2008 sirvió para que las grandes editoriales de siempre se tomasen en serio la literatura juvenil, pero también para que otras nuevas independientes, como Editorial Hidra, naciesen con el único propósito de entretener a toda una incipiente generación de jóvenes lectores.
Su apuesta más fuerte hasta el momento es Leo Titán y la cuarta dimensión, una historia de realidades paralelas que transportará al protagonista hasta el mundo de Ultreya. Ayudado por una especie de cubo de rubik llamado iCarus, y con la compañía de sus amigos Sam y Megan, tendrá que salvar la ciudad y regresar a su universo. ¿Pero podrá hacerlo todo?
Leo Titán está dedicado a los primeros lectores de juvenil, que lo disfrutarán como Elliot Tomclyde o Arcanus, y su portada, digna de una serie de dibujos animados, contribuye a esa imagen. Tampoco le faltan las ilustraciones interiores y hasta un apéndice de personajes, para que nadie se pierda. Pero el hecho de que no cuente con la complejidad de los libros para jóvenes más adultos no la desmerece, y trata al lector con respeto e inteligencia (la historia encaja, más de lo que se puede decir de muchos de libros para niños, jóvenes y adultos). Sus personajes no caen en el absurdo y, aunque las referencias a Pokémon o Narnia sobren en un escenario medieval, la trama está elaborada y se lee de un tirón.
Posiblemente, la asignatura pendiente de Samuel Caplan sea el estilo, que necesita perfeccionarse. El lenguaje es claro y sencillo, y la lectura no es farragosa, pero es en los comentarios absurdos donde pierde energía, especialmente los reservados a su personaje Sam, y Leo Titán, por su parte, tampoco acaba de descubrirse después de doscientas páginas. Nos quedamos con las ganas de conocer a los protagonistas, porque una vez terminada la historia sólo sabemos de ellos lo que ha salido por sus bocas. Interiorismo ni uno.
Todo se perdona cuando se eligen citas tan brillantes para el inicio de cada capítulo. Bien de sabios como Einstein o creadores como Moore, bien del propio universo de Ultreya, Samuel Caplan logra sintetizar la esencia de su historia y a la vez dar un toque de elegancia que nunca está de más. Ninguna sobra, y todas merecen. Un buen trabajo de documentación que pone la guinda a una novela (inicial) juvenil que no decepciona.