Revista Cultura y Ocio

Retazos: Qué vuelen los demonios

Publicado el 15 septiembre 2018 por Alaluzdelasvelas

QUÉ VUELEN LOS DEMONIOS

 ¡Hola. Hola, hola! Es gracioso, porque tenía todo el mes programado para no tener que estar pendiente de si me daba tiempo o no de subir entradas. El caso es que, como me viene pasando últimamente bastante más de lo que me gustaría, he estado dándole vueltas a “historias cortitas”, por decirlo de alguna manera y, después de pensar si dejarla para las últimas publicaciones; le he hecho un huequito. Ya sabéis, a veces una necesita escribir un poco para evadirse, ¿no?  Como os digo (escribo) siempre en estas entradas, me gustaría que dejarais vuestra más sincera opinión sobre mi retazo. Si no os gusta, que no os sepa mal decirlo (escribirlo). A fin de cuentas, ¿qué clase de hipócrita sería si me molestara la mala crítica, teniendo en cuenta que yo también reseño? Dicho (escrito) esto… ¡Dentro retazo!

Retazos: Qué vuelen los demonios
QUÉ VUELEN LOS DEMONIOS
 Uno…
 La primera vez que nos vimos éramos muy niños. Yo tenía los dientes mellados y había llorado antes de llegar; tú parecías a punto de desmayarte. Recuerdo que ni siquiera llegamos a sostenernos la mirada. Tú te pusiste rojo y tropezaste. Yo sonreí y miré a otro lado.
 Uno, dos…
 Todavía me pregunto qué fue de aquello. Qué fue de tus miradas, esas que me dedicabas cuando creías que no te veía. Qué fue de tus sonrisas nerviosas, de tus ojos tristes y tu torpeza.
 Uno, dos, tres…
 Tal vez esto te resulte patético, pero aún recuerdo la primera canción que me dedicaste. No fue bonita, ni siquiera amable. Yo caminaba bajo la lluvia y tú me seguías con alguien que ni siquiera te gustaba. Él te pegaba a veces. Yo le pedía que no lo hiciera. Cuando, con la cara llena de gotas de agua, te escuché cantar “soldadito marinero, conociste a una sirena, de esas que dicen <<te quiero>> si ven la cartera llena” me quedé helada.
Uno, dos, tres, cuatro…
 Me pregunto si tal vez no quisieras tú ser aquel soldadito. Me pregunto si tal vez no lo has sido siempre. A fin de cuentas, tú me veías; pero yo a ti no. No te veía, porque creías que era frívola, iracunda y despiadada. Sé que no lo recuerdas, sé que ni siquiera te importa; pero me contaron las historias. Me contaron muchas cosas, y lo primero que hice fue no creerme ninguna.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
 Me pregunto qué hubiese pasado. Sí, sé que es tarde para hacerlo; pero no puedo evitarlo. Estoy cansada de caminar tranquila pero sin prisa, cansada de intentar aprender a valorar, cansada de esperar los pequeños momentos.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
 Crecimos de formas diferentes. Tú dejaste atrás a aquel niño tierno, casi entrañable. Yo abandoné a aquella niña ilusionada, la que ofrecía un halo macarra que, en realidad, no existía. Dejamos atrás el miedo, las reservas y la introversión. Lo que no dejamos atrás fue la cobardía.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…

 Me pregunto qué te llevó a buscarme. Cuando me fui, no te dediqué ni un pensamiento. A ti no. Ni siquiera sé si te dolió, si creíste que perdías una oportunidad. Nunca dijiste nada. Pero tú nunca dices nada. ¿Por qué, entonces, me buscaste? ¿Por qué volviste, después de que en la primera lo mandara todo al infierno? ¿Qué fue, qué hizo que volvieras, si ni siquiera fue para quedarte?


 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho…
 En realidad, creo que telo mereces. Creo que melo merezco. Tú fuiste, eres y serás un cobarde. Créeme, amigo, estas cosas no cambian. Sólo espero que algún día luches por alguien. Y que ese alguien luche por ti.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve…
 Nos estancamos. Andamos. Paramos. Seguimos. Frenamos.

 A veces me reía, otras sólo sonreía; pero la mayor parte del tiempo me sentía vacía. Tú me hacías sentir vacía juzgándome, preguntando cosas para las que ni tú ni yo teníamos respuesta. Sé que a ti te pasó lo mismo. Sé que crees que fui injusta. Y tal vez sea cierto.


 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
 Ojalá vueles. Ojalá consigas romper con todo. Ojalá no te ahogues en el alcohol siempre que quieras estar cerca de alguien. Y ojalá algún día entiendas que, en el fondo, tenemos lo que nos merecemos. Nada. Ni soldaditos, ni sirenas, ni mares o sueños. El reloj sigue marcando las horas y nosotros sólo somos dos marchantes de arte que ni siquiera pueden decirse hola sin romperse. Y duele, duele como si te quemaran, como si algo tirara hacia abajo, hundiéndote.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once…
 He tenido mucho tiempo para pensar, y creo que debería odiarte. Odiarte a ti, odiarme a mí, odiarnos a los dos. Es lo que pasa con las venganzas, ¿no crees? Una vez las ejecutas, una vez el resultado brilla ante tus ojos, lo único que queda es el amargo sabor de la derrota. Nadie gana, amigo. Ni siquiera tú. Ni siquiera yo.
 Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce…
 No me gustan los ciclos, tampoco la hipocresía. Nunca fuiste tú mismo. Fuiste tus mejores y tus peores caras. Sinceramente, no sé qué ganaste. Tampoco me importa. Lo único que me queda preguntarme, incluso hoy, es si tal vez no hubiera sido mejor ignorarlo todo. Y volar libre.

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