A menudo recorro con melancólica ansiedad el espacio reservado en los periódicos a la sección que lleva por título general “Información Marítima”. Allí encuentro los nombres de barcos que he conocido. Cada años desaparecen algunos de estos nombres: los nombres de viejos amigos. “Tempi ¡passati!”.
Los diferentes apartados de esa clase de noticias van dispuestos en un orden que apenas si varía en sus concisos titulares. Y en primer lugar viene “Comunicados”, informes de barcos que han sido avistados y con los que se han cruzado señales en el mar: se indica nombre, puerto, procedencia, destino, días de travesía, y con frecuencia se termina con las palabras “Todo bien a bordo”. A continuación vienen “Naufragios y Accidentes”, una serie de sueltos más bien larga, a menos que el tiempo haya sido bueno y despejado, y propicio a los barcos por todo el globo.
Algunos días aparece el epígrafe “Retrasados”, una ominosa amenaza de pérdida y dolor temblando aún en la balanza del destino. Para un marino hay ya algo de siniestro en la misma agrupación de las letras que forman esta palabra, clara en su significado y que rara vez amenaza en vano.
Sólo unos pocos días más tarde -pavorosamente pocos para los corazones que ya se habían aprestado valerosamente a agarrarse al clavo ardiendo de la espera y de la esperanza-, tres semanas, un mes después tal vez, el nombre de los barcos emponzoñados por el epígrafe de “Retrasados” volverá a aparecer en la columna de “Información Marítima”, pero bajo la declaración final de “Desaparecidos”.
de itaca