Todo depende del punto de vista o de la vara con la que se mida. En La chica del átomo dorado, todo depende del tamaño. Un día, el Químico, uno de los personajes protagonistas de esta novela, descubre que existe un mundo diminuto, microscópico, dentro del arañazo de un anillo de oro. Y dentro de ese pequeño universo, hay una ciudad, Arite, y una chica, Lylda, a la que el Químico observa todas las noches a través de su microscopio.
Una tarde, el Químico reúne a sus amigos, el Doctor, el Joven, el Gran hombre de negocios y el Banquero en el club y les comunica que ha desarrollado unos fármacos que le harán empequeñecer y que pretende viajar a ese átomo de oro donde está el minúsculo universo. Sus amigos se despiden de él, prometiéndole custodiar el anillo por si decide regresar.
Cuatro años después, el Doctor convoca a todos los amigos para abrir la carta que el Químico había dejado con órdenes de no abrirla hasta esa fecha. En ella, se detallan los componentes de ese fármaco que hace empequeñecer (y de otro que hace volver al tamaño normal). Los amigos deciden arriesgarse y, como Alicia, deciden hacerse pequeños y viajar a ese mundo; todos menos el Banquero, que prefiere no vivir esas aventuras a su edad. Toman la sustancia, penetran en el arañazo del anillo y llegan a Arite, la ciudad, justo cuando una guerra civil está a punto de estallar. A pesar de que todos los oroides –habitantes del anillo de oro- les consideran con poderes mágicos (no por nada, pueden aumentar y disminuir de tamaño con el fármaco), no consiguen apaciguar la situación y junto a Lylda, la mujer del Químico, Loto, su hijo, y Aura, la hermana de Lylda, se hacen grandes como Gulliver, huyen del anillo y vuelven al mundo que les corresponde.
La chica del átomo dorado comienza con buen ritmo, con unos personajes interesantes y una trama que promete aventuras. Conforme avanza la novela, los tecnicismos y las explicaciones ralentizan el ritmo del relato y nos quedamos con la sensación de que los personajes podían haber resuelto mejor esa situación bélica. A pesar de esto, a su escritor, Ray Cummings, se le puede asociar con otros escritores como Julio Verne o H. G. Wells. Estos escritores, pese a estar describiéndonos un mundo ficticio, lo hacían con tanto detalle y precisión que casi nos parecía real.
Por eso, si te gustan las novelas con detalles concretos, viajes a otros mundos y tener una cierta sensación de parecerte a Alicia o a Gulliver, hazte pequeñito y adéntrate en el mundo oroide dentro del anillo del Químico.