![Brain Respuesta al artículo de Página 12: “La felicidad al alcance de cualquier cerebro”](https://m1.paperblog.com/i/440/4401647/respuesta-al-articulo-pagina-12-felicidad-al--L-TrzN5a.png)
El pasado 18 de mayo el diario Página 12, en su sección de Psicología, publicó un artículo con el título La felicidad al alcance de cualquier cerebro, en el que la autora da su opinión sobre el desarrollo de las neurociencias y la dirección en la que avanza la psicología desde hace algunos años. Voy a transcribir algunos fragmentos del mismo, ya que ayudará a ilustrar sus ideas y responder a continuación por mi parte.
Hay un tono de euforia casi megalómana que impregna la redacción de estos libros de divulgación. Si no apelaran a las ciencias, creería que por momentos se deslizan a un discurso religioso. ¿Cuál es la buena nueva tan bien recibida por tantos adeptos?
Si la promesa de vivir mejor se sigue justificando en el equilibrio químico del cerebro y los niveles de neurotransmisores, esa revolución “científica” ya se produjo a finales de los 80 de la mano de la psicofarmacología, que pasó de una medicación al servicio de curar la enfermedad mental a un consumo masivo precisamente con la promesa de “la felicidad” garantizada, el famoso “garomboll” de ChaChaCha.
La Licenciada en realidad, se está refiriendo a una visión neurocentrista sobre las neurociencias. Esa postura que hace del cerebro un altar al cual adorar. Hoy en día encontramos todo tipo de explicaciones de la conducta humana a través de lo que sucede en este órgano, como si tuviera suficiente poder explicativo, e ignorando otro tipo de determinantes ambientales. Y si los encontramos presentes, su importancia se reduce a los efectos que producen en el cerebro y no al revés. Nunca la importancia que del sujeto se imprime en el ambiente, y como nos influimos recíprocamente. Hay también toda una nueva serie de disciplinas pseudocientíficas que parecen estar surgiendo, aprovechando el uso legitimado del prefijo “neuro”, para popularizarse entre la gente.
Comparto la postura de la colega en cuanto a este movimiento por ser reduccionista y no poseer (al menos en la actualidad), el suficiente poder ni explicativo ni de intervención. El ser humano es mucho más que su cerebro, realizar una explicación de nuestra conducta solo a partir de nuestro lóbulo frontal, por mucho que difiera del de lo animales, es quedarse en un ámbito de análisis muy reducido. Sin embargo debo remarcar dos cosas, la primera es la relacionada a la diferenciación de los términos. Lo que se señala en los párrafos citados es lo que denominamos neurocentrismo, del que ya hablé levemente. Las neurociencias son algo mucho más amplio, no teñido de fanatismo, y que incluye a científicos y profesionales que trabajan y entienden los límites de su disciplina.
&lgid;realizar una explicación de nuestra conducta solo a partir de nuestro lóbulo frontal, es quedarse en un ámbito de análisis muy reducido
La segunda aclaración y relacionada con la primera, es que desde dentro mismo de la ciencia podemos ser críticos y estudiar este tipo de fenómenos. Aquí por ejemplo, pueden leer sobre como los programas de neurociencia aplicados a la educación no aportan buenos resultados actualmente. Y en el siguiente artículo, se habla de un movimiento conformado por psicólogos, filósofos y científicos, que cuestionan el avance desmesurado de las neurociencias. Es decir, se puede adherir al paradigma de la ciencia y ser crítico de la misma. No obstante, como ya afirmé, comparto sus críticas.
Voy a citar a continuación otros fragmentos, muy importantes en lo que es su argumentación.
