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"Resistir es vencer" Shackleton y la odisea del Endurance

Publicado el 27 diciembre 2014 por Miguel D @mgdean78
El 5 de diciembre se cumplieron 100 años desde que el Endurance, barco principal de la Expedición Imperial TransAntártica saliera de la isla de Georgia del Sur rumbo al continente helado, donde Shackleton, uno de los pioneros de la exploración del Polo Sur, se proponía coronar la última gesta que quedaba por lograr después de que Amundsen se le adelantara en la conquista del Polo Sur magnético.
El plan de Shackleton era cruzar de norte a sur toda la Antártida, para lo que contaba con dos barcos: el Endurance dirigido por el propio Shackleton y capitaneado por Frank Worsley, que se aproximaría desde el norte a través del mar de Weddell y desembarcaría en la bahía de Vahsel a un equipo de seis hombres que empezaría a cruzar a pie el continente. Y el Aurora, que capitaneado por Mackintosh se aproximaría por el sur al estrecho de McMurdo, donde otro equipo desembarcaría y prepararía puestos de avituallamiento para la segunda mitad del trayecto, lo que permitiría a Shackleton y sus hombres atravesar la larga travesía de 2900 km a través del continente antártico.

El periplo del Endurance


La misión fue un completo fracaso. Al poco de entrar en el mar de Weddell una banquisa de hielo aprisionó al Endurance, haciendo imposible todo avance. A pesar de la dureza del barco (Endurance significa "resistencia"), uno de los más modernos y avanzados para la época, el invierno particularmente frío de 1914 había congelado muchas millas del mar, y el Endurance había quedado atrapado como un insecto en una tela de araña. Tras varios intentos infructuosos, Shackleton tuvo que asumir que tendrían que pasar el invierno austral allí, a la espera de que la primavera derritiera los hielos y les permitiera continuar. Lo que no sabían es que después de 10 meses varados en medio del hielo, la placa al romperse se llevaría consigo al mismo barco, dejando a la tripulación en medio de un mar congelado, sin tierra firme alrededor, flotando a la deriva...

Arriba: El Endurance atrapado en la placa de hielo, derecha: la tripulación juega un partido de fútbol una de las distracciones durante los largos inviernos en que el barco estuvo atascado en el hielo. Abajo: formaron una fila de montículos de hielo y los unieron mediante cuerdas para que les sirvieran de guía durante las tormentas (fotos de Frank Hurley)

La tripulación acampó en el cascote de hielo y sacó las provisiones que pudo del barco. Frank Hurley, el fotógrafo de la expedición, pudo salvar algunos de las negativos que atestiguan la dramática suerte del Endurance y su tripulación. Shackleton no tardó en pasar de afrontar el fracaso de la expedición en la que había invertido tanto a la constatación de que la situación de los 27 hombres a su cargo era más que desesperada. Mientras veía sus sueños hundirse junto con los últimos restos del Endurance, "el Jefe", como le llamaban sus hombres, ocultó cualquier rastro de pesadumbre mientras anunciaba a sus hombres: "Tengo dos noticias, una es buena y otra es mala: la mala es que nuestro barco se ha hundido, la buena es que volvemos a casa". A pesar del esforzado optimismo del explorador angloirlandés, se trataba de algo bastante difícil de llevar a la práctica, toda vez que centenares de kilómetros los separaban de la tierra firme más cercana y unos pocos metros de hielo se interponían entre sus pies y miles de brazas de profundidad oceánica.
El primer intento de alcanzar tierra firme se saldó con un calamitoso fracaso. Debido a la deriva, Isla Paulet se encontraba a unos 100km del cascote en el que viajaban ahora los expedicionarios. Urgía intentar llegar allí antes de que la misma deriva del cascote los llevara más lejos, por lo que los hombres y los perros se encaminaron remolcando los tres botes salvavidas en dirección a la ansiada tierra firme. Pronto vieron que era imposible alcanzarla a tiempo: el terreno, por llamarlo de algún modo, era impracticable. Escarpado en algunos sitios, semiderretido en otros, el avance del equipo era de menos de cuatro o cinco kilómetros diarios, y a un precio de penalidades y esfuerzo físico simplemente inasumible. En tres días la tripulación se encontraba más gastada y desalentada que durante los diez meses anteriores, y habían dejado atrás valiosos suministros.  La autoridad de Shackleton se vio duramente cuestionada con un conato de rebelión protagonizado por el arisco carpintero MacNeish, quien no perdonaba que Shakleton le hubiera obligado a sacrificar a su querida gata. Shackleton sofocó la rebelión de raíz, leyendo los estatutos que decían que aún sin barco, el comandante seguía siendo él, y que por tanto la tripulación quedaba a sus órdenes y cobraría lo estipulado por cada día que pasaran allí hasta que les rescataran.

