¡Hola, hola, hola!
Hoy os traigo la reseña de otra de mis sorpresita de este spooky month, ¡no podría estar más contenta! Por cierto, quiero que me comentéis si este año tenéis pensado celebrar el All Hallow's reads jujujuju
No me enrollo más, ¡dentro reseña!
Paul por fin ha terminado su novela, la mejor de todas, la más seria, la que de verdad le llena. Lo celebra en la suite del hotel en el que acaba todos sus libros, con champán del caro, fumándose un pitillo mientras se pregunta qué hacer. Y entonces tiene la idea: un viaje breve, un maravilloso re-recorrido, el mismo que hizo la primera vez, cuando aún era demasiado joven y no tenía obligaciones.
Es el trueno, la lluvia, la tormenta. Es el tiempo. El maldito tiempo. El que hace que su coche vire, dé mil vueltas y se salga de la carretera en mitad de ninguna parte. Es la bruma, como él la llama, que lo envuelve todo. Hasta que alguien le intenta insuflar vida otra vez, con un aliento rancio y unos gritos afilados.
Se despierta sin saber dónde está.
Se despierta porque no le queda más remedio que hacerlo.
Se despierta en una habitación, una con un cuadro, un calendario y una ventana.
Annie Wilkes se acerca y le explica cómo lo encontró, lo feliz que se siente de que siga con vida. Y entonces se lo dice: ella es su fan número uno.
Stephen King nos dibuja una pesadilla. Una vívida, jodidamente afilada y que, pese a todo, no se desdibuja en sus márgenes. Porque cada palabra, cada escena, está terriblemente pensada: para hacer daño, para herir nuestra maldita sensibilidad, para mostrarnos que sí, que hay personas enfermas, muy enfermas, que hacen cosas horribles en nombre de algo tan obsceno como puede llegar a ser la idolatría.
Roza lo irónico pensar en cómo Annie, que jura adorar a Paul – llegando a confesar lo “mucho que lo ama” –, maltrata sin cuartel, hiriendo a ese ídolo que le regaló, como a otros tantos de miles de millones de lectoras y lectores, la saga de Misery. Una suerte de saga salpicada de escenas trilladas, marchitas, que Paul odia con todo su corazón. Porque él fue feliz cuando se quitó de en medio a su maldita protagonista: Misery, la jodidísima Misery.
No sabe dónde está, ya os lo he dicho. Lo que sí sabe es que, el día en que Annie entra en la habitación blandiendo el último libro de Misery como si fuera un cuchillo, su vida acaba de complicarse. Mucho. Muchísimo.
Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
No pensaba que fuera a ser tan sádico. Supongo que, en realidad, eso resume toda la experiencia: un sadismo sin cuartel, salpicado de la culpabilidad fingida de una persona con un trastorno psicótico que no se trata porque no cree necesitarlo, aderezado con el terror de una víctima que sabe que corre mucho más peligro del que parece. Porque la mente es lo mejor y, a la vez, lo peor de la humanidad. Funciones quebradas, zonas salpicadas de un vacío de acción que impide elegir la opción moralmente correcta. Y es en ese vacío, el que puede ver en sus ojos, en el que Paul entiende el alcance del drama: Annie Wilkes no tiene empatía. Sencillamente, no la tiene.
Si soy sincera, y siempre procuro serlo, me dio verdadero asco Annie. Juro por Dios que intenté verla a distancia, diciéndome a mí misma que sí, que la mujer tenía un problema, que necesitaba ayuda profesional urgente; pero sólo podía sentir asco. Un asco primitivo, frío, que hacía que le deseara lo peor que pudiera pasarle. Porque esa mujer, esa maldita mujer, nació para hacer daño. Y lo hizo una y otra y otra y otra vez. Hasta que llegó Paul.
Hay escenas terribles en la novela. Tomaos esta reseña como un trigger warning: si las descripciones terriblemente gráficas de mutilaciones os dan asco, os hacen sentir mal o sencillamente os dejan el estómago del revés; no leáis el libro. Hay dos que no puedo sacarme de la cabeza. ¿Sabéis el momento en que veis una película de miedo y sabéis, porque lo sabéis, que una escena os perseguirá mucho tiempo? Pues eso me ha pasado. Y no me gusta una mierda.
Stephen King escribe muy bien. Ojo aquí: no digo que su prosa sea lo mejor que he leído en mi vida, porque eso no es verdad; pero sí os puedo prometer que el hombre se maneja muy bien con las palabras. Su storytelling es potente, afilado, mordaz; con ese gancho suave al final de cada capítulo, que hace que quieras seguir leyendo. De hecho, su mayor acierto es la brevedad de los capítulos: se leen solos, tan rápido que, cuando quieres darte cuenta, has leído más de medio libro.
La novela es opresiva. La casa perdida en mitad de ninguna parte de Annie, con sus pequeñas granjas cercanas y la suya propia; sirven de atrezo en la obra final de Paul: su día a día, salpicado de terror, humillaciones y dolor; mientras escribe El retorno de Misery en una máquina de escribir desvencijada, vieja, cada vez más rota.
No os quiero contar mucho más. Os animo, eso sí, a que le deis una oportunidad a esta maldita pesadilla. Porque Stephen King nos brinda una final que hace que se nos acelere el corazón, se nos entrecorte la respiración y sepamos, puede que por primera vez, qué pasa cuándo las pesadillas terminan… y sólo quedan las sombras.
…
Dura, cruel, Misery es una novela que no se deja nada. Annie Wilkes es, sin lugar a dudas, un personaje que vais a recordar el resto de vuestra vida. Por el miedo. Por el asco. Por el pánico. Pobre Paul. Sólo eso: pobre Paul.
★★★★