Revista Arte

Retrato, fotografía y espejo

Por Pilar
Hoy recojo un artículo publicado en el suplemento El Cultural (Diario El Mundo) sobre la historia de la fotografía, en el marco de PHotoEspaña 2011.
Autor: RAFAEL DOCTOR
Sin duda que ha sido acertado centrar esta edición de PHotoEspaña en el retrato. Acertadísima por varios motivos pero esencialmente por el hecho de ser el género más importante en toda la historia de la fotografía y por haber llegado hasta la actualidad con plena vigencia y riqueza en propuestas tanto artísticas como vivenciales en el uso de lo fotográfico.
Cuando en 1839 la Academia de las Ciencias de Francia presentó al mundo la patente de la fotografía -con un sentido filantrópico que se añora en nuestra época- los primeros interesados en potenciarla y desarrollarla fueron retratistas de las grandes ciudades europeas que, hasta la fecha, vivían de encargos de retratos para pequeños cuadros decorativos y, sobre todo, para camafeos, que era la moda imperante entonces. El mismo Nadar (París, 1820-1910) era un dibujante de caricaturas que por motivos comerciales acabó montando con su hermano un estudio de fotografía y que hoy es considerado el primer gran bastión del retrato fotográfico. El mundo en aquella época empezaba a moverse rápido y la fotografía, y la posibilidad de que todo individuo pudiese disponer de su retrato, se convirtió en un engranaje esencial de un mundo verdaderamente cambiante. Que la mayoría de los habitantes de los países occidentales pudiese disponer de un privilegio que pertenecía sólo a unos pocos era un avance gigante en la formación de la conciencia del nuevo individuo.
Pero es a partir de 1858, una vez que la agilidad de la técnica de positivado en albúmina se ha impuesto y que Disderi (1819-1889) ha inventado el retrato “tarjeta de visita”, es cuando se produce una verdadera democratización del retrato fotográfico en nuestro mundo. Afloran por doquier estudios de fotógrafos que, a través de estas pequeñas imágenes pegadas sobre un cartón rígido, intentan rentabilizar su inversión al tiempo que logran que todo ciudadano pueda disponer de una forma sencilla de su propio espejo fijo. Curiosamente, es la época en la que los espejos empiezan también a poblar las casas burguesas y se convierten en un elemento nuevo esencial en toda decoración. Ante la rapidez con la que se mueve la vida, fotografía y espejo vienen a aportar conciencia de uno mismo, a multiplicar los elementos que potencian el desarrollo del ser individual y, a la vez, a concienciar de fugacidad de la vida. Aunque la fotografía en estos años se desarrolla en otros campos, desde el científico al turístico, el archivístico, el artístico o el propiamente periodístico, el retrato no deja de ser el espacio esencial de su desarrollo, permitiendo que surgiesen diferentes acepciones en todas y cada una de las ramas en las que su uso podría ser efectivo: fotografía policial, fotografía médica, fotografía conmemorativa u otros tipos de nuevos géneros, como los collages de rostros o el retrato postmorten.
El rostro humano se convierte en un elemento diferenciador de la nueva sociedad que está surgiendo. Convivimos con representaciones de nuestros rostros desde hace muy poco tiempo y hemos olvidado que es algo realmente reciente en la historia del ser humano.
La cámara se convierte en una herramienta para la mayoría de los artistas aceptados por el sistema que suelen hacer uso de ella de una manera recelosa, temiendo que el hecho de utilizar algo que es esencialmente maquinal reste “auricidad” a sus obras pictóricas o escultóricas. Una herramienta capaz de generar un propio lenguaje que muchos, como el propio Nadar, Margaret Cameron, Lewis Caroll o Lady Hawarden, supieron descubrir y valorar desde un principio, aún sin serles nunca abierta la puerta grande de la Historia del Arte. La hipocresía de los valores de clase en los que se basa el sistema artístico dejó de esta manera arrinconado lo propiamente fotográfico, sólo aceptado en la misma categoría artística por pequeños grupos, siempre minoritarios y aislados, y no tuvo un verdadero reconocimiento hasta finales del siglo XX.
Pero, antes de todo este desarrollo, una segunda revolución de la imagen se produce en el momento que, en 1889, Kodak lanza su aparato fotográfico al mundo y cambia las reglas de uso, haciendo posible que cualquier persona pudiese ser no sólo fotografiada sino también autora de sus propias fotografías. La difusión de esta máquina hizo que todo el mundo empezase a mirar a todo el mundo, los horizontes y posibilidades se ampliaron hasta el infinito pues en las manos de cada ciudadano de clase media, que ya empezaba a representar una parte importantísima de todos los países occidentales, había una máquina que permitía mirar al otro o mirarse a sí mismo y obtener imágenes fijas. Algo que hasta la fecha era sólo un privilegio divino ahora es de casi todos. El ser humano constructor de su propia imagen.
Es en ese momento cuando empieza el más importante capítulo de la historia de la fotografía y por extensión del retrato humano. Se inicia una época en la que la expansión del aparato fotográfico hace que sólo una aventura borgiana sea capaz de asumirlo: millones y millones de fotografías se hacen cada día en una progresión que llega hasta hoy. Y gracias a la tercera revolución, la de lo digital, lo fotográfico llega a abarcar todas las esferas de la vida, siendo el retrato y sus innumerables posibilidades su constante campo de acción y batalla.
Ahora que ya hemos construido y dado por válida la Historia de la Fotografía es cuando se han fijado diversos capítulos, con distintos nombres y tendencias estéticas, para producir una consecución lineal de una historia que es mucho más rica que todo eso, es la historia del ser humano, la historia de todos, la verdadera historia de nuestra representación, que va mucho más allá que la de sólo unos pocos genios.

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