LOS GATOS SALVAJES DE KERGUELEN
Título: Los gatos salvajes de Kerguelen.
Autora: Marta Barrio (New Haven, 1986) es licenciada en Filología Hispánica y en Estudios de Asia Oriental por la Universidad Autónoma de Madrid. Posteriormente cursó el Máster en Edición Santillana en la Universidad de Salamanca. Actualmente trabaja como editora en Alianza Editorial. Los gatos salvajes de Kerguelen (2020), su primera novela, fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra de Gijón. Su segundo libro, Leña menuda (2021), ha sido recientemente galardonada con el Premio Tusquets de Novela.
Editorial: Altamarea.
Idioma: español.
Sinopsis: Un grupo de jóvenes investigadores viaja a las islas de la Desolación frente a la Antártida, para registrar los efectos del cambio climático en la fauna y flora. Es un territorio hostil, completamente aislado de la civilización y azotado por vientos huracanados, donde innumerables naufragios y tragedias se han ido sucediendo desde su descubrimiento en 1772. Forzados a una desconexión total, los científicos, dominados por insospechadas pulsiones atizadas el inevitable confinamiento, se verán enfrentados a sí mismos y a los demás en un sur gélido y despiadado como la misma condición humana. Al tiempo que estudian los signos que predicen la llegada del fin del mundo tal y como lo conocemos, este grupo de estudiosos asistirá a una serie de misteriosas desapariciones, mientras los icebergs, amenazantes y présagos de inexorables tragedias, se perfilan en su horizonte geográfico y vital.
Su lectura me ha parecido: inquietante, feroz, serpenteante, hostil, estimulante a medida que la trama avanza, con una protagonista imposible, concienciadora, tremendamente gélida... A principios de este año que pronto sepultaremos bajo un generalizado optimismo - aunque el Covid no haya desaparecido - kilos de espumillón, gambas y papel de regalo tuvo lugar uno de los fenómenos climáticos más mediáticos de los últimos tiempos: Filomena. En otras palabras, una intensa ola de frío que tiñó de blanco gran parte de la Península Ibérica causando el aislamiento y, en algunos casos, la falta de suministros en muchas localidades del país. Sin embargo, el único recuerdo que parecemos atesorar de aquello son las impresionantes imágenes de Madrid nevado. Cierto que hacía mucho tiempo que la capital del país no se veía de esta guisa, con un extraordinario espesor de nieve cubriendo las calles y monumentos más emblemáticos. Si hasta se improvisó una cuestionable batalla de bolas de nieve en pleno centro. Todos asistimos maravillados a aquellos videos que todos los días copaban los telediarios, así como a los primeros problemas que los bellos copos habían traído consigo y la mala gestión que se hizo al respecto, perdiendo un poco la perspectiva de que Filomena nos había afectado a todos. En Valencia, donde no nieva desde los años 60 - o eso dicen la sabiduría popular - se nos congeló el rostro, las manos y el alma. No fuimos bendecidos con la misma "suerte" en forma de instagrameables muñecos de nieve a lo Frozeen, pero aquel fue el año que más cerca estuvimos de ella. Tanto que su aliento rasgaba mejillas hasta transformarlas en paredes de hielo. Durante aquellos días no estaba pasando por mi mejor momento. No entraré en detalles, no viene al caso, pero con la tercera ola a la vuelta de la esquina - que por estos lares fue especialmente dramática - y envuelta en una grisácea manta buscaba a tientas refugio en una serie de lecturas a cordes con el pesimismo y el agarrotamiento que estaban sufriendo mis dedos. Una de ellas destacó entre portadas de montañas nevadas y tramas que invitaban a aposentar tu cuerpo sobre el sofá mientras esperas a que se haga el café (que maravilloso cliché, lo confieso). En la que, bajo uno de los títulos más extraños y enigmáticos - recuerdo que busqué Kerguelen en el Google Maps - me di un baño glaciar así, a lo bruto, sin piscolabis caliente de por medio. Las convenciones peliculeras están muy bien pero existen libros que, aunque no exijan una total y absoluta dependencia, te entregas a ellos sin medias tintas. Esperando que ese espectacular carámbano rezume calidez en medio de la nada blanquecina que, como en Fargo, nos impide ver el horizonte. Los gatos salvajes de Kerguelen: el infierno es frío y está en las islas de la Desolación.
Que no os engañe su nombre - Tierra de Fuego - pues dentro de su amplio archipiélago, si observamos su parte más astral, nuestros ojos se topan con una serie de islas cuyo nombre inspira temor. Y es que "Desolación" es una palabra completamente negativa que, paradójicamente, es la que mejor se acopla a las características de dicho lugar. Desde que fueron descubiertas por el oficial de marina y navegante francés Yves Joseph de Kerguelen de Trémarec (de ahí su otro nombre por el que es conocido) en 1772, las islas se han convertido en un autentico paraíso para diferentes expediciones - incluyendo la del famoso capitán James Cook en 1776 - con el fin de observar el trayecto de Venus así como recabar información con fines científicos para el estudio de su fauna y flora. Si bien es cierto que en la segunda mitad del siglo XIX hubo un intento de implantar una especie de monarquía por parte de algunos pescadores de la zona, finalmente fue el gobierno francés el que tomó oficialmente posesión sobre Kerguelen. En la actualidad su población está principalmente compuesta por un centenar de científicos y sus familias, cuya presencia es de carácter temporal - sobre todo durante el conocido como verano austral - instalados en la base Port-aux-Français situada al este de la isla principal. El clima en Kerguelen no es precisamente apacible, ya que al ser perhúmedo subantártico - en otras palabras, que llueve o nieva, da igual que sea inverno o verano, de forma dispersa a lo largo del año - las condiciones para la vida humana son especialmente difíciles. No así para los animales que las habitan. Desde pingüinos, focas, lobos marinos, renos, ovejas (estos dos últimos introducidos durante el siglo XIX) o la Anatalanta aptera (la mosca sin alas detritívora que estudia Olivia, la protagonista de esta novela, durante su estancia en las islas). Su particular y escarpada geografía, su extremo clima, así como la irrupción de frecuentes neblinas les ha servido a muchos autores de inspiración para ambientar sus novelas en las islas de la Desolación. Siendo Edgar Allan Poe el que más popularizó el lugar gracias a su escalofriante novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, aunque Julio Verne con La esfinge de los hielos o Patrick O´Brian con su Desolation Island - sin traducción al español - le siguen muy de cerca. Ahora la escritora madrileña Marta Barrios se una a la exclusiva lista desde una mirada más contemporánea, realista, concienciada, pero sin descuidar elementos cercanos al suspense, al misterio y ¿por qué no? Al terror más accesible, aunque no por ello menos inquietante.