Quizás lo más perturbador de estas alianzas del poder político-económico-científico sea que la población infantil devino en el sector más atractivo para los mercados. Nuevas enfermedades se inventaron para satisfacer el ritmo de producción de los grandes laboratorios, lo confirmó Leon Eisenberg, el inventor del ADDH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad), quien confesó meses antes de morir su connivencia con los laboratorios a la hora de pretender lanzar la Ritalina al mercado. Y el resultado es hoy una infancia hipermedicalizada, equipos de terapeutas repartiéndose una cantidad indiscriminada de sesiones, el crecimiento desmedido de certificados de discapacidad, las demandas abusivas de integraciones escolares.
Es impresionante el incremento de ciertos trastornos entre los niños en los últimos años, como por ejemplo el TEA y el TDAH. Las proyecciones a futuro no son muy alentadoras tampoco. No se ha establecido un único origen de estos aumentos, aunque en general los trastornos parecen ser causa de factores genéticos, en combinación con ambientales. Pero existe otro factor en el aumento y es lo que denuncia la colega: una abrumadora cantidad de sobrediagnósticos. A veces escucho por ejemplo situaciones áulicas y pareciera por como se refieren a los alumnos, que la mitad de los chicos padeciera TDAH, cuando la prevalencia ronda (según las zonas) en torno al 5%. Claramente estamos hablando de sobrediagnósticos. Con respecto al poder de la industria farmacéutica, estoy de acuerdo en sus intereses y en el lobby que hacen para colocar sus productos. Sin embargo, hablar de una alianza de éstas y los científicos es delicado en ausencia de pruebas, como veremos en el siguiente párrafo.
Con respecto a la supuesta confesión del descubridor del TDAH, debo dar una mala noticia: la misma no es otra cosa más que un clásico bulo de internet, una de esas noticias falsas y espectaculares diseñadas intencionalmente para reproducirse de forma viral, como sucedió con esta. Como diría Carl Sagan: Afirmaciones extraordinarias, requieren evidencias extraordinarias. Si justo previo a morir un médico realiza una confesión increíble solo a un medio, no tiene repercusiones mientras permanece con vida, y aparte utilizan una foto con una extraña cara de perverso en el artículo; es necesario chequear varias fuentes porque puede que haya gato encerrado. En realidad, Leon Eisenberg habló de sobrediagnósticos. El resto fueron una serie de tergiversaciones intencionalmente creadas.
No podemos hablar entonces de que un solo señor, cómplice de las compañías farmacéuticas, haya creado el TDAH y que nadie en la comunidad científica haya notado algo extraño.
Las cosas no funcionan de forma tan simple en la comunidad psicológica. Uno no descubre un trastorno y de golpe todos comienzan a verlo sin cuestionar. A partir de determinadas configuraciones comportamentales, se busca un consenso sobre cuales son las más representativas del trastorno, cuales secundarias y cuales no estarán presentes en los criterios diagnósticos. Se discute e hipotetiza sobre los factores etiológicos, y en general, el acuerdo no suele ser total sobre estos elementos. Nadie decide por sí mismo incluir o no un trastorno en el DSM, no existe un comité formado por una sola persona.
Si indagamos un poco en la historia, encontramos que si bien con otros nombres, las manifestaciones conductuales del TDAH estaban descritas en la literatura psiquiátrica desde hace unos 200 años, y que incluso la preocupación por las causas neurológicas del mismo, también. Ya en 1845, un psiquiatra llamado Heinrich Hoffman, por medio de “La historia de Felipe el inquieto”, describió (con otro nombre, claro) las características conductuales propias del trastorno por déficit de atención e hiperactividad. No podemos hablar entonces de que un solo señor, cómplice de las compañías farmacéuticas, haya creado el TDAH y que nadie en la comunidad científica haya notado algo extraño.
A continuación cito la forma en la que concluye su exposición:
Pero en el mientras tanto, cuidemos a nuestros niños y jóvenes, preservándolos de la perversa maquinaria de evaluar, expender psicofármacos y consumir terapias conductistas.
