Las ciudades no son campings. Tiene razón Jorge Fernández Díaz, ministro de Interior, pero yerra en la mayor en alusiones. Y es que el 15-M no es un camping, al menos no el tipo de camping de verano, gaseosa y tele con cuernos en el porche de la parcelita al que se refiere el titular de Interior en un intento, otro, de desvirtuar y puerilizar un movimiento ciudadano, global y universal. Y digo universal porque aglutina personas de todas las edades, razas, incluso clases sociales, que de forma espontánea decidieron, hace un año por estas fechas, juntarse en el espacio público más amplio que encontraron. Y allí estaban las plazas. Los indignados del 15M consiguieron, para empezar, poner en valor (una expresión que odio especialmente) las plazas, hasta entonces coto de palomas, terrazas y carteristas, para reivindicar lo que ya entonces corría serio peligro: su dignidad como sociedad, expresar su rechazo y cuestionar el estado de la cosa.
Por eso resulta, como mínimo insultante, que aquel intento de renovación de la vida social y política de este país sea cuestionado sin tregua por la caverna y sus medios de emisión de mensajes (que no de comunicación, eso es otra cosa). Insultante para los indignados e insultante también, aunque ellos no lo crean, para los que trivializan el movimiento reduciéndolo a una acampada de domingueros porque evidencia una miopía social que sobrepasa incluso la capacidad del consejero de Sanidad de Extremadura en sus consultas de Portugal.
El 15M es un movimiento asambleario, no el cámping de domingueros al que se refiere Fernández Díaz. En el 15M caben todos y, desgraciadamente, hoy por hoy, es donde vive y late el debate que no se produce puertas adentro en el congreso, un edificio claramente infrautilizado para la función para la que fue ideado. Viendo el resultado, cualquiera podría pensar que sólo hayan votado banqueros y los defraudadores, a los que se rinde pleitesía y se fabrican trajes a medida, como la amnistía fiscal o el rocambolesco rescate de Bankia. El 15M renace (la elección del verbo es intencionada y un guiño sarcástico a aquellos que llevan un año vaticinando su muerte), y no sólo eso, se crece y reaparece en las plazas, en las ágoras, alimentado por nuevos argumentos. Y se hace ya ineludible que a cada recorte, una alternativa; a cada atropello, una respuesta; a cada defraudador, un honesto desinteresado; a cada cortina de humo, un viento del norte que despeje. Y las plazas son un espacio abierto, amplio y llano donde el aire puede correr con fluidez y las ideas volar en libertad sin darse de bruces contra las paredes ni perderse entre callejuelas.