academia para valorar su ingreso en la misma. A lo largo de cinco horas, durante las cuales ella expondrá diferentes argumentos (desde hechos del pasado hasta las razones de su ingreso), el lector irá conociendo más detalles sobre la sociedad aparentemente perfecta que Bernard Beckett nos quiere describir. Una sociedad a medio camino entre lo clásico (la influencia de la Grecia helénica es notable a lo largo de toda la obra: desde los nombres de los personajes hasta el concepto mismo de la Academia) y lo futuro (un futuro no muy lejano ciertamente pero con elementos tecnológicos muy superiores a los de nuestra actual sociedad), planteada de una manera muy original.
Hay que advertir que esta novela, a veces, parece de todo menos una novela propiamente dicha, especialmente por el recurso que el autor ha empleado en los diálogos, ya que tras el nombre del personaje utiliza dos puntos antes del discurso del mismo, a la manera del teatro o, incluso, del guión cinematográfico. Las cinco horas de diálogo son cercenadas en unidades más pequeñas (a modo de capítulos), como si estuviesemos también ante un drama representado, cuando Anaximandro sale de la sala donde se celebra el exámen y cambia de escenario. El contenido tampoco ayuda a etiquetarlo como narración, ya que el grueso de la trama es un diálogo filosófico sobre cuestiones éticas de diversa índole entre la protagonista y el tribunal examinador. También hay que añadir que, aunque el elemento central es un largo diálogo, hay un elemento narrativo a lo largo de toda la obra (la historia acaecida en el pasado y protagonizada por Adán y Arte) que se retoma y desarrolla en cada capítulo, sirviendo como nexo de unión.
Quizás todos estos aspectos, señalados anteriormente, sean los verdaderos motivos por los que Salamandra no se haya atrevido a publicar Génesis en su catálogo de literatura juvenil, al contrario de lo que ha ocurrido en muchos otros países. Quizás sus editores creen que nuestros jóvenes no están capacitados para seguir una novela tan peculiar como ésta.
Si lo que hemos dicho aún no te ha asustado, desde El Templo queremos animarte a leer esta obra inclasificable, atípica, casi casi de culto, sobre todo por la brillantez de sus últimas páginas y su impactante desenlace. Desvelarlo sería una traición que yo, desde luego, no pienso cometer.