Ya se han escrito muchas palabras sobre la situación que estamos viviendo alrededor de todo el mundo. Se siguen escribiendo. ¡Y las que quedan! Son muchas las personas que quieren aportar con su experiencia, otras son periodistas que nos cuentan cómo se está desarrollando esta enfermedad cada día, y unas pocas más son las que descargan su impotencia y desacuerdo ante las medidas tomadas por el gobierno o por los líderes políticos. Al final todos, de alguna forma, queremos o no podemos evitar hablar de lo que está sucediendo. Nos afecta, quien más, quien menos, pero está presente en nuestro día a día. La diferencia está en cómo lo vive cada uno de nosotros. Cómo lo define. Cómo lo acoge. Cómo lo soporta o cómo lo enfrenta. De alguna forma la pandemia y este confinamiento con el grito de guerra #QuédateEnCasa ha provocado que seamos conscientes de nuestra fragilidad. Las crisis, las catástrofes naturales, las enfermedades y todo aquello que rompa nuestros esquemas y nuestra cotidianidad tienen su cara buena y su cara no tan buena.
Ahora estamos en casa sorprendiéndonos de la cantidad de tiempo que tenemos por delante, de las cosas que podemos llegar a pensar o cuestionarnos, de los múltiples planes que se nos presentan, de las mil posibilidades de relacionarnos con el mundo y de un largo etcétera que antes nos era difícil ver o de ser conscientes de que ya lo teníamos o de que todavía no lo podíamos disfrutar. Lo que se percibe y lo que me hace preguntarme es ¿por qué ahora sí? Por qué ahora tenemos esa sensibilidad (más palpable) ante lo que nos rodea. Por qué ahora somos (más) sensibles ante nuestros derechos, obligaciones y responsabilidades. Por qué ahora somos (más) capaces de comprender cómo vivieron nuestros antepasados no tan lejanos y cómo es la realidad de muchas personas en países menos desarrollados o afortunados. Parece que ahora nos hemos solidarizado y nos hemos vuelto uno entre millones. ¿Será ésta la cara buena? Sea lo que fuere, está claro que este virus que nos acecha con su consecuente crisis sanitaria está provocando la reflexión no sólo colectiva sino individual. Quien más, quien menos, pero ¿has parado un momento a ver qué te dice personalmente esta situación de alerta mundial?
Hace falta entrar en la realidad para poder ver qué nos dice. Y mientras se entra, dejar pasar los días para notar hasta qué punto nos afecta. Hasta ahora no me sentía capaz de poder poner en palabras las cosas que me dice porque era pronto o todavía estaba embotada de noticias, memes, artículos y palabras o reflexiones en las redes sociales de otras personas. Necesitaba encontrar mis propias palabras aunque compartiera muchas de las leídas o escuchadas. Pero gracias a pequeñas reuniones durante esta semana he podido compartir y verbalizar ideas, opiniones y observaciones. Reflexionando estos días me he dado cuenta de cuatro cosas. Son muy sencillas y por esto mismo me llama la ateción. Al final las personas necesitamos pequeñas cosas, nos basta con lo más cotidiano y sencillo; o al menos yo me sobro y me basto con ello.
Todo lo que está pasando nos hace conscientes de nuestra realidad estemos donde estemos. El hecho de parar ya lo dice todo, aunque seguro que todavía hay alguno que aun parando no logra darse cuenta. Pienso en las personas que ya sufren enfermedades y tienen peores servicios sanitarios, y esta pandemia sólo les hace más conscientes de su vulnerabilidad y falta de recursos. En esta parte occidental nos paramos y aparece nuestra vida en frente de nuestra mirada dándonos un revés de realismo. ¿Es así como queremos vivir? ¿Así como queremos ser? El confinamiento saca a relucir nuestros límites y los de los demás, nuestro estar entre las personas y ante las circunstancias, y pone en evidencia cómo de conquistada tenemos nuestra libertad. Esa libertad interior de la que tantas veces hemos oído hablar, pero hasta hoy no han cobrado sentido esas palabras. Hace poco leía unos consejos de una monja de clausura sobre cómo hacer frente a este tiempo recluidos en casa y daba pistas de la importancia de esta libertad. Me hicieron pensar sus palabras y creo que son de provecho por su experiencia de vida.