Desde una escritura tan contenida como plagada de matices, muy en consonancia con el terreno baldío que se nos describe, la autora decide ambientar la novela en el lugar menos atractivo para situarla: una base científica en un lugar en medio, literalmente, de la nada. Y eso que con bases parecidas se han construido enormes clásicos de la aventura o el terror - respecto a esto último, mientras lo leía, no dejaba de pensar en La cosa de John Carpenter y en que Kurt Russell aparecería pilotando un helicóptero -. No obstante Los gatos salvajes de Kerguelen se aleja de lo fantástico y de las horripilantes metamorfosis para adentrarse en una trama con tintes de thriller sicológico y cuerpo de novela de intriga clásica. De hecho, conforme avanzaba la trama, ésta no hacía más que evocarme a los Diez negritos de Agatha Christie pero con frío, acolchados, aislamiento y grandes dosis de hostilidad por parte, tanto del paisaje como de los propios personajes. En las antípodas del carácter british que impregna cada una de sus entregas policíacas. Aquí, como ya he comentado, se explora el miedo a lo desconocido - como para no tenerlo sabiendo que vas a pasar un año entero en el fin del mundo - pero ese desconocimiento también se traslada a la condición humana, a lo que Thomas Hobees resumió en la manida frase "el hombre es un lobo para el hombre" sin llegar a extremos o a imágenes explícitas (salvo en una impactante recta final en la que los ojos se abren como platos). De hecho, no sé que da más miedo, si las desapariciones que tienen lugar a lo largo del libro o la frialdad con la que su autora ha conseguido mimetizar dichas acciones con la idiosincrasia del marco paisajístico que las envuelve. Por supuesto, esta novela se habría quedado en agua de borrajas de no haber sido por Olivia. Sí, esa mujer atormentada, cínica, a ratos antipática, solitaria pero independiente, cargada con una mochila demasiado pesada desde la infancia, manipuladora, práctica, superviviente, perversa, despreciable, impulsiva, una excelente entomóloga - estudia los insectos - que se ve, no sin quererlo, obligada a convivir en aislamiento con otros colegas científicos por los que parece no tener simpatía alguna. Olivia es un personaje imposible, un tropo del que gran parte de los lectores huirían pero que, sin embargo, logra establecer una poderosa conexión con quien decide darle una oportunidad. Permitiendo, desde una tercera persona realmente intimista, acercarnos más a ella para entender el porqué de su forma de ser y aguantar a su lado, por muy mal que te caiga, lo cual es un gran mérito por parte de Barrio. Por otro lado, la novela es entorno, acantilados, albatros sobrevolando la cubierta del barco que los transporta a la base, elefantes marinos despezándose en las orillas de la isla. En definitiva, pura visualidad. Algo que se traslada al terreno más sensorial, resultando especialmente inclemente con los personajes y el lector, hasta el punto de sentir el impacto de la chuchilla helada sobre tus mejillas o de creer que de tus uñas van a colgar estalactitas. Por no hablar del trasfondo que planea, como una gaviota antártica, al rededor de la trama, que no es otro que el ecologismo como única vía para frenar los efectos del cambio climático. De hecho, los personajes acuden a Kerguelen con el fin de estudiar los posibles efectos adversos que dicha realidad está provocando sobre animales, plantas, rocas, fondo marino y demás ámbitos de la zona. Así es como Marta Barrio consigue, de lo particular - unas islas perdidas entre Chile y la Antártida - extraer reflexiones y denuncias para encajarlos en un ámbito más global. Porque la emergencia climática es cosa de todas y todos. No de unos pocos. Su final, en consonancia con el citado Poe, hiela la sangre desde un hermetismo casi doloroso. Horror aséptico en la cumbre, espiral pragmática llevada al límite, una terrible y literal llamada de lo salvaje empañan los últimos párrafos de una novela singular y fresca, fresquita, como ese pequeño iceberg flotando en tu refresco de Coca-Cola.
Los gatos salvajes de Kerguelen: una historia de aislamiento, misterio, frío, fauna y flora en peligro, estudios ecologistas, amoralidad, perversidad... Una rara avis literaria a reivindicar.
Frases o párrafos favoritos:
"Los vientos hostiles castigan a quienes se atreven a visitar este confín perdido que parece sacado de una leyenda, por su sideral lejanía e inhospitalidad. Es el lugar ingrato donde los héroes árticos acuden a la llamada de lo desconocido y son azotados por el aire gélido como castigo a su atrevimiento. Buscan la isla del tesoro pero encuentran una tierra baldía."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Altamarea Ediciones