RETAZO
-Decadencia
SÁBADO.Y tarde. Benditos fines de semana, joder, la falta que le hacen a una. Contadme, ¿cómo ha sido vuestra semana? La mía una mezcla de lo más… curiosa. Si tuviera que quedarme con algo bueno, seguramente sería esas noches que huelen a nostalgia. Esas en las que desempolvas una película vieja, una que te hace pensar en tu infancia. Y todo está bien.
¡CAMBIOS! He estado dándole vueltas y, bueno, hay secciones en el blog que hace mil años – venga, corazón, no seas exagerada– que no uso/hago. Así que… se van. Sí, sí, hay alguna que otra que va a desaparecer. No notaréis la diferencia, tranquilas, tranquilos.
¡MÁS CAMBIOS! Quiero empezar a darles un poquito de protagonismo a entradas en las que he estado pensando. Por no reseñar siempre, que parece que no sepa hacer nada más y, en fin, al final una se aburre. Así que sí, espero que los cambios que se avecinan os gusten.
Hoy toca retazo. Ajá, aquí una servidora se convierte hoy en blanco de críticas. Ya sabéis que quiero opiniones sinceras. Si os parece un truño, lo decís. Nadie va a odiar a nadie por ser sincera, sincero. O, al menos, yo no. ¡Pero no me enrollo más! ¡Dentro retazo!
Imagen extraída de: ovusly.tumblr.com/Decadencia
Era la decadencia de una ciudad todavía dormida.
Olía a hojas secas y lluvia.
Mojada. Calada de frío. Y corriendo. Corriendo por un poco de luz, calor y pies secos.
Era la decadencia de una calle desierta.
Postigos echados, olor a humo. Viciado, tan denso que se mezclaba con las volutas de aire que se me escapaban de los labios.
Era la explosión de luz. Lejos, tan lejos que parecía que no fuese a llegar nunca.
Llovía a plomo. Llovía a puta quemarropa. Llovía tanto que ya no se veía nada. Una suerte de niebla congelada que hacía que cada bocanada de oxígeno helara hasta el punto de quemar.
Me caí. Ni siquiera sé cuándo, dónde o por qué. El golpe, un chapoteo salpicado de dolor y ese líquido viscoso que anuncia que sí, que es sangre; fue sólo un parpadeo. Un estallido de dolor en medio de un vacío inmenso.
Todavía podía escucharlo. El ácido salpicado de azúcar.
Me levanté con los oídos taponados, una suerte de pitido estridente que aplacaba los truenos; y corrí. Tropezando una y otra vez. Hasta que sólo quedaron las lágrimas, la lluvia y la sangre.
“No te vayas”. Corre. Corre. Corre. “No te vayas”.Joder, corre.
Parpadeos. Luces. Sombras.
Y dolor.
Y palabras. Tus palabras. Afiladas como putos cuchillos. Sangrando por ellas, sangrando con ellas.
Gangrena. La jodida gangrena que se lo tragaba todo. Y de fondo, la mentira, el susurro, el “no te vayas” al que le sigue la decadencia.
La decadencia de una ciudad en llamas.
La decadencia de una puta calle en ruinas.
Y nuestros escombros. Las cenizas, el polvo. La sangre y las lágrimas.
Corre. Joder, corre, ¡corre!
Me levanté, cada latigazo de dolor mordiéndome la piel, abriendo las heridas.
No había fuerza, ya no. Pero estaba de pie.
Caminar. Caminar bajo ese cielo en ruinas. Y llegar.
A casa. Mi casa.
Con sangre y lágrimas. Pero en casa.
Una casa llena de polvo y recuerdos. La misma en la que, joder, todo iba bien.
Por el silencio.
El silencio en el que te escuchas, en el que te dices que sí, que esta vez lo has hecho bien.
El mismo silencio que consigue que cada lágrima haya valido la pena.
Era la decadencia de una ciudad todavía dormida.
Era la decadencia… pero no la de mis ruinas.