La colega cierra su artículo estableciendo un complot que incluye a científicos, las neurociencias, las compañías farmacéuticas y al sistema capitalista en general, para vender medicamentos. La única evidencia que aportó de sus dichos es una nota falsa. Es una pena que no se haya tomado el trabajo de explicar porque evaluar es malo, porque las terapias conductistas lo son, y que relación tienen estas dos entre sí y con la medicación.
Analicemos el asunto. En cualquier área de la vida en la que uno se desempeñe, la evaluación de la propia actividad es indispensable para hacer un trabajo más o menos aceptable. Sinceramente no veo la razón de porque en salud mental, donde se trabaja con el sufrimiento de las personas, las cosas deberían ser distintas. Diseñar terapias eficaces es una consecuencia directa de evaluar. ¿Acaso las personas no merecen que les ofrezcamos los mejores tratamientos disponibles? ¿Cómo podemos hacerlo si no los sometemos a prueba?
En realidad, Leon Eisenberg habló de sobrediagnósticos. El resto fueron una serie de tergiversaciones intencionalmente creadas
Evaluando a los niños con TDAH y no negando su trastorno, es que por ejemplo sabemos que son más proclives a tener accidentes como peatones o en bicicleta, que tienen niveles mayores de ansiedad y depresión en la adolescencia, o que también en esta delicada etapa, suelen tener mayores índices de consumo de drogas. Parece entonces que evaluar deja de ser un término negativo, para permitir salvar vidas, evitar accidentes y mejorar la calidad de vida de nuestros pequeños.
No llego a entender como las terapias conductistas se transforman en las malas de la película. Pareciera como si al enfoque conductual se le pidiera luchar contra el capitalismo, y su mayor pecado fuera que algunos de sus tratamientos sean de corta duración. Confundir un tratamiento breve con un tratamiento afín al sistema capitalista, tal vez no sea el mejor enfoque. Quienes acuden a nuestros consultorios deben conocer que existen tales opciones eficaces y que muestran consistencia en el tiempo. Luego decidirán ellos si realizar una lucha contra el sistema padeciendo durante años, o asistir a una terapia breve. Pero aparte, el psicoanálisis, que según la colega no está dentro de los abordajes colaborativos con el capitalismo, ¿de qué manera lo ha desafiado?
Hablando ya de la relación entre estos tres términos (evaluar- psicofármacos- terapias conductistas), un adecuado estudio de los diversos tratamientos nos permite llegar a la conclusión de que para el TDAH, la primera recomendación es la terapia de conducta. Para la depresión, la activación conductual junto con la tcc tradicional, se incluyen entre la primer línea de abordaje. Para trastorno de pánico y Trastorno del Espectro Autista, también encontramos estos tratamientos. Estos datos parecen ir bastante en contra de la hipótesis conspirativa.
Para despedirme, me gustaría cerrar planteando algunas preguntas al lector que se desprenden tanto del artículo de Página 12, como del presente.
¿Manejaría un auto cuyos frenos jamás fueron sometidos a prueba?
¿Es justificado hacer de las neurociencias un enemigo al cual combatir y desechar los conocimientos que nos provee, o más bien debemos tomar una postura crítica frente a ellas, seleccionando cuidadosamente que conocimientos son útiles de los que no?
¿No sería mejor en lugar de negar la existencia de trastornos (y poner en peligro la vida de nuestros niños), tomar una postura consciente de los sobrediagnósticos y abogar por solucionar este problema?
¿Usted se operaría por medio de procedimientos no probados? ¿Manejaría un auto cuyos frenos jamás fueron sometidos a prueba? ¿Por qué actuar distinto en psicoterapia, donde el no tratar un trastorno eficazmente puede devenir en problemas comórbidos a futuro, e incluso en la muerte?
Si existe una alianza del poder político-económico-científico para medicalizar la infancia, ¿cómo es posible que los tratamientos más eficaces para los trastornos que la autora menciona sean justamente los que refutan su hipótesis? ¿No deberían los científicos primero recomendar los abordajes farmacológicos?