Cargando con uno de los botes salvavidas a través del hielo. Cargados, los barcos pesaban hasta una tonelada cada uno

Es en este momento en el que Shackleton comprende que su liderazgo es todo lo que se interpone entre ellos y una muerte segura. El mundo les había perdido la pista, enfrascado en la que más tarde conoceríamos como la I Guerra Mundial. Y aunque mandasen una expedición, nadie sabía dónde estaban y su ubicación resultaba inalcanzable para cualquier embarcación en esos momentos. Nadie los iba a rescatar, se rescatarían a sí mismos o morirían en el intento. Un nuevo asentamiento fue preparado (Campamento Paciencia) con la esperanza de que las caprichosas corrientes marítimas les aproximara más a alguna de las islas del Oeste.  Durante más de tres meses permanecerían acampados, hasta que la noche del 8 de abril de 1916 el hielo en el que se encontraban empezó a resquebrajarse. Sin perder tiempo embarcaron en los botes salvavidas, no sin que antes un hombre cayera al agua congelada y fuera rescatado in extremis antes de que el hielo se cerrara de nuevo sobre él. Tras salvarlo de la hipotermia el duro marinero se lamentó de haber perdido su pitillera.
Embarcados en los botes, unidos por una cuerda para no separarse, empezó una lenta y agónica travesía entre bloques de hielo y océano. Su objetivo: alcanzar alguna de las islas que estaban más o menos a tiro (es un decir). Tras cinco días de terrible navegación entre mares y cascotes de hielo, con el sonido de las ballenas aullando bajo los botes, achicando agua y sufriendo todo tipo de congelaciones y sufrimientos, el 14 de abril los tres botes atracaron en Isla Elefante, tierra firme por fin, después de 497 días en medio del mar.

Llegada a la Isla Elefante

Sin embargo, pese a mejorar relativamente su posición, estaban todavía lejos de la supervivencia. Isla Elefante era un lugar inhóspito, acuciado por las mareas y alejado de cualquier ruta marítima, donde a buen seguro jamás les encontrarían. Shackleton toma entonces una decisión desesperada: él junto con otros cinco hombres se embarcarán en uno de los botes salvavidas para buscar ayuda en la base ballenera de la isla San Pedro (Georgia del Sur), que se encontraba a unos 1.300 km de isla Elefante. Repito: seis tipos en un bote salvavidas en un océano sometido a vientos huracanados con olas de más de quince metros. Un océano responsable de llevarse todos los años por delante barcos de gran tamaño. Ellos lo iban a cruzar en un bote de remos de unos 6,9 metros de eslora. Todo para alcanzar, sin apenas instrumentos de navegación, un punto en un océano inmenso. Pero por suicida que pareciera esta era su única opción si pretendían volver a la civilización.
El 24 de abril de 1916 el James Caird, el bote en el que viajaban Shackleton, Frank Worsley, Tom Crean, John Vincent, Timothy McCarthy y el carpintero Henry McNeish salió rumbo a mar abierto, mientras que el resto de los hombres los despedían desde isla Elefante, preguntándose si los verían regresar. Momento que fue capturado para la posteridad por el fotógrafo de la expedición, el australiano Frank Hurley

Los hombres desde la Isla Elefante despiden al James Caird en su incierta aventura

Cuando se habla de esta travesía, nadie duda de que se trata de una gesta inigualable de la historia de la navegación. Justo es decir que, junto a Shackleton, gran parte del mérito hay que dárselo a dos hombres: el capitán Frank Worsley que, con sus dotes para la navegación fue capaz de alcanzar una aguja en el pajar en medio del océano, sin poder hacer apenas observaciones fiables, y el carpintero Henry McNeish, que, con materiales improvisados reforzó la embarcación, procurándole una cubierta de lona y madera, aumentando la altura de las bandas y reforzando diferentes puntos críticos. Sin duda alguna, el carpintero que se había enfrentado a Shackleton tuvo una gran contribución al éxito de la misión, consiguiendo que una simple chalupa soportase lo que barcos más grandes no hubieran aguantado. Para hacerlo más estable el peso de la embarcación fue reforzado con una tonelada de rocas.