Este tiempo, a pesar de escuchar alguna queja, es un tiempo para dar gracias. La gratitud se ha convertido en protagonista. De repente, cosas de pandemias, damos gracias por lo que ya tenemos y por lo que podemos tener. Necesitamos conectar con nuestra sensibilidad, con nuestra parte humana y sale ese gracias sentido hacia cualquier gesto, hacia un favor, hacia esas palabras llenas de consuelo, de perdón y hasta de broma. Nuestro día tiene otro color cuando somos agradecidos o cuando lo son con nosotros. Hay una emoción en nuestro interior que potencia nuestra vivencia, nuestro modo de vivir y de estar con nuestros familiares, amigos o conocidos. En uno de esos encuentros que tuve hablamos de la gratitud y de cómo puede ser una fuerte influencia para nuestra vivencia y la convivencia, provocando una cadena de gestos altruistas, un contagio de sonrisas y un bienestar con uno mismo y con los demás. Necesitamos la gratitud, lo vemos en ese pequeño gesto de aplaudir a nuestros sanitarios, principalmente. ¡Pero hay tantos motivos para dar gracias! En mi libreta de oración no falta un agradecimiento por algo concreto del día antes de irme a dormir estos días. No es cierto eso que dicen sobre que los tiempos de crisis sean tiempos grises.
Los días están llenos de soledades y de compañías. Las dos son necesarias y nos hacen mucho bien. Pero, hoy más que nunca, necesitamos mendigar compañía. Lo estamos viendo en ese salir a aplaudir juntos, en ese momento de cantar juntos Resistiré, en ese hacer algo juntos transformado en ver una película, jugar a adivinar personajes o películas, tener un rato de oración, hacer la comida y compartir esos momentos en la mesa y recogiendo después. Aquí vuelve a haber un largo etcétera porque cada casa es un mundo. Queda claro que aun estando solos físicamente, no nos sentimos así tras esos encuentros en la red, esas llamadas sorpresa, esos mensajes preocupándonos los unos por los otros y tras esos vídeos caseros que acompañan y animan a cualquiera. ¡Se puede ser compañía de tantas formas! Y podemos ser acompañados, ¡qué regalo! Es bonito palpar todo esto, verlo alrededor y en la convivencia es donde más se experimenta. ¡Aunque es un arte! También emociona ver cómo vamos aprendiendo a saber ser compañía en la medida que vamos compartiendo tiempo y vivencias.
Pero, sí hay un pero, no podríamos ser conscientes, ni vivir la gratitud y mucho menos ser compañía sin una actitud. Esta crisis, personal, exige una acitud. Depende de cada uno (gran parte) cómo decida ver, cómo decida ser y cómo decida actuar. La actitud personal ante los hechos marca la diferencia entre quedarse como se estaba o crecer. Si no estamos dispuestos a estar con todas las de la ley, si no nos queremos arremangar para entrar en la realidad, todo lo bueno que está pandemia puede decirnos se quedará sin decir. ¿Y de qué habrá servido? Recuerdo unas palabras en una formación que nos hablaba de buscar un sentido a lo que sucede, no se trata de utilidad, sino de una razón de ser que nos impulse a sacar lo mejor de nosotros mismos y a no conformarnos con una mirada poco profunda. Una razón que nos devuelva la esperanza que podamos haber perdido y sentido apagada este tiempo. Lo peor que nos puede pasar es pensar que no habrá más días soleados junto a un arcoíris brillando a lo lejos recordándonos que el asombro y la esperanza es lo que nos mantiene en pie.
Resistiré, si tú resistes. Resistiremos, si resistimos juntos. ¡Pero, resistamos con esperanza!