En el panorama cinematográfico actual conviven un montón de directores a los que sigo muy atentamente en cada nuevo paso de su carrera. Gente como David Cronenberg, Christopher Nolan, Clint Eastwood, los hermanos Coen, Martin Scorsese, Sam Mendes, Spike Jonze… Pero si hay un realizador en concreto que ya tiene mi entrada vendida de antemano, ése es David Fincher. Un tipo cuya filmografía alberga títulos como “Seven”, “El club de la lucha”, “Zodiac”, “El curioso caso de Benjamin Button” o “La red social” no se merece menos. Y es precisamente por eso que he hecho todo lo posible por llegar “virgen” al estreno de “Los hombres que no amaban a las mujeres”.
Para aquellos de vosotros que hayáis podido malinterpretar el entrecomillado de la palabra “virgen”, me explicaré: hace un par de años todo el mundo (y cuando digo todo el mundo quiero decir TODO el mundo) andaba como loco con una trilogía de novelas suecas firmada por un tal Stieg Larsson. Aunque algunas voces de mi entorno más inmediato insistían incansablemente en lo mucho que me gustarían aquellos voluminosos tomos de género negro escandinavo, yo siempre he sido algo reacio a sucumbir a la moda literaria de turno (salvo en el caso de George R. R. Martin, que tiene bula papal), así que la opción más cómoda para adentrarme en las andanzas de la chica que soñaba con una cerilla en el palacio de las corrientes de aire pasaba por echarle un vistazo a la adaptación sueca protagonizada por la entonces desconocida (y hoy en alza, próximos los estrenos de “Sherlock Holmes: Juego de sombras” y “Prometheus”) Noomi Rapace. No obstante, sucedió que por esas mismas fechas se dio a conocer la noticia de que David Fincher (inmerso en aquel momento en la promoción de “La red social”) sería el encargado de realizar una nueva adaptación cinematográfica del primero de los libros de Larsson. Cual propósito de año nuevo, aquel titular me llevó a plantearme, por pura devoción hacia el director de “The Game”, un reto tan complicado como posiblemente estúpido: conseguiría llegar al estreno de la versión estadounidense de “Los hombres que no amaban a las mujeres” sin saber absolutamente nada de su argumento y la vería como una película más de su realizador, sin tener en cuenta sus orígenes literarios o sus diferencias respecto a las adaptaciones previas.
Y aunque parecía imposible, ey, lo conseguí.
Sospecho que a estas alturas resultará un trámite bastante innecesario, pero aún así voy a malgastar un párrafo de esta entrada en realizar un ejercicio de sinopsis para todos aquellos (pocos) que, como yo hasta hace unos días, todavía no sepan de qué va el asunto: “Los hombres que no amaban a las mujeres” (titulada en EE.UU. “The girl with the dragon tattoo” por ser ése el nombre con que se publicó en inglés la novela de Larsson) narra la historia de Mikael Blomkvist, periodista de la revista “Millenium” que sale trasquilado de una demanda judicial por parte de un importante empresario que lo acusa de difamación. Viendo su prestigio profesional seriamente dañado, Blomkvist decide aceptar, a cambio de una jugosa compensación económica y un revelador dossier sobre las actividades ilegales del denunciante, la investigación que le encarga un anciano magnate de la metalurgia: descubrir la verdad acerca de la desaparición de su sobrina hace 40 años. Durante su detectivesca misión, Blomkvist se cruzará con Lisbeth Salander, una joven hacker misántropa y expeditiva que le ayudará a desentrañar el misterio de la muchacha desaparecida.
La lista de virtudes del film es amplia: desde la excelente labor interpretativa llevada a cabo por todo el reparto, encabezado por un sólido Daniel “007” Craig y una sorprendente Rooney Mara (vista anteriormente en el execrable remake de “Pesadilla en Elm Street” y en un breve papel en “La red social”), hasta el milimétrico trabajo de edición (donde Fincher vuelve a sacar el máximo partido al montaje en paralelo), pasando por la sobresaliente banda sonora (minimalista, tensa y turbadora) compuesta por Trent “NIN” Reznor y Atticus Ross (quienes ganaron, merecidamente, una estatuilla dorada por su trabajo en la cinta sobre Mark “Facebook” Zuckerberg), todo el complejo despliegue técnico de la película funciona a las mil maravillas. Tiene uno la impresión, viendo la progresión de Fincher hasta la fecha, que su capacidad para la puesta en escena, la generación de atmósferas opresivas y el puro mimo por el acabado visual ha alcanzado cotas insuperables. A este respecto, el film que nos ocupa es merecedor de todos los elogios posibles.
Sin embargo, sobrevuela por toda la cinta la sombra de una comodidad más o menos asumida: siendo un material de alto octanaje dramático, “Los hombres que no amaban a las mujeres” se revela finalmente como una de las películas más convencionales de su realizador desde los dubitativos esbozos cinematográficos de “Alien 3”. Compendio de casi todas las vertientes de su filmografía anterior (el malrollismo decandente de “Seven”; la rotundidad en el retrato de un personaje, Lisbeth Salander, tocado por el arrollador carisma autodestructivo de Tyler Durden; la caustrofóbica amenaza del entorno físico de “La habitación del pánico”; el pulcro trabajo de tesis periodística de “Zodiac”; el inspirado fresco de una gélida sociedad ultra-tecnológica de “La red social”), “Los hombres que no amaban a las mujeres” no iguala en transgresión (formal o ideológica) ni pasión (emocional o intelectual) a los highlights previos en la carrera de su responsable.
Intuyo que esto puede deberse a que, en el fondo, la cinta no es más que un trabajo de encargo. Muy cuidado, terriblemente profesional, pero trabajo de encargo al fin y al cabo. Esta sospecha cobra mayor solidez al comprobar que tan sólo en el único tramo del film que no debe plegarse en modo alguno a un material dramático preexistente (esos fabulosos títulos de crédito iniciales acompañados por una salvaje versión del “Inmigrant song” de Led Zeppelin cantada por la Karen O de Yeah Yeah Yeahs) Fincher se libera de toda atadura y ofrece lo mejor de sí mismo: un sello autoral. El resto es simplemente un buen thriller (algo constreñido) que te mantendrá con las nalgas apretadas contra el acolchado de la butaca durante 160 fugaces minutos.
Que, así expresado, tampoco suena precisamente mal.
(“Los hombres que no amaban a las mujeres” se estrena en España el próximo 13 de enero.)