El James Caird acercándose a la isla Georgia del Sur

No obstante el viaje fue épico. Olas gigantes mecían el bote como los dados en un cubilete, varias tormentas lo pusieron en varios momentos al borde del naufragio. Mientras tres hombres dormían (o lo intentaban) bajo la cubierta de lona, los otros tres no paraban de achicar agua e intentar mantener el rumbo. La superficie de la chalupa se congeló y empezó a acumular hielo, haciendo más complicado mantener el rumbo y amenazando con hacerlo zozobrar. Las ropas de los hombres, pensadas para una travesía antártica a pie o en trineo pero no para viajar en una embarcación descubierta, no eran impermeables, por lo que se encontraban siempre mojadas. La temperatura era bajísima y el aire parecía cortar como una navaja. Con todo, los enfurecidos vientos que amenazaban con hundirles también les aproximaban cada vez más a su objetivo. Aproximadamente dos semanas después, el 8 de mayo, los hombres, al límite de sus fuerzas vieron algas cerca del bote, señal de que estaban alcanzando la tierra firme. Pero cuando empezaban a ver clara la posibilidad de desembarcar vieron como la mar gruesa primero, y un tornado después amenazaba seriamente con lanzarles contra los acantilados de Georgia del Sur. Haciendo de tripas corazón no tuvieron más remedio que alejarse un poco y aguardar a que amainase la tormenta para poder acercarse.
El 10 de mayo, consciente de que alguno de sus hombres no aguantarían un día más en esa situación, Shackleton se arriesga y consigue atracar el bote en la parte sur de la isla. ¿Salvados? Pues no. Resulta que las instalaciones balleneras se encontraban justo en el lado opuesto de la isla... Ante la tesitura de volver a tentar a la suerte utilizando el bote para recorrer la traicionera costa de Georgia del Sur, Shackleton decidió que partiría a pie junto con Worsley y Crean a través de la isla, en una ruta jamás cartografiada y que nadie había intentado antes, ni siquiera los propios balleneros noruegos que pensaban que era intransitable. Fueron 36 horas de fatigosa marcha por una cordillera desconocida, acompañados por la luz de la luna y en lucha contra el sueño, porque dormir hubiera significado no despertar. Shackleton, escribiría más tarde: "No tengo duda que la providencia nos ha guiado ... Yo sé que durante aquella larga y terrible marcha de treinta y seis horas sobre las montañas sin nombre y glaciares, a menudo me parecía que éramos cuatro y no tres"
Después de superar unos cuantos obstáculos naturales con las últimas fuerzas, el 20 de mayo de 1916 llegaron caminando a la estación ballenera de Stromness. Unos niños que los vieron llegar salieron corriendo, así de terrible debía de ser su aspecto. Cuando tocaron la puerta del director de la estación, el noruego Thoralf Sørlle, este no les reconoció. Cuando Shackleton se presentó este no le podía creer: era el mismo Shackleton que había partido hacía 21 meses en dirección a la Antártida y que el mundo entero daba ya por muerto. En cierta medida era verdad que habían regresado de entre los muertos.

Algunos miembros de la tripulación. De arriba abajo y de izquierda a derecha: Frank Worsley (capitán) Ernest Shackleton (jefe de la expedición), Henry McNeish (carpintero del barco), abajo: Frank Wild (segundo al mando), Frank Hurley (fotógrafo de la expedición) y Tom Crean (segundo oficial)

