RESEÑA
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TEMPORADA DE HURACANES
¡Hola, hola, hola!
¿Cómo os está tratando la semana? Espero que estéis todas y todos bien y, oídme, ojalá que prontito todo vuelva a ser normal. No sé vosotras y vosotros, pero yo me muero de ganas por un poco de normalidad. Y yo que creía que nunca echaría de menos no ir todo el día de culo pensando en no perder el autobús…
¡Pasamos a temas menos deprimentes! Hoy os traigo la reseña de una novela que ha dado mucho, pero mucho mucho, de lo que hablar. ¿Qué, vamos a ello?
¡Dentro reseña!FICHA TÉCNICATítulo:Temporada de huracanes Autora:Fernanda Melchor Editorial:Literatura Random House Número de páginas: 224 ISBN: 978 84 39733904 Precio libro físico: 16,05€ (Tapa blanda) / 9,49€ (Edición para Kindle)SINOPSIS Un grupo de niños encuentra un cadáver flotando en las aguas turbias de un canal de riego cercano a la ranchería de La Matosa. El cuerpo resulta ser de la Bruja, una mujer que heredó dicho oficio de su madre fallecida, y a quienes los pobladores de esa zona rural respetaban y temían.
Tras el macabro hallazgo, las sospechas y habladurías recaerán sobre un grupo de muchachos del pueblo, a quienes días antes una vecina vio mientras huían de casa de la hechicera, cargando lo que parecía ser un cuerpo inerte.
A partir de ahí, los personajes involucrados en el crimen nos contarán su historia mientras los lectores nos sumergimos en la vida de este lugar acosado por la miseria y el abandono, y donde convergen la violencia del erotismo más oscuro y las sórdidas relaciones de poder.OPINIÓN Huele a decadencia. Ese aire viciado, sucio. El mismo aire que parece que está consiguiendo que cada uno, cada una, termine ahogándose en su propia miseria. Huele a tristeza, la misma que impregna cada puto momento del día. La misma, joder, que hace que a nuestros personajes les quede poco o nada por lo que seguir viviendo. Porque hay mucha miseria en La Matosa.
La Bruja ha muerto. Todo el mundo lo sabe y, sin embargo, nadie parece querer hablar del tema. Se cuentan historias extrañas, bizarras. Historias de pociones, de sexo desmedido, de tesoros. Historias de ruinas y miseria que, pese a todo, tienen un halo sobrenatural. Ritos y miedo. Miedo y ritos. ¿Quién es La Bruja? ¿Y qué clase de persona se ha atrevido a matarla?
Temporada de huracanes es decadencia, es ruina y es genialidad. Hay algo morboso, casi sucio, en ir descubriendo la vida de los protagonistas. Porque no, aquí no importa tanto quién mató a La Bruja como saber qué tipo de vida llevan cada día esas personas viscerales, ateridas de odio y ambiciones sepultadas bajo tanta miseria. No se salva nadie. Ni ellas, ni ellos, ni siquiera los pobres niños. Y es a través de la vida de esos niños y esos no tan niños que Fernanda Melchor se atreve con una historia que, os lo puedo jurar, no está pensada para dejar indiferente. Leer esta novela ha sido como correr mientras te ahogas. La fatiga mordiéndote los músculos mientras la respiración, traidora, te dice que pares. Es ese momento en el que el flato hace que te dobles de dolor preguntándote por qué no puedes correr un poco más. El momento en que tus músculos dicen “basta” e inspiras hondo una y otra y otra vez. Ahogándote. No hay pausas, no en Temporada de huracanes, sólo ese monólogo casi interior que hace que quieras saber más. Siempre más. Hasta que las ruinas terminan de caer y sólo queda el polvo. Había leído muchísimas opiniones positivas sobre esta novela y, pese a todo, tenía un miedo terrible de que no me gustara. Ojo, porque me he tomado mi tiempo para animarme con ella. Porque es dura, tanto que no podía más que apretar los puños rabiando ante todo lo que pasa. Y es por eso que os quiero avisar. En Temporada de huracanes, la autora no escatima en descripciones poco amables. Hay pedofilia, violaciones, zoofilia y pederastia. También hay drogas, maltrato y ese tufillo a desolación que sólo una historia que se cuenta casi a machete pueda comportar. Se me ha revuelto el estómago tantas veces que a ratos me preguntaba por qué diablos seguía leyendo y es que, os lo puedo jurar, era todo tan vívido que casi podía olerse ese tufo a muerte que lo impregna todo.
Es un relato brutal, una llamada de atención. Una puta denuncia a voz en cuello donde Fernanda Melchor nos dice que sí, que ese submundo de pesadilla existe, que cada día hay niñas y niños a los que se les roba la infancia. Que cada día, joder, hay mujeres que tienen que prostituirse para sobrevivir. Mujeres que se odian entre ellas por conseguir el mejor cliente. Mujeres que no han elegido quiénes son. Nos dice, además, que la homofobia salpica la sociedad. Y lo hace con tanta violencia, de una forma tan visceral, que no puedo más que admirar a la autora por el temple. Hay que tener muchas narices para escribir una historia así. Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la ZONA SPOILER
Fue Kafka quién dijo que si un libro duele, es bueno. Tiene toda la razón. Tal vez la novela sólo se centre en lo malo, en lo sucio; pero no deja de ser por ello real. Si bien es cierto que no es un libro amable, es contundente en su propósito: el libro quiere incomodar, doler y provocar, lo siento, mucho asco. Y lo consigue. Por Dios que lo consigue. ¿Es o no es magia que con palabras una, uno, quiera arrancarse el corazón del pecho y decir “mierda, ya no lo necesito”?
