Hasta la manipulación y el engaño precisan de cierto grado de inteligencia. Muchos tenemos la impresión de ser engañados de manera constante desde que la información, la cultura y el entretenimiento pasaron a ser un negocio y desde que la política teatraliza una representación en nombre de un pueblo al que ignora. ¿Quién prioriza la información? ¿Quién decide qué es y no es cultura? ¿Quién busca construir una sociedad más consciente de su propia realidad? Ante estas preguntas y el panorama desolador que nos ofrece un sistema que genera injusticia y desigualdad, hay que resistir.
Cabe suponer que pretenden engancharnos a lo más vulgar para anular el espíritu crítico y la conciencia social, que hay todo un entramado de intereses y estrategias que buscan incapacitarnos como ciudadanos en el sentido más clásico y democrático del término. Quienes mueven los hilos se valen de lo zafio y vulgar para sus propósitos. Basta asomarse a muchos programas de televisión donde prima el chismorreo, a esos sucedáneos de tertulias sazonadas con abundancia de griterío y falta de lucidez o al mal llamado debate parlamentario cuando nuestros representantes escenifican una evidente incapacidad representativa. Por el contrario, las iniciativas que pretenden cimentar una sociedad rica en valores, justicia y democracia se pierden ante la indiferencia general; lo que llega es el estrépito, la pelea, el escándalo. Nos quieren aborregados y balamos.
Si una prensa libre y responsable es fundamental para la democracia, habría que preguntarse por qué los medios destacan más las descalificaciones de los políticos que lo realmente importante. La democracia precisa de una prensa que deje de pontificar sobre lo que está bien o mal, sobre lo que es democrático o no. De poco sirve ese periodismo que cada poco tiempo titula como gran escándalo lo que no deja de ser un desliz o simple una batallita con barcos de papel. De tantos supuestos fraudes o supuestas acciones delictivas, de tanta descalificación y primicia se termina por desconectar. Se necesita una prensa que abandone esa continua tentación de mezclar información con tergiversación, que deje de tomarnos por imbéciles. Se hace indispensable un periodismo que informe, denuncie y haga pensar; un periodismo capaz de ser reconocido y en el que confiar. De igual manera, se necesitan políticos que nos respeten como ciudadanos y que, velando por nuestros intereses colectivos, no se consideren pastores de ningún rebaño.
Por otra parte estamos nosotros. Conformamos una sociedad paradójica que, pese a disponer de recursos para contrastar y acceder a distintos análisis de la actualidad, reincidimos siempre en los mismos canales. Nuestra aportación, en tiempos de Facebook, se limita a un me gusta o un seguidismo acrítico, irracional. Es cierto que hay mucha basura alrededor, pero siempre hay alguien que alerta de los riesgos de vivir entregados a la banalidad y al ensimismamiento. Sucede que no escuchamos, que padecemos déficit analítico. Frente a quienes nos dictan pautas o vociferan sus eslóganes y miserias, solo cabe organizar la resistencia,