Revista Libros

Reseña sobre "La isla de las palabras"

Por Isladesanborondon
1 de febrero del 2012

Miedo

“Cama, mamá, pollito…” Su madre le fue nombrando una a una, las cosas que llenaban las habitaciones de su casa. Le descubrió la música de las palabras, y más tarde, con ayuda de otra cartilla le enseñó a enhebrar las frases: “Mi mamá me ama y yo amo a mi mamá”. “Mi papá no fuma en pipa, fuma puros Condal”. De vez en cuando, cuidándose de que nadie la viera, abría la caja de cigarros y levantaba el papel cebolla para aspirar aquel olor a madera.
La voz de su madre deletreó para ella los sonidos de la vida, y puso nombre a las personas, y a los animales. “Pepa bebe”. “Mi tío pasea”. “El perro ladra”. “Miau dice el gato mientras mira a la rana croar”.
El aroma de su madre ocupaba casi todo el espacio de su vida. Ella llenaba la casa. Le gustaba cantar isas, folías, y sobre todo las seguidillas que las cantaba muy bien. Su voz fue el sonido de fondo de nuestra niñez.”
(La isla de las palabras desordenadas, Yolanda Delgado Batista)
Entre los hallazgos de La isla de las palabras desordenadas (Izana Editores) primera novela de la escritora Yolanda Delgado Batista, está su forma fragmentaria de contar la historia. Una historia en la que se cruzan otras historias aunque en el fondo se trate de una sola historia que, a mi juicio, explora y con mucha pericia, las geografías del desarraigo.
La isla de las palabras desordenadas cuenta también con momentos muy vívidos, escenas en las que la narradora parece que desnuda el alma y que sabrán un poco a hiel para el sentido del gusto de un lector que, entre sorprendido y conmovido, asiste a este interesante y bien armado monólogo a través del cual su protagonista, Lola, va derramando como gotas su relato.
Un relato en el que los recuerdos de la infancia y la juventud se entremezclan sin capricho porque tienen un mismo objetivo, presumo, que no es otro que el de entender y atender a las motivaciones que empujan a su protagonista a regresar a sus raíces. Una vuelta a casa donde los fantasmas del pasado parecen que se ceban en su memoria.
La isla de las palabras desordenadas es también la aventura que inicia su protagonista para despiojarse de las represiones y frustraciones que han marcado su vida. Una vida que aguanta estoicamente por sus hijos al ser consciente de que “el mundo ignora a los vencidos. Nadie regala premios a cambio de penas. Ella también ha aprendido a desentenderse del mundo. Vivir fuera de foco.”

Con esta novela, Yolanda Delgado aporta una nueva e interesante mirada a la narrativa que se está cocinando actualmente en Canarias. Una mirada aplastantemente sincera sobre una realidad –la de la isla, isla– vista con unos ojos donde los miedos que definen el carácter del insular son observados por otro insular pero desde una respetuosa y agradecida distancia.
He encontrado tristeza y ocasionales pinceladas de humor en esta novela que no sabe a primeriza, pero sobre todas las cosas he encontrado una poderosa honestidad al permitir al lector bucear en la cabeza de una mujer aparentemente frágil y aparentemente vencida por las circunstancias que va creciendo a medida que avanza en su inquietante examen de conciencia.
Y todo ello en un relato que, si bien apenas supera las 170 páginas, cuenta con capas y más capas que obligan a una lectura serena para despejar sus claves.
En La isla de las palabras desordenadas las historias parecen que se camuflan unas detrás de otras. Se reflexiona así sobre el tiempo, el fin de la infancia y por lo tanto de los sueños, se habla de ese pequeño infierno vital que es la madurez. También de la soledad, de la familia, del amor, de traiciones y mentiras. De sexo, de la muerte y del miedo.
Sobre todo del miedo. El miedo a lo inevitable.
Acaba de recordar algo que alimentó aún más su carácter de niña asustada. Sus padres habían salido a cenar a casa de unos amigos cuando ocurrió lo del hombre con sombrero y gabardina. Su hermana tendría ocho años. Lola uno más. Esa noche un extraño tocó el timbre de su puerta. Ella acercó una silla, subió y miró por el ojo de pez. Lo que vio fue una figura de hombre embutida en una gabardina negra y un sombrero que le tapaba completamente la cara.
LOLA: ¿Quién es?
DESCONOCIDO: Soy Fernández, ¿está tu padre?
Cuando escuchó aquella voz subterránea, se le llenaron los ojos de susto. Se acordó de los siete cabritillos que acabaron dentro de la panza del lobo y corrió a buscar a su hermana, sin saber muy bien para qué.”
En este aspecto, lo de menos, a mi juicio, de esta novela es la historia que quiere contarnos Delgado Batista sino la forma que ha escogido para contárnosla ya que al emplear esta arquitectura, aparentemente caótica, aparentemente sin orden ni concierto, consigue dar una singular unidad al conjunto final.
Los largos monólogos interiores, en los que describe con brioso pulso narrativo los recuerdos de infancia y adolescencia de su protagonista, así como una frustrada relación sentimental, saben tocar el alma. Y la saben tocar porque su autora procura evitar en todo momento caer en el cenagal del sentimentalismo fácil y muestra, describe, sentimientos desde la hondura al mismo tiempo que imprime de sólida credibilidad a una mujer, Lola, cansada de ser una víctima. Cansada de ser una persona con una noción cancerígena de la culpa que la devora por dentro.
SOR CÁNDIDA: ¿¿Tus padres duermen desnudos?
Lola tenía siete año, casi ocho. Algo le dijo que la pregunta tenía sorpresa. Si les contaba que dormían sin pijama, pensarían que sus padres eran pobres y a ella la echarían del colegio. Lo negó, dijo tres veces que no, así, moviendo de un lado a otro su coleta de caballo. Quizás aquello no estaba pasando de verdad, posiblemente estaba soñando, seguro que al rato mojaría la cama, y aquel líquido calentito del principio, luego sería frío y desagradable.”
La isla de las palabras desordenadas no parece así una obra primeriza, sino el primer aldabonazo de una escritora que sabe pero sobre todo siente lo que escribe. Y ese saber pero sobre todo ese sentir se aprecia en esta novela digamos que experimental, fabuloso rompecabezas en el que no sobra ninguna de sus piezas.
Saludos, muy gratamente sorprendidos, desde este lado del ordenador.
Publicado en el blog del periodista Eduardo García Rojas (http://www.elescobillon.com), director del suplemento cultural,"El perseguidor" del Diario de Avisos de Tenerife.

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