Revista En Femenino

Respeto por sorpresa

Por Mamaenalemania
Juro por Gott que he intentado ganarme el respeto de mis polluelos por todos los medios ídem que se me han ocurrido y me han recomendado. Y que he leído, me han chivado o he conseguido interpretar del horóscopo.
Juro por Gott que lo he probado (casi) todo.
Les he hablado con deferencia, llegando incluso a tratarles de usted, su Ilustrísima y su Majestad. La sorpresa inicial dio paso de manera fulminante y, en mi humilde opinión, totalmente errónea, a reclamaciones absurdas tales como mi conversión inmediata en dragón o bruja perversa y mi consecuente deber contractual a morir de rodillas por espada de plástico. Varias veces.
Les he hablado con susurros cursis, en cuclillas y poniendo cara de muchos amigos, a ver si me encontraban algún parecido remoto con Campanilla o similar y me obedecían cantando con alegría y regocijo. Mi capacidad de raciocinio captó brevemente su interés – que no preocupación –, por si caía esa breva y mi comportamiento lobotomizado incluía barra libre de gominolas.
Les he razonado como a un igual, llegando incluso a recitarles a Kant, por eso de que empezasen a verme como fin en mí misma y no como medio para alcanzarles las galletas o separarles los guisantes del arroz. El del Rizo se durmió en el acto y los otros dos me consta que lo fingieron. Y me consta porque sé que cuando duermen de verdad no roncan. No tan fuerte.
Les he saboteado juguetes. Y con vergüenza reconozco que fueron los más queridos. Esta táctica funcionó por un tiempo –  por desgracia no demasiado – que fue el que tardaron en encontrar los míos. Y su punto débil. Desde  que apercibieron el impacto anímico de las babas sobre el Iphone y el maquillaje waterproof en el sofá, me tienen amenazada. Ojo por ojo.
He gritado y amenazado. Confieso incluso que una vez eché mano del tan folclórico undíacojolapuertaymemarcho. Unas horas me siguieron expectantes y en silencio, supongo que para no perderse una exhibición de fuerza tal capaz de arrancar la puerta de casa y cargársela al hombro. Pero el deshueve posterior del maromen me ha hecho perder credibilidad. Y ahora le piden a él confirmación hasta cuando les anuncio la hora del baño.
Ya lo ven. No ha funcionado nada.
Y ya casi que había tirado la toalla en esto de ser madre temida o respetada, no se crean; hasta que hace un par de días me levanté tiesa.
Consecuencia de una noche cualquiera en esta casa, de esas de muchas manitas, piececitos, rodillitas y cabecitas en la cama parental, una tortícolis intensa me traía por el camino de la amargura.
Tanto, que en la cima del caos casero, todo llantos, reclamos, peleas y juguetes esparcidos, me dispuse a pegar cuatro gritos y poner firme hasta al Nenuco.
Pero en esto que me tuve que girar para gritar... y que para evitar que fuese por dolor, tuve que acompasar mis hombros a mi sufriente cuello... y que aun así mis ojos se abrieron mucho y mi boca se amuecó, dejando translucir un mecagoentó agónico...
Y allí se petrificaron los tres, llenos de espanto.
Yo supongo que mis ojeras y mis cejas sin depilar ayudaron a la asociación de ideas. Y que fue por pavor a la niña del exorcista - que debe ser algo genético o tener alguna explicación biológica - lo que les convirtió en pequeños sirvientes temblorosos.
Lástima que la tortícolis sólo durase un par de días. Y que ahora, por muy amablemente que les invite a mi lecho para repetir contractura, se niegan en rotundo a quedarse conmigo a oscuras.

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