Me repugnó lo indecible estar en la mente de Brando. Ese chico está podrido. Hasta el cuello de mierda. Sus filias dan grima y, me vais a perdonar, estábamos ante un psicópata en ciernes. Lo más gracioso, sin embargo, es que al final es él, junto con Luismi y La Bruja quiénes encarnan el mensaje: que la homofobia, joder, no nos lleva a ninguna parte. Que es muy triste no poder quererse sólo porque la sociedad insiste en que está feo.
El personaje de La Bruja me dejó sin palabras. Tal vez estoy haciendo una interpretación muy libre, pero me flipó que la autora se atreviera con los conflictos que puede generar no haber nacido con la condición biológica que sea afín a la condición de género. El hecho de que La Bruja en realidad sea una mujer transexual– pese a no haberse operado todavía – me pareció no sólo valiente, sino también importante. Un personaje perseguido y a la vez tendente a ese caos que genera una educación vacía. Porque no hay educación, en La Matosa. Hay drogas. Hay sexo. Y hay ruinas.
Quiénes me conozcáis, sabréis que me flipan las novelas duras. Las que rompen. Las que te apuntan de frente y dicen “esto va a doler”. Me gustan más todavía cuando se atreven con esos temas que incomodan, que hacen que todo el mundo se ciña al puto bien queda de mierda. Las novelas que exigen opinión y, pese a todo, no siempre lo consiguen. Por el miedo, el mismo que susurra bajito que tu opinión, en el fondo, nunca va a marcar la diferencia. Fernanda Melchor se posiciona. A lo bestia. A lo bruto. Y dice que todo está mal. ¿Y qué pasa? Que acaba peor.
Vamos a hablar de temas incómodos. Y vamos a empezar con el peor de todos. La pederastia, en esta novela, está ligada al machismo. También al maltrato psicológico, los micromachismos y la ignorancia de una educación deficiente. Voy a explicarme. Norma es una chica normal y corriente. De clase media-baja, hija de madre soltera, vive en un entorno disfuncional desprovisto de afecto. Su madre no sólo está deprimida, sino que se muestra ansiosa y violenta frente a su hija. Ella no debe dejar que los hombres la conviertan en un objeto. Casualidades de la vida, es ella con esa mentalidad la que mete a un hombre que pasa a abusar de Norma. Por si alguien tiene las santas narices de llevarme la contraria en lo que al abuso se refiere, me veo en la obligación de recordaros que sigue siendo violación aunque la víctima se corra. Hablamos de una niña que no sabe ni siquiera que tiene vagina – en su cabeza, está convencida de que “ese agujerito” lo ha “hecho” su padrastro -, una niña ingenua que ha convertido el sexo en ese caramelo prohibido. Porque está tan desprovista de amor que cree que el sexo es a vínculo filial lo que podrían ser unos padres de verdad. Manda narices.
Así las cosas, Norma es una víctima que termina por querer suicidarse. Y yo me pregunto cómo Fernanda ha podido perfilar tan bien algo tan terrible porque, joder, de verdad que pensaba que echaba las papillas leyendo las “lindeces” que le salían de la boca a semejante energúmeno. Pero pasemos a más temas incómodos, pasemos. Dejando de lado que el tema de la zoofilia me pareció de traca y media– en serio: qué puto asco, joder, qué puto asco –, Brando es todo un sujeto de investigación. El chaval es gay, pero no quiere aceptarlo. Su amor tóxico hacia Luismi, el mismo que para colmo no es correspondido, sumado a ese desliz que comete y que Luismi cuenta a su amante es el inicio del nacimiento, como comentaba párrafos más arriba, de un condenado psicópata. Porque Brando tiene un plan. Uno en el que, pese a todo, tiene tiempo de contemplar su propio placer. Doble bofetón en la cara.
La prostitución me dejó blanca. La tranquilidad con la que se acepta, el hecho de que se dé por supuesto, me pareció atroz. Era un círculo. Uno viciado de odio en el que cada mujer era tratada como poco más que ese pedazo de carne de usar y tirar que, cosas de la vida, debía aceptar sentirse vejada. Algunas incluso llegaban a buscar el lado cómico, el divertido. Lo soez del sexo descarnado mezclado con la atrocidad de la violencia. Brando crujiendo a golpes a una mujer. Luismi yendo de cama en cama. Norma quedándose embaraza de un monstruo. Y el padrastro de Luismi preguntándose dónde demonios está su mujer, la misma que dejó de hacer la carretera para trabajar en un club.
Saber quién fue y por qué es el colofón. El punto de encuentro de toda esta locura de violencia que culmina con la brutalidad policial. Porque sí, Fernanda Melchor no deja títere con cabeza. Una caza de brujas, maldita la gracia. Eso es Temporada de huracanes. Aunque no lo recomiendo a todo el mundo, debo decir que es un libro que vale la pena. Porque revuelve el estómago, sí; pero es la brutalidad de una prosa tan directa y soez lo que la convierte en una puta maravilla.
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Dura, agresiva, sin escrúpulos, Temporada de huracanes es una novela que invita a sufrir leyendo. Fernanda Melchor lo borda. Si queréis una historia que no os deje indiferentes, sólo me queda pediros que le deis una oportunidad.
Nota: 4/5