Dijo Karl Marx que el obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, y lo dijo en una época en la que quizá había se necesitaba mucho, mucho pan. Lo dijo Karl Marx, que es a quien todos estos mamarrachos dicen leer, pero muy pocos lo hacen. Es más, la mayoría que lo hace, no lo comprende.
Me encanta esa frase de Ronald Reagan sobre los comunistas y Marx:
Un comunista es alguien que ha leído a Marx, un anticomunista es alguien que ha entendido a Marx.
Pues ayer Marx habría estado encantado con las procesiones de Madrid, porque destilaron respeto por los cuatro costados. Salían en volandas Jesús el Pobre y la Virgen, la Primitiva e Ilustre Hermandad de Jesús Nazareno “El Pobre” y María Santísima del Dulce Nombre, para ser más exactos. Madrid se llenaba como los bares en un Madrid-Barça y el respeto se hacía presente desde el minuto uno.
A su paso por la Calle Mayor, poco antes de su entrada triunfal en la Plaza Mayor, decía un madrileño tras de mí “la Carmena no acaba con esto ni de coña” a lo que su acompañante respondía “shh, que no es momento de política”. Incluso en lo que todos los presentes estaban de acuerdo, lo intuyo por sus gestos de aprobación y sonrisas veladas, se guardaba respeto a lo que está por encima de nuestros caprichos, la religión y sus símbolos.
Estuve acompañado de familia y amigos, unos iban y otros venían, pero quien no se separó de mí ni un solo minuto fue “el respeto”, desde la Plaza de la Villa, donde me incorporé a la Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena, hasta la Real Colegiata de San Isidro, pasando por la calle del Nuncio y otras callejuelas más. Respeto por lo que estaba pasando, por lo que el momento requería. Madrid, esa ciudad a veces sucia y a veces nerviosa, estaba tranquila y feliz porque se paseaba en respeto y se procesionaba con “buen rollo”. Las procesiones traen a Madrid una tranquilidad que solo se encuentra en las madrugadas de Domingo, cuando unos duermen la mona y otros pausan sus agendas.
El mayor varapalo a Carmena se lo dieron ayer los madrileños con su respeto y su “indiferencia”, porque ayer Carmena no era nadie, nadie en absoluto. La Alcaldesa de Madrid no apareció por uno de los mayores eventos culturales del año, no apareció por donde los madrileños demandan el apoyo de sus políticos, tampoco lo hizo en Málaga, donde cada año se invita al regidor madrileño a la Virgen de la Paloma. Carmena ayer se separó de su bastón de mando y se agarró a su hoz y a su martillo.
Incluso con el agravio de quitar a la policía municipal (después de 70 años de tradición) de las guardias de gala de los pasos, los madrileños la ignoraban “pues quedan mucho mejor los guardias civiles” se oía.
Ayer Carmena no estuvo en Madrid, y quizá por eso, quizá, hubo más respeto en las calles.