Hay varias cosas que me emocionan de esta historia, una de mis favoritas desde que la leí hace ahora unos ocho años en el excelente libro de Caroline Alexander, Atrapados en el hielo.
La primera es que lo que comienza como un fracaso absoluto se torna por las circunstancias primero y por el valor de la tripulación del Endurance después en una gesta mucho mayor que la original.Una gesta que resultaría difícil de creer si pensáramos que es producto de la imaginación de un escritor o un guionista. Pero que se vuelve simplemente asombrosa cuando sabemos que sucedió de verdad. Y es que la historia del Endurance nos fascina porque nos demuestra que se puede cruzar los límites de lo imposible entre otras cosas, cuando dejamos de pensar que algo es imposible.
Esa fue, creo yo, el papel que hizo Shackleton: el de convencer a sus hombres de que unidos y luchando, saldrían con vida, hasta hacerles cruzar uno tras otro todos los límites de lo que parecía humanamente posible. Tal vez no logró traspasar la frontera del Polo Sur, pero la frontera que conquistó nos recuerda mucho más que un punto en un mapa lo que el espíritu humano es capaz de conquistar cuando se tienen los ingredientes adecuados.
El primero de esos ingredientes y el más importante fue el propio Shackleton. Decir que es un gran líder es quedarse corto. Digamos que era la persona adecuada en el sitio adecuado. El explorador, que había padecido en su propia piel las consecuencias de un liderazgo débil en anteriores expediciones, fue consciente desde el principio que el gran enemigo al que se enfrentaban no era el hielo o el frío, sino la moral de sus hombres. Supo que debía dar ejemplo y mantener al equipo unido y cohesionado. Su moderno liderazgo ha inspirado de hecho muchos libros sobre gestión de recursos humanos, que destacan entre sus aciertos el de haber sabido imponer rutinas al grupo, actividades que les distrajeran en los meses de inactividad o el  hacer que todos sus hombres sin importar su cargo o graduación trabajaran igual en la empresa común, además de acercarse no a los más fieles sino precisamente a los que presentía como más conflictivos e inestables. Pero por encima de todo hay que destacar su irreductible optimismo, su firmeza de carácter al no rendirse ante la adversidad. "Resistir es vencer" afirmaba, y desde luego que consiguió que sus hombres le creyeran. Ninguna vida se perdió entre la tripulación del Endurance.
Y como ya he dicho antes, junto con Shackleton había una tripulación de hombres curtidos, fuertes y aguerridos. Pero no solo eran tipos duros. También poseían un gran talento que Shackleton supo ver y aprovechar. Un buen líder es aquel capaz de crear un buen equipo y sacar lo mejor de cada uno, y desde luego en este caso fue así.
Hay varios libros para asomarse a esta apasionante aventura. El que yo leí de Caroline Alexander tiene como principales virtudes que es muy entretenido y viene acompañado de las fascinantes fotografías de Frank Hurley. También está el relato que de los hechos hizo el propio Shackleton en su libro Sur (que un servidor ha empezado a leer estos días). En Internet, si queréis leer una versión más detallada de esta historia os recomiendo el doble artículo que le dedicó Jot Down y que está francamente bien escrito, y el curioso proyecto de 99 Shack, un blog que recrea a modo de diario los sucesos día por día de esos casi dos años de aventura antártica. Además este año, coincidiendo con el centenario, se ha publicado El Viaje de Shackleton, un libro ilustrado con una pinta fantástica, de la editorial Impedimenta. Y hablando de dibujos, he descubierto un cómic titulado Endurance por el dibujante español Luís Bustos. Para los más audiovisuales, sabed que hay un documental que aunque no añade mucho al libro de Caroline Alexander, cuenta con la ventaja de poder ver algunas de las filmaciones que Hurley hizo a bordo del Endurance. Y por último he visto una miniserie para televisión del año 2002 protagonizada por Kenneth Branagh que es bastante entretenida, y que logra un asombroso parecido físico entre los miembros de la tripulación y los actores que les dan vida. De todos modos creo que el cine debería dedicarle una gran superproducción a esta historia, una que dirigiera un Spielberg o un Nolan. La historia bien lo merece ¿no creéis?

Diferentes obras que han abordado la historia del Endurance

Nota: Esta historia es muy especial para mi. Muchas veces ante un reto o una situación que creia que me superaba he pensado en Shackleton y su actitud ante la adversidad para inspirarme. Por eso, he decidido que mientras dure este blog, todos los años por estas fechas le dedicaré un artículo a esta historia, cada vez eso sí, desde un punto de vista diferente.

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