Revista Arquitectura

Respeto y sensibilidad

Por Arquitectamos
A mi amigo Ekain, ser dotado de un
exquisito tacto y un extremo talento 

Ekain, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa (si yo fuera un buen escritor pondría "transida") por la emoción, me manda esta foto hecha en una de sus múltiples correrías:

Respeto y sensibilidadAguilar de Codés (Navarra)Foto de Ekain Jiménez Valencia

Mirad que es bonito Aguilar de Codés y que hay edificios, paisajes y gente fantástica para fotografiar, pero va Ekain y ¡zas! dispara sobre lo más hermoso y admirable: un signo de generaciones de personas a lo largo del tiempo con un rasgo común: su nobleza y su altísima dignidad profesional.

Sin embargo, si me permitís, a mí me parecen mucho mejores las de ahora que las de entonces, y os explicaré por qué.

Veo un escudo que no sé interpretar exactamente, pero que obviamente representa una armadura, un guerrero, un combatiente que obtuvo honor y nobleza matando a vaya usted a saber quién: Enemigos de su religión, de su reino, de su señor... El caso es que esas muertes le valieron ese escudo, y tal vez, indirectamente, esa casona.

O bien ese mismo asesino heroico y dignísimo encargó el escudo de granito o bien lo hizo alguno de sus descendientes, reclamando la atención e incluso la devoción que su familia merecía por provenir de tan ilustre adalid.

El escudo no está claramente centrado en la fachada, ni sobre el portón. Curiosamente aparece como a media anqueta sobre la línea de medianería de dos edificios. Seguramente se haya movido de su sitio original, o la fachada en la que estuvo haya sido muchas veces reformada o reconstruida.

El caso es que, sea como sea, ahí perdura el canto a la hazaña bélica, a la nobleza de la propia sangre lograda por verter la ajena.

Es un gesto de hidalguía y también de chulería: "Vecinos: Soy Fulano de Tal, el noble que merece todo reconocimiento y respeto". O: "Vecinos: Somos los de Tal, hijos, nietos y bisnietos de Fulano, miembros de la ilustre rama de los de Tal, y valemos más que vosotros".

Pero pasan los siglos y esas familias nobles se van amustiando a la vez que los plebeyos se empoderan, adquieren derechos, se sienten dignos, le pierden primero el miedo y después el respeto a los de Tal, y, para colmo, en vez de matar moros o guerreros del feudo de al lado, montan una herrería, o una panadería, o un molino. Y pasan más siglos y traen la electricidad, el agua corriente, el teléfono... Y ya no es más noble quien se gana el honor en el campo de batalla, sino quien sabe conducir y arreglar un automóvil.

El progreso se adueña de todo, la inteligencia triunfa, la vida es más fácil y cómoda gracias al ingenio de estas nuevas personas, y finalmente llega un momento en que hay que pasar una "manguera" de cable eléctrico por la fachada de Don Fulano de Tal, el ilustre de la villa.

Naturalmente, el cable va a dar un servicio a la comunidad y a tener una utilidad que el escudo de armas ya no tiene (si es que alguna vez la tuvo para alguien que no fuera la propia familia nobiliaria). Por lo tanto, ese cable tiene todo el derecho del mundo a pasar por delante del escudo, a taparlo e incluso a arrancarlo si molesta. El progreso no puede detenerse, y no hay hecho de armas del pasado que me impida contratar la fibra óptica para tener más megas y más velocidad de conexión a internet.

Sin embargo, y ahí está lo emocionante, ahí el motivo de que a Ekain se le empañen los ojos de lágrimas (y a mí: qué narices), los operarios que tienden el cable han salvado el escudo.

Respeto y sensibilidad

Qué sensibilidad. Qué respeto. En vez de tirar el cable por delante del escudo han pasado un ramal por arriba y otro por abajo. Unos dos metros y unos siete anclajes de más, aparte del entretenimiento y el esmero de hacerlo. Y todo ello sin necesidad: Tan solo por la memoria de tan noble familia.

A mí, permitidme que os lo diga, más que el ardor guerrero de Don Fulano de Tal, me conmueve y me llena de admiración el arte del taladro en granito, taco de plástico del duro, tornillo largo de acero, manojo de mangueras retorcidas, y todo ello enmarcando y resaltando aquel remoto trofeo, aquel lejano marchamo de valentía y dignidad ya obsoletas.

Loor a estos operarios, a estos artistas. Si el mundo fuera justo habría que dictar alguna pragmática o darles una patente que les habilitara para encargarse un blasón de granito a base de Black & Decker sobre campo de gules y colocarlo encima de la puerta basculante de su taller. Porque estos sí: Estos son los nobles de hoy en día.


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