Revista Cultura y Ocio
Da Giuseppina es un restaurante con mucha historia detrás, la historia de los avatares de su dueño, Ignazio Deias, y también un poco de nuestra propia historia. Esta casa de comidas, como le gusta a Ignazio describir su restaurante, no es su primera aventura culinaria de Ignazio que, que yo sepa, comenzó con el Boccondivino para perderse después en una red de socios y restaurantes de moda y de la que el empresario emergió con la clara idea de regresar a los orígenes. Ese origen sencillo y sin pretensiones, pero con muy buena comida, es Da Giuseppina.
¿Qué tenemos que ver nosotros con todo el trajín anterior? Pues como todo depende de cómo se mire y, como uno siempre se ve como protagonista de su vida y de lo que sucede a su alrededor, me es imposible separar la historia de Ignazio y sus negocios de nuestra relación con él.
Nuestro papel ha sido siempre el de clientes. Al principio éramos adictos al Boccondivino, tanto es así que incluso celebramos allí la comida de nuestra boda, un evento sencillo con tan solo catorce comensales y entre semana. Poco después fuimos testigos del cambio de nuestro restaurante favorito, que ganó ínfulas y perdió intimidad, aunque la comida seguía mereciendo la pena, su tiramisú era el mejor de Madrid. Cuando la aventura se extendió y el Boccon cerró, perdimos el contacto con Ignazio.
Pasaron los años. House y yo recordábamos con frecuencia nuestros buenos tiempos en el Boccon. Uno de esos días de ideas felices, se me ocurrió buscar a Ignazio por Internet para saber en qué nueva aventura se había embarcado y, si acaso, pasar a saludarle. Fue así como llegamos un mediodía a Da Giuseppina (en la C/ Trafalgar, 17). Ignazio nos saludó con la alegría del reencuentro con viejos amigos y, entre platos y sobremesas, nos contó su historia. Da Giuseppina era el negocio que siempre había deseado tener, no solo un restaurante sino una casa de comidas, porque una casa es un lugar acogedor en el que hay algo de uno mismo. La decoración del local es sencilla, llama la atención que tiene mucha madera: hay madera en las sillas de las mesas con manteles a cuadros, en la atractiva barra de madera pulida y en la gran estantería en la que se exhiben productos italianos, desde pasta a vinos y licores, que ocupa toda una pared. En el resto de las paredes, pintadas de blanco, cuelgan fotografías en blanco y negro de artistas italianos.
La carta varía según los productos de temporada. Dispone de pizzas, que no hemos probado, y de platos más elaborados, muchos de origen sardo. Entre los primeros hay algunos muy originales y cuesta decantarse por uno o dos. Las alcachofas a la giudia, fritas hasta que están crujientes por fuera y tiernas por dentro, son deliciosas. Las croquetas de berenjena, que pedimos la última vez, han pasado a engrosar la lista de mis platos favoritos. La lasaña de pan sardo cruje y se derrite en la boca. Los pulpitos guisados o los calamares en su tinta con alcachofas están para mojar pan. Los mejillones en salsa también son estupendos. Entre los segundos destacan las pastas, guisadas al dente, y con salsas distintas a las habituales. También hay guisos de carne tradicionales, que recuerdan a la cocina de las abuelas y que están igual de buenos: pollo con pimientos, albóndigas con tomate casero...
Los postres no desmerecen. Mantienen un excelente tiramisú pero además hay pannacota, cannoli siciliano con masa crujiente rellena de crema de ricotta, unas singulares berenjenas casadas con chocolate, otra tarta de chocolate más clásica, bizcocho de almendras y manzana y helados italianos. En nuestra última visita, poco después de Navidad, nos pusieron panettone con salsa de chocolate negro (¡ñam, ñam!). Ni que decir tiene que todo está buenísimo y, por supuesto, el café es insuperable.
Unos números más abajo, creo que es en el 5, Ignazio (que no puede parar quieto) ha abierto una pequeña tienda, muy coqueta, de productos italianos con todo tipo de quesos, embutidos, pastas, vinos, aceites, licores y café. En nuestra última visita nos mandó allí después de terminar la comida. Nos esperaba su mujer, Laura, con un enorme Pandoro de regalo (como un panettone sin tropezones) del que ya hemos dado buena cuenta porque estaba exquisito, muy tierno y jugoso. De paso compramos un par de paquetes de café, que también se han acabado, lo que me ofrece la excusa perfecta para regresar.
¿Qué tenemos que ver nosotros con todo el trajín anterior? Pues como todo depende de cómo se mire y, como uno siempre se ve como protagonista de su vida y de lo que sucede a su alrededor, me es imposible separar la historia de Ignazio y sus negocios de nuestra relación con él.
Nuestro papel ha sido siempre el de clientes. Al principio éramos adictos al Boccondivino, tanto es así que incluso celebramos allí la comida de nuestra boda, un evento sencillo con tan solo catorce comensales y entre semana. Poco después fuimos testigos del cambio de nuestro restaurante favorito, que ganó ínfulas y perdió intimidad, aunque la comida seguía mereciendo la pena, su tiramisú era el mejor de Madrid. Cuando la aventura se extendió y el Boccon cerró, perdimos el contacto con Ignazio.
Pasaron los años. House y yo recordábamos con frecuencia nuestros buenos tiempos en el Boccon. Uno de esos días de ideas felices, se me ocurrió buscar a Ignazio por Internet para saber en qué nueva aventura se había embarcado y, si acaso, pasar a saludarle. Fue así como llegamos un mediodía a Da Giuseppina (en la C/ Trafalgar, 17). Ignazio nos saludó con la alegría del reencuentro con viejos amigos y, entre platos y sobremesas, nos contó su historia. Da Giuseppina era el negocio que siempre había deseado tener, no solo un restaurante sino una casa de comidas, porque una casa es un lugar acogedor en el que hay algo de uno mismo. La decoración del local es sencilla, llama la atención que tiene mucha madera: hay madera en las sillas de las mesas con manteles a cuadros, en la atractiva barra de madera pulida y en la gran estantería en la que se exhiben productos italianos, desde pasta a vinos y licores, que ocupa toda una pared. En el resto de las paredes, pintadas de blanco, cuelgan fotografías en blanco y negro de artistas italianos.
La carta varía según los productos de temporada. Dispone de pizzas, que no hemos probado, y de platos más elaborados, muchos de origen sardo. Entre los primeros hay algunos muy originales y cuesta decantarse por uno o dos. Las alcachofas a la giudia, fritas hasta que están crujientes por fuera y tiernas por dentro, son deliciosas. Las croquetas de berenjena, que pedimos la última vez, han pasado a engrosar la lista de mis platos favoritos. La lasaña de pan sardo cruje y se derrite en la boca. Los pulpitos guisados o los calamares en su tinta con alcachofas están para mojar pan. Los mejillones en salsa también son estupendos. Entre los segundos destacan las pastas, guisadas al dente, y con salsas distintas a las habituales. También hay guisos de carne tradicionales, que recuerdan a la cocina de las abuelas y que están igual de buenos: pollo con pimientos, albóndigas con tomate casero...
Los postres no desmerecen. Mantienen un excelente tiramisú pero además hay pannacota, cannoli siciliano con masa crujiente rellena de crema de ricotta, unas singulares berenjenas casadas con chocolate, otra tarta de chocolate más clásica, bizcocho de almendras y manzana y helados italianos. En nuestra última visita, poco después de Navidad, nos pusieron panettone con salsa de chocolate negro (¡ñam, ñam!). Ni que decir tiene que todo está buenísimo y, por supuesto, el café es insuperable.
Unos números más abajo, creo que es en el 5, Ignazio (que no puede parar quieto) ha abierto una pequeña tienda, muy coqueta, de productos italianos con todo tipo de quesos, embutidos, pastas, vinos, aceites, licores y café. En nuestra última visita nos mandó allí después de terminar la comida. Nos esperaba su mujer, Laura, con un enorme Pandoro de regalo (como un panettone sin tropezones) del que ya hemos dado buena cuenta porque estaba exquisito, muy tierno y jugoso. De paso compramos un par de paquetes de café, que también se han acabado, lo que me ofrece la excusa perfecta